Cultivar plantas en un tiesto
Una planta que crece en un contenedor cualquiera, sea un tiesto, una lata o incluso un zapato, tiene un delicado equilibrio de distintos parámetros de cultivo, marcados por unos materiales concretos
Cultivar una planta en una maceta es como el engranaje de un reloj. Con que una sola de esas ruedecitas dentadas falle, el tictac vegetal se detendrá y vendrán los problemas. Una planta que crece en un contenedor cualquiera, sea un tiesto, una lata o incluso un zapato, tiene un delicado equilibrio de distintos parámetros de cultivo marcados por unos materiales concretos. Veamos unas pinceladas de los que necesitamos para que esas plantas tengan una vida más fácil.
Lo primero a lo que prestaremos atención es al recipiente. Debemos asegurarnos que cuente con una apropiada capacidad de drenaje del agua sobrante. Para ello, es imprescindible que la maceta cuente con al menos un agujero para el correcto desagüe. En las macetas de terracota es usual que cuenten con una solitaria abertura en el fondo. La tradición marcaba que debía colocarse una piedra tapando ese hueco para impedir que el sustrato se perdiera por él, pero es algo poco recomendable. Más habitual es colocar un trozo de tiesto roto, con la parte cóncava sobre el orificio a modo de pequeña cúpula.
En cambio, en las ubicuas macetas de plástico es corriente que los agujeros de drenaje se cuenten por decenas, convirtiéndolas en una suerte de colador. Esa profusión de aberturas asegura una evacuación muy eficiente del agua, por lo que no hay que taparlas bajo ningún concepto. Pero, ¿por qué tanta preocupación por eliminar el agua sobrante de riego? Pues para brindar a las raíces un medio lo suficientemente oxigenado. Pocas cosas hay peores para una planta que el encharcamiento de sus raíces. En ese caso, las partes subterráneas se abocan a una pudrición, con la consiguiente pérdida del vegetal.
Pocas cosas hay peores para una planta que el encharcamiento de sus raíces
Asimismo, hay que tener cuidado si colocamos el tiesto dentro de un recipiente cubremacetas. Son muy útiles cuando tenemos nuestras plantas en estanterías y otros muebles, ya que evitan que el agua se vierta sobre libros y cachivaches electrónicos varios cuando regamos.
Pero es una de las condenas de muerte más comunes en las plantas de interior, ya que el cubremacetas se suele quedar con agua estancada y el vegetal sufre como consecuencia esa falta de aireación en el sustrato. Cuando nos queremos dar cuenta del error a veces ya es demasiado tarde. Por eso, se hace indispensable retirar ese agua remanente en el caso de que sea demasiada.
Otro de los materiales básicos es el sustrato. Lo normal es que se trate de una mezcla comercial cuyos componentes usuales pueden ser distintas turbas —rubia y negra—, compost, arena de sílice, perlita o fibra de coco. Esta última es especialmente relevante, por la generalización de su uso en los últimos años. Ello es debido, entre otras cualidades, a su buena capacidad para absorber agua y a la buena aireación que mantiene una vez que se ha empapado con el riego.
El tipo de sustrato más usado es el llamado sustrato universal, apropiado para el cultivo de un amplio abanico de especies, tanto de interior como de exterior. El fabricante debiera mostrar en el saco el pH del producto, ya que el rango más benigno para nuestras plantas se sitúa entre el 5,5 y el 6,5. Esto nos muestra una acidez, de ligera a moderada, que es muy apropiada para una gran mayoría de especies.
Acidófilas
Hay que estar atento a que no pertenezca al grupo de las acidófilas, como las gardenias (Gardenia jasminoides), azaleas y rododendros (Rhododendron spp.), camelias (Camellia spp.) u hortensias (Hydrangea spp.), entre otras muchas. Ellas vivirán felices con un pH aún más ácido, inferior al 5,5.
El sustrato es la base donde se anclan las raíces de la planta, y también actúa como una despensa para ella, porque allí es donde encontrará el agua y los nutrientes para poder desarrollarse. Pero, al igual que ocurre con nuestra despensa, es necesario rellenarla cada cierto tiempo cuando los alimentos se han consumido. Es en ese momento cuando hay que añadir un abono al sustrato, para reponer las sustancias nutritivas que, por un lado, la planta ha consumido, y que, por otro, se han lavado con el riego, perdiéndose con el agua de drenaje.
La tendencia cada vez más frecuente es la de recurrir a abonos de origen orgánico. Podríamos citar algunos como el guano de aves o de murciélago, el humus de lombriz o los residuos de la industria agrícola, como los de la remolacha azucarera, por ejemplo. Al utilizar un abono orgánico frente a uno de síntesis química estaremos favoreciendo y alimentando no solo a la planta, sino también a los microorganismos beneficiosos que viven en el sustrato. Así salen ganando todos.
Ya tenemos montados los primeros engranajes del reloj para un cultivo adecuado. Ahora coloquemos a nuestra compañera con la iluminación apropiada para su especie y sigamos aprendiendo a su compás.
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