Nenúfares azules para el faraón
La presencia del agua es constante en las decenas de fuentes del Real Jardín Botánico de Madrid donde también se cultivan plantas
El agua en un jardín es la sangre de la tierra. Lo empapa todo, y gracias a ella el verde vence sobre lo árido. No solo mantiene la vida, sino que también se derrama en fuentes y albercas, donde a veces su música refresca nuestros oídos. En el Real Jardín Botánico de Madrid la presencia del agua es constante, aunque parezca modesta. Podríamos entrar en él y seguir su fluir acuático. Asentado sobre un desnivel que baja desde el parque del Retiro, en este botánico aterrazado encontramos varias decenas de fontines. Son pequeñas fuentes circulares talladas en granito, que marcan el centro de cada cuadro, donde se cultivan las plantas. Sentarse en una de ellas, a la sombra, es un pequeño placer. Están bien abastecidas por una reserva de agua que encontraremos escaleras arriba.
El estanque de riego, en la parte alta del jardín, es el que se encarga de mantener surtidas las tuberías de los fontines. Muchas veces, este lugar es el elegido por el ánade azulón (Anas platyrhynchos) para criar sus patitos. Desde aquí, tenemos una buena perspectiva de las copas de los árboles, tan distintas unas de otras en sus verdes y en sus formas.
Si continuamos nuestro ascenso, tras unos cuantos peldaños más llegaremos al estanque oval, con una forma y una proporción muy bella. Enmarcado por los bonsáis, no serán estas plantas las que hoy requieran nuestra atención. En esta cúspide acuática, son los nenúfares (Nymphaea sp.) los que roban todas nuestras miradas. El estanque permanece cubierto por una red negra para proteger sus hojas de los patos, a los que su afición por esta planta sobrepasa el goce estético para alcanzar el gastronómico.
A primera hora de la mañana, ves cómo todas estas flores están cerradas, y en cuestión de una hora se abren, rodeándote de colorAntonello Dellanotte, fotógrafo y divulgador
“A primera hora de la mañana, ves cómo todas estas flores están cerradas, y en cuestión de una hora se abren, rodeándote de color”, relata Antonello Dellanotte, fotógrafo y divulgador que conoce muy bien los rincones de este jardín. En medio de esta lámina de agua, crecen hasta 23 especies y variedades distintas de nenúfares, más dos ejemplares de la famosa Victoria Longwood Hybrid, otra planta acuática de hojas flotantes. Esta profusión botánica hay que agradecérsela a la donación realizada al jardín por Tomy Escribano, tripulante de cabina y experto cultivador de plantas acuáticas desde que tenía 15e años.
Aun a pesar del tiempo transcurrido, parece que su pasión no hace sino aumentar por momentos cuando habla de los nenúfares, que son un prodigio de adaptación botánica al agua. Según este especialista, “se pueden hacer crecer en cubetas de goma para mortero de unos 60 litros de agua y 40 centímetros de profundidad, siempre y cuando reciban al menos seis horas de sol diarias. Para mantener el agua limpia de insectos, es suficiente con echar uno o dos peces Carassius pequeños, a los que casi no hará falta alimentar”.
Sumergiendo la planta en este recipiente, arraigada en su propia maceta de unos cinco litros de volumen, nos deparará flores cada día, desde finales de abril hasta principios de octubre, como nos indica Tomy. Incluso hay nenúfares que pueden crecer en contenedores aún más pequeños. Nos comenta también cómo este tipo de cultivo es un recurso educativo excepcional en guarderías y colegios, donde los chavales pueden apreciar en directo cómo el agua es un imán para todos los seres vivos, sean ranas o libélulas, por ejemplo.
El nenúfar azul
De todas las variedades que Tomy ha traído al Botánico, posamos nuestra mirada en una muy especial, y que representa un viaje en el tiempo y en el espacio: el nenúfar azul (Nymphaea caerulea; pronúnciese ninfea cerúlea). Al lugar y momento al que nos traslada es al Egipto faraónico, ya que habita el río Nilo. En este mundo antiguo, esta especie con principios psicoactivos era la flor de la que habría nacido el mismísimo dios del Sol y de la Vida, Ra. Quizás por ello, es la más representada en frescos, bajorrelieves y en todo tipo de decoraciones del arte egipcio. En particular, podemos verla en la famosa escultura de la cabeza del faraón Tutankamón emergiendo de una flor de nenúfar azul. Esta planta es llamada habitual e incorrectamente loto, nombre popular de otra especie, el Nelumbo nucifera.
Si bien la Nymphaea caerulea no es tan florífera como sus otras parientes en el estanque, si tenemos la suerte de coincidir con alguna de sus flores abiertas no nos defraudará. Su morfología es de lo más hipnótica, con unos pétalos triangulares azulados muy bellos, acompañados de cuatro sépalos verdes con la misma geometría. Para redondear sus atributos, tiene un aroma “a perfume muy dulce”, en palabras de su donante. Así que tendremos que llevarnos una caña hueca para poder deleitarnos con su fragancia flotando en medio del agua.
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