La historiadora que rescata rótulos antiguos como bien cultural que hay que proteger
Aldara Cidrás, investigadora de la represión franquista, presenta en el Museo Reina Sofía su catalogación de los letreros comerciales de Santiago de Compostela y pide su conservación
Un dragón diminuto con cara de pocos amigos lanza una llamarada al aire en señal de advertencia a todo el que pasa por delante del número 3 de San Paio de Antealtares. La fiera guarda con celo desde hace décadas la entrada de El Paraíso Perdido, un pub casi tan mitológico como el animal alado y verde, que ocupa un lugar en la historia (y la leyenda) de Santiago de Compostela, junto con otros locales como el Momo o el Modus Vivendi. Las generaciones se han sucedido pero estos rótulos de forja, profusamente decorados con esos arabescos que los herreros suelen llamar rinchos, han sobrevivido al paso del tiempo, muchas veces invisibles para los vecinos, acostumbrados a moverse —sin cara de sorpresa— por este casco viejo que es Patrimonio de la Humanidad.
A pesar de ser bellos, entrañables y muchos de ellos antiguos, ninguna figura administrativa protege estos letreros de bares de copas, tabernas típicas, tiendas, boticas y hasta consultas médicas como sí se amparan las piedras monumentales de la capital gallega. Entre el miércoles y el jueves de esta semana, varios cientos viajaron en tren al Museo Nacional de Arte Reina Sofía, en Madrid, dentro de la maleta de la historiadora Aldara Cidrás, decidida a llamar la atención sobre esta maravilla ignorada. Allí, la investigadora presentó su proyecto Compostela (etno)gráfica, de catalogación y documentación de unos rótulos que con su simple existencia crearon escuela entre los artesanos y son una seña de identidad.
Cidrás, nacida en Vigo hace 29 años, pero residente en Santiago, donde forma parte del grupo Histagra (Historia Agraria e Política do Mundo Rural) en la universidad, acaba de terminar su tesis doctoral orientada al campo en el que lleva tiempo volcada: la judicialización de la violencia desde 1936 y la represión del franquismo contra mujeres, en especial centrada en la provincia de Pontevedra. El proyecto de los rótulos surgió al margen, cuando se conjugaron su amor por ciertos iconos culturales y el acceso a una bolsa de investigación a través de la Diputación de A Coruña. Después, por “carambola”, comenta, le propusieron optar y fue seleccionada para la primera edición (2023) del programa de postgrado Tejidos Conjuntivos del Reina Sofía.
Seis investigadores de ámbitos distintos, con inquietudes también diversas, defienden esta semana de octubre sus proyectos finales después de un año vertebrado por seminarios orientados a “comprender el mundo contemporáneo e intervenir en él”, como describe Germán Labrador, director del programa del museo y catedrático de la Universidad de Princeton. Tejidos Conjuntivos, “cuyo nombre evoca precisamente eso, un conjunto de células heterogéneas que aprenden a convivir de un modo organizado”, dice Labrador, “trabaja ya en la presentación de su segunda convocatoria”, para 2024. Mientras tanto, los investigadores de este año presentan sus trabajos, que van desde los rótulos de Aldara Cidrás hasta otras realidades como la memoria liberada de la cárcel de Carabanchel; el mapa del patrimonio político del siglo XIX en Madrid; las rutas de resistencia gay en Estambul o las prótesis corporales en la construcción de la identidad de género.
Cidrás va atesorando y mostrando en Instagram las fotos de rótulos supervivientes o ya desaparecidos en sucesivas reformas de los locales que se aprietan y dan vida a la zona monumental de Santiago. La llamada “almendra” urbana, conformada por esa red de calles pétreas que se fue tejiendo desde la Edad Media, afronta ahora una “transformación económica y social acelerada”, advierte la historiadora. Y en medio de ese proceso, de la mano de la “gentrificación”, la “homogeneización” de barrios y ciudades, los traspasos de negocios, las franquicias, el turismo masivo y el abandono de inmuebles en el corazón de Santiago, la “sinalética comercial” tradicional (con sus hierros forjados desde hace más de un siglo por ferreiros casi siempre anónimos), se ve seriamente “amenazada”.
De ahí, defiende Cidrás, la urgencia de “ponerlos en valor”, de “indagar en la genealogia de esta forma de rotulación” con tanto “respeto por el material y las formas”, y de “concienciar a los vecinos” de su importancia. En su trabajo documental, la investigadora reúne “varios cientos” de imágenes, “solo de la almendra” compostelana, y “casi medio millar de referencias documentales” recogidas en archivos oficiales, pero también particulares, como ocurre con el caso de las facturas que conservan los herederos de algunos establecimientos. La impulsora del proyecto apela a las instituciones para su protección patrimonial, pero también a los vecinos que aún puedan aportar algo. A estos les pide que colaboren en este rescate de la memoria visual a través del correo etnograficacompostela@gmail.com.
La historiadora no se atreve a decir cuál de los rótulos de hierro que se conservan (casi siempre en posición perpendicular a las fachadas para dejarse ver en calles angostas) es el más antiguo. En general, los primeros entre los que se mantienen son de “mediados del siglo XX”, cuando se desarrolla la principal normativa sobre rotulación urbana, pero las licencias de colocación más vetustas que encontró datan de 1902. Esos letreros “ya no están”, como tampoco se conocen los nombres de los artesanos que los forjaban. El primero que consta en los papeles es el de un herrero “muy conocido” en la ciudad, Genaro Tarrío. “Esta gráfica comercial”, defiende Cidrás, “nos apela emocionalmente”. Está grabada en la retina y es “perfectamente identificable” por quienes durante un tiempo hicieron vida en Santiago.
Hay verdaderos “iconos”, describe, como el cartel que ella elige para encabezar su Instagram: el del restaurante Orella, en la Rúa da Raíña, con “un tótem” tan galaico como es la cabeza de cerdo. Pero si de animales se trata, entre el porco en salazón y el dragón que ya solo habita en un Paraíso Perdido, no menos simbólicos del genuino ambiente compostelano son la elegante ave dorada de O Galo d’Ouro (Rúa da Conga); el tigre del Café Trafalgar (Travesía do Franco); la Borriquita de Belém (San Paio de Antealtares) o el canario amarillo, eternamente enjaulado, que trina en la entrada del bar Gaiola (Rúa dos Bautizados).
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