Liberalismo ultra
Casado asegura que los políticos no deben intervenir en “la vida de la gente”, pero su función es esencialmente esa: mejorarla
Está en el pódium de grandes hits de José María Aznar, que llegó un momento que solo competía contra sí mismo y, si acaso, su guiñol, a la hora de provocar polémicas -–”Nunca he oído a ningún musulmán pedirme disculpas por haber conquistado España”- y chistes involuntarios –hablar en tejano-. El tema, aquel mayo de 2007, era alcohol y seguridad vial y lo que dijo el expresidente fue: “A mí no me gusta que me digan ‘no puede ir usted a más de tanta velocidad’, ‘no puede comer hamburguesas de tanto y le prohíbo beber vino. Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber, déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie”. Cuando Jordi Évole le preguntó recientemente por aquello, respondió: “Es la filosofía de un liberal”.
Catorce años y un Mariano Rajoy después, su ahijado político, Pablo Casado, declaró: “Siempre he pensado que los políticos no tenemos que intervenir en la vida de los demás. No puedo decir, como político: ‘las hamburguesas tienen que tener menos tamaño’ o ‘las tallas de ropa van a ser diábolo, cono o lo que sea’, porque siempre hay un emprendedor que rompe con eso. ¿Qué tenemos que hacer los políticos? No molestar y dar herramientas. No nos metamos en la vida de la gente”.
La política consiste, sin embargo y esencialmente, en “la vida de la gente”, porque no tiene otro cometido que mejorarla y eso pasa por una buena gestión de lo público: de la Educación a la Sanidad, es decir, de los pequeños, a los mayores. Es más, con ese preciso convencimiento, el de que los políticos se ocuparán de mejorar nuestras condiciones de vida, les permitimos que sustraigan primero y administren después, un porcentaje de nuestro sueldo llamado impuestos. El PP -es cierto- solo habla de bajarlos, vaya la economía bien, mal o regular. En la oposición, claro. En el gobierno… ya tal, y si no, que se lo digan a Rajoy, que en su segundo consejo de ministros hizo lo contrario a lo que había prometido: subirlos.
Casado dijo también que “las grandes transformaciones nunca han estado dirigidas por un político”. Los políticos, por naturaleza, suelen ser cortoplacistas, incapaces de planificar más allá de cuatro años, que era lo que nos duraban antes las legislaturas. Se burló entonces el líder de la oposición de que el Gobierno haga planes a largo plazo- “Escucho mucho hablar de 2050. Hay que hablar de 2021″-. Ignoro por qué cree que son excluyentes. El proyecto España 2050 puede estar mejor o peor diseñado y quedarse en papel mojado, como ha pasado tantas veces con los programas electorales a la mañana siguiente de acudir a las urnas, pero el futuro nunca es una tontería. Lo sabe bien el propio Casado, que en ese mismo discurso, después de decir que no tenían que intervenir en “la vida de la gente”, declaró: “Hay que apostar claramente por la natalidad”.
Suscríbete aquí a nuestra nueva newsletter sobre Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.