Artículo escrito por un sin techo: “El patio me provoca ganas de huir nada convenientes”
“Se teme al virus, por supuesto, pero también a la salida”, escribe el autor, licenciado en Filosofía y usuario del albergue para personas sin hogar de Ifema
Anoche se llevaron al abuelo con fiebre alta. Llevaba con nosotros, los veteranos sin techo de la cola del albergue de Ifema, desde el miércoles 18. Dos días antes de entrar aquí. Echaremos de menos su entereza, su garra y su buen y mal humor. Es nuestro tercer sábado aquí en el pabellón 14 del recinto ferial de Madrid. 150 catres ocupados por hombres que cuando se decretó el primer periodo de estado de alarma no teníamos donde dormir y algunos difícilmente comían o comíamos.
Un día más, un día menos. Por ratos el día se hace más escarpado. Las rutinas parecen ya establecidas. No hay peleas en las filas de las comidas, ni en la consigna, ni ante las duchas. Parece que todo va por un cauce que hace relativamente llevadero estar aquí. La televisión nos ofrece imágenes de ciudades fantasma. Que parecen extraídas de una película de ciencia ficción o de terror. Y de personas que no pueden despedir a sus seres queridos y de absurdas rebeldías.
Dentro hablamos por supuesto del coronavirus, de su evolución, de su origen, de lo vulnerables que nos hace el estar tan juntos. “Estamos en el matadero”, dicen algunos. “Vamos a caer todos”, dicen otros. Tratando de poner palabras al miedo que, de manera inevitable, nos atraviesa en algunos momentos.
No sé si al salir de aquí haremos por volver a vernos algunos de nosotros. Lo dudo. Pienso que seremos un trozo de pasado. Uno más
Las personas con bata blanca, hombres y mujeres, trabajan duro para que las condiciones sean las mejores posibles. A la tarde, a las 8, les aplaudimos y nos aplauden en el momento del día en el que más sonrisas vemos. Jóvenes y mayores de muchos países convivimos sin querer hacerlo pero sabiendo lo inevitable. No sé si al salir de aquí haremos por volver a vernos algunos de nosotros. Lo dudo. Pienso que seremos un trozo de pasado. Uno más. Porque a veces en los pequeños grupos que se han formado para hacer más fácil cada día se producen silencios elocuentes. Y hay miradas que no son miradas perdidas, creo. Son miradas rotas por un pasado que nos ha construido almas de polvo y ceniza.
Seguirá habiendo en estos días algunos que no crucen palabras con nadie; otros que protesten por todo; otros que traten de bromear forzadamente. Se teme al virus, por supuesto, pero también a la salida. Es más que posible que la normalidad que nos encontremos no sea la que dejamos atrás, para los que estamos dentro y para cualquiera.
Solo salgo al patio la hora larga de desinfección del recinto. El patio me provoca ganas de huir nada convenientes. El sol interior son unos 170 puntos de luz encendidos de 8 de la mañana a 10 de la noche. Una décima parte ilumina la noche. Vuelta a empezar la rutina. Vuelta al cansancio. A quejarnos del catre. A decir que no aguantamos más. Claro que aguantamos. Y lo seguiremos haciendo. Los de dentro y los de fuera.
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