Más lleno que nunca
Cuántos estarán besándose en esquinas por donde ya no pasa nadie, en bancos donde ninguno se sienta


Dicen que Madrid se vacía en verano. Que todos huyen, que se puede escuchar el ruido de los neumáticos contra el asfalto, que las avenidas se agrandan y lo que antes era una calle estrecha ahora es un camino infinito. Que los parques huelen a desierto, que el ruido incesante se convierte en un murmullo inaudible, que las persianas se bajan y los comercios cierran. Que se pueden ver cientos de niños alejándose en sus bicicletas por carreteras secundarias hasta septiembre. Que los autobuses son solo una carcasa que para en sitios donde nadie espera. Que la prisa se congela como en la escena de una mala película y solo queda algún turista parapetado en la sombra de un edificio señorial.
Dicen que Madrid se vacía en verano. Y yo me pregunto cuánto ocupan las personas que no se mueven. Cuánta gente estará muriendo en la capital en este preciso momento, cuántos estarán exhalando su último suspiro, quizá conscientes o preparados, puede que asustados o resignados, o tranquilos y satisfechos, o tristes y enfadados. Cuántos estarán besándose en esquinas por donde ya no pasa nadie, en bancos donde ninguno se sienta. Cuántos se habrán quedado en Madrid al lado de su pareja en vez de marcharse a la playa porque el amor, como todos sabemos, sabe más dulce en verano. Cuántos estarán rompiendo y sintiendo que no hay ciudad capaz de abarcar una pena tan inmensa y sin horizonte. Cuántas mujeres estarán en sus hogares aterrorizadas, disimulando las heridas, mirando la ventana como quien contempla el mar a través del fuego.
Cuánto ocupa lo que creemos vacío, lo que no hace ruido o lo que se queda en casa, ya sea por miedo, soledad, casualidad o intención
Cuántos bebés estarán naciendo ahora bajo este sol tan poderoso y respirarán un aire un poco más limpio, y conocerán un lugar un poco más vacío, y vendrán a llenar Madrid de un llanto incierto y justificado, porque lo nuevo siempre asusta y no podemos olvidarlo. Cuántos ancianos estarán en sus hogares tan solos como siempre, tan solos como nunca, contemplando el verano como una estación más en la que tampoco van a bajarse, porque su vida es un viaje sin paradas. Cuántos estarán trabajando exactamente igual que en invierno, a pesar del cansancio, del encierro acontecido, de la falta de descanso. Cuántos estarán cocinando para cuatro, leyendo un libro en sus balcones cuando el calor lo concede, recibiendo una llamada que ya nunca dejarán de escuchar, preparando un plan que saldrá mal, con necesidad de huir, estudiando cosas que olvidarán tan pronto como las aprendan, pensando en un viaje futuro, llamando por teléfono a los padres que tardarán en volver a ver, despidiéndose del trabajo, olvidándose de los suyos, echando de menos el pasado sin asombro.
Cuánto ocupa lo que creemos vacío, lo que no hace ruido o lo que se queda en casa, ya sea por miedo, soledad, casualidad o intención.
Puede que Madrid, en verano, esté más lleno que nunca y no lo sepamos ver.
Madrid me mata.
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