Los famosos
En Madrid las personas famosas son parte del paisaje urbano, aunque la fama ya no es lo que era
Madrid es donde están los famosos. Las gentes de provincias venimos a Madrid y cuando regresamos lo primero que contamos es a los famosos que hemos visto por ahí. Los convivientes y los allegados lo flipan: o sea, que son de carne y hueso.
Mis primeros famosos, en el cambio de siglo, fueron Sergio Pazos y Juanjo de la Iglesia, a los que me topé la primera noche que pisé la ciudad, cuando eran conocidos por Caiga quien caiga. Estaban haciendo pis, cada uno en un urinario, en el baño de un garito de Echegaray donde sonaba funk. Las copas carísimas. Viví unos años cerca de Javier Marías y a veces le veía por Mayor, probablemente contrariado por el paso de alguna procesión. Más que verle le avistaba, porque tenía yo la sensación de que a Marías, dada su imponencia literaria, se le avistaba como se avista a Moby Dick en la lejanía oceánica.
Me recordó a la anécdota de Andrés Trapiello en su libro Madrid (Debate), cuando coincidió en la mesa aledaña a la de Marisol en el restaurante de Antonio Gades y apenas podía tragar la cena de la emoción. Muchos venimos a Madrid a comernos el mundo y acabamos sentados en la mesa de al lado de alguien que se come el mundo, hambrientos de transcender.
Ahora hay muchísimos medios, plataformas y redes sociales, de modo que la fama se segmenta: hay influencers o youtubers famosísimos, seguidos por millones, de los que no oirá hablar usted en su vida.
La fama, por lo demás, ya no es lo que era. Antes los medios eran escasos y centralizados y eso centralizaba la propia fama. Ahora hay muchísimos medios, plataformas y redes sociales, de modo que la fama se segmenta: hay influencers o youtubers famosísimos, seguidos por millones, de los que no oirá hablar usted en su vida. Eso sin contar la fama de baratillo que se produce en la telebasura, famosos sin oficio y con mucho beneficio a los que, dada su proliferación, es difícil seguir la pista. Pero tal vez no habrá más famosos universales y omnicomprensivos como Lola Flores, por mucho que la regeneren por Deep Fake o por mucha Rosalía que nos vendan. Tal vez Rocío Carrasco, o la Pantoja, sean las últimas supervivientes, venidas a menos, de aquellos linajes.
Luego uno se acostumbra y los famosos pasan a formar parte del paisaje urbano. Todo el mundo conoce a uno, porque tiene primos. Los productores, los directores, los publicistas, etc, los ven como una maleable materia prima, como atajos para conseguir más clicks, como muñecos a los que se le pide cruzar las piernas, sonreír lánguidamente y mirar a cámara, como bichos que un entomólogo va clavando en un corcho.
Algunos no lo pueden soportar, porque puede ser insoportable, y se dan a la autodestrucción, más o menos teatralmente: les hacen documentales en las plataformas audiovisuales y nosotros, en catarsis, sufrimos con su sufrimiento. Lo dice Ter, la célebre arquitecta y youtuber: los famosos son el equivalente contemporáneo a los dioses de la mitología griega.
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