Ciudad vacía, bandera vaciada
Hay muchas cosas que se pierden en la ciudad postcovid: los comercios tradicionales, los rostros o el significado de los símbolos patrios
Es probable que la ciudad postcovid sea muy diferente. El comercio tradicional, por ejemplo, puede desaparecer en gran medida, dejando la ciudad un poco más vacía, llena de espacios fantasma, como fantasmas se llaman los huecos que dejamos en la estantería cuando sacamos un libro. Sabemos que es bueno consumir en el pequeño comercio, igual que sabemos que es objetivamente malvado dar de fumar a una rana o pegar a un padre con un calcetín sucio, pero solemos caer en el agujero negro de los supermercados, por horarios, por prisas, por pereza, por la vida ajetreada a la que nos vemos (nos veíamos) abocados.
Uno de los motivos del Motín de Esquilache, en 1766, fue la prohibición de ciertos atuendos que ocultaban la identidad, el embozo, porque fomentaba la delincuencia; ahora estamos embozados por fuerza mayor
Como se supone que tenemos que salir de esta siendo mejores, estoy intentando incrementar mi consumo en este tipo de establecimientos (y eso que soy muy aficionado a escrutar mi supermercado abierto 24 horas en busca de un reflejo de los cambios económicos, sociales, históricos, tecnológicos). Es curioso este capitalismo que ensalza la iniciativa individual y el emprendimiento, pero luego lleva inevitablemente a la concentración: en el futuro cada vez más gente será empleada de una gran empresa en vez de iniciar su propio proyecto vital, como vemos en los supermercados, las panaderías, las cafeterías o las tiendas de ropa.
La ciudad también se ha vaciado de rostros: las mascarillas nos convierten en ciudadanos clónicos, solo diferenciados por el tipo de mascarilla que llevamos, como si fuésemos miembros de diferentes bandas callejeras. Salgo a pasear y trato de saludar a gente que intuyo conocida, aunque no tenga certeza al 100%, pero esa gente me devuelve el saludo sin saber muy bien quién es esa persona con la cara tapada que le dice hola. Uno de los motivos del Motín de Esquilache, en 1766, fue la prohibición de ciertos atuendos que ocultaban la identidad, el embozo, porque fomentaba la delincuencia; ahora estamos embozados por fuerza mayor.
¿Qué quieren decir con la rojigualda aquellos que la agitan en las protestas? ¿Nos están hurtando el símbolo al resto?
Hay muchas cosas graciosas en la vida, por ejemplo, los gatitos con gafas de sol, pero la cosa más graciosa que hay en el mundo es un pijo manifestándose. Por eso me acerqué a Núñez de Balboa a admirar el espectáculo. Y ahí descubrí otro vaciamiento: el de la bandera española. Los Capitanes España del Barrio del Salamanca, cacerola en mano, van ataviados con la bandera nacional, a modo de capa o de foulard (Esquilache estaría en contra), y es curioso que se utilice para protestar contra el gobierno el mismo símbolo que está presente en cualquier Consejo de Ministros o comparecencia gubernamental.
¿Qué quiere decir, entonces, la bandera? ¿Qué quieren decir con la rojigualda aquellos que la agitan en las protestas? ¿Nos están hurtando el símbolo al resto? Es difícil de decir, como si la bandera estuviese vacía ya de significado, convertida en uno de aquellos “significantes vacíos” de Ernesto Laclau con los que hacían malabares en Podemos cuando eran como los Rolling Stones.
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