_
_
_
_

El revés de Vox, la decepción del PP: las lecciones del 23-J impactan en el dilema estratégico de la derecha europea

La fuerte movilización contraria generada por las posiciones muy extremas de los ultras y el abrazo de los populares irrumpe en el debate de los conservadores

El líder de Vox, Santiago Abascal, se dirige a medios de comunicación tras ejercer su derecho al voto en el colegio Cristo Rey en Madrid, este domingo. Foto: RODRIGO JIMENEZ (EFE) | Vídeo: EPV
Andrea Rizzi

Las elecciones legislativas celebradas el domingo en España —con el revés sufrido por Vox y la insuficiente victoria de los populares— han arrojado un resultado que altera una clara tendencia de auge de la ultraderecha y de triunfal acceso al poder de las formaciones conservadoras registrada en Europa en los últimos meses. El resultado tiene claras repercusiones en el tablero europeo, no solo, por supuesto, en términos de poder puro, por sumar o no en el flanco derecho una capital del peso de Madrid, sino también por el impacto en los dilemas estratégicos de las distintas derechas europeas en una etapa marcada por muchas elecciones importantes. El vendaval causado el fin de semana por el líder de la CDU alemana con su amago de romper parcialmente el cordón sanitario, que posteriormente rectificó, encarna la profundidad del debate.

El resultado español se desmarca de una tendencia fuerte: en abril de 2022, Viktor Orbán revalidó su mandato con una demoledora victoria en Hungría; septiembre de ese año alumbró el éxito de Hermanos de Italia (26%, liderazgo del Gobierno) y de los Demócratas Suecos (20%, apoyo externo decisivo); en abril de este año, la ultraderecha finlandesa logró otro 20% y entró después en el Gobierno; en junio, las legislativas griegas confirmaron en el poder, en solitario, a los populares locales, pero tres formaciones ultras lograron entrar en el Congreso. En Portugal, la ultraderecha de Chega obtuvo un resultado inferior a Vox en las legislativas de enero —un 7%— pero el dato fue una gran mejora con respecto al anterior. En Alemania, AfD está disparada en los sondeos. Por el contrario, en España Vox retrocedió —de forma moderada en porcentaje (de 15,1% a 12,4%), de forma muy marcada en escaños (de 52 a 33)—, y el PP avanzó, pero de una forma que parece insuficiente para gobernar.

La repercusión en términos de poder es obvia. Sumar España a los Gobiernos con distintas tonalidades de derecha con sabor nacionalista al mando, como Italia, Polonia, Hungría, República Checa, Suecia o Finlandia, habría tenido un alto peso político, especialmente con vistas a las elecciones europeas de junio de 2024 y el consiguiente cambio de la cúpula europea. Pero no debe subestimarse el mero impacto político, las lecciones que los distintos actores en el arco conservador extraerán en las próximas semanas del resultado español en medio del gran debate entre los populares acerca de si cooperar o no con los ultras, y hasta qué punto.

Por supuesto, cada escenario nacional tiene sus peculiaridades. En el caso de Vox, en su génesis se halla un hecho diferencial absoluto: la reacción al independentismo catalán. Esto marca un rasgo específico en su evolución que no se puede proyectar a otros casos. Pero ello no impide que la ultraderecha española, y la derecha popular en su relación con ella, comparta muchas cosas con los demás países, y sus vicisitudes hablen a los demás.

Uno de los elementos principales de reflexión gira alrededor de las características especialmente extremas de Vox, incluso dentro de la familia ultra europea, y el efecto movilizador que semejante extremismo produce en el bando contrario, sobre todo si recibe el abrazo de los populares.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

“Vox es un partido más joven, menos maduro que otros de su familia en Europa”, comenta Alberto Alemanno, profesor Jean Monnet de Derecho y Políticas Europeas de la Escuela de Estudios Superiores de Comercio de París. “Una de sus principales estrategias para cosechar apoyos es salir de la corrección política que se autoimpusieron hace tiempo los partidos dominantes. Vox dice cosas que todavía muchas personas piensan, pero que no se atreven a decir. España ha pasado de ser un país muy conservador a otro muy liberal, progresista. Vox ha pensado que había ahí un terreno fértil. Pero este resultado cuestiona su radicalismo”, apunta el experto.

“Si no hubiesen hecho lo que han hecho en las administraciones locales, censurando películas, quitando banderas LGTBI; si hubiesen optado por posiciones más pragmáticas y dirigidas al consenso, a lo Meloni, quizás les hubiese ido mejor”, continúa Alemanno, quien reside en España. “En cambio, su posición radical ha lanzado un mensaje de alerta que ha confirmado la narrativa de Sánchez, la idea de que si llegaban al poder podían desmontar todo. Han sido inmaduros. Esto es una gran lección para este partido y para todas las derechas europeas”.

Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor en el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid, aporta otro elemento de reflexión que apunta al efecto de movilizar mucho a la contraparte. “Vox es diferente de otros populismos de derecha europea. En otros casos, el enemigo es externo: la UE o la inmigración. Puedes ser radical, pero no generas un miedo interno a la sociedad. Pero Vox es otra cosa. Lo que lo distingue es su fuerte matiz antifeminista, su posición sobre los derechos LGTBI, su posición sobre la autonomía de las comunidades. Su política genera un fuerte rechazo en sectores de la sociedad que sienten que deben defender sus derechos, sean catalanes, vascos, mujeres con identidad feminista, etc.”.

Nos hallamos, pues, frente a una ultraderecha en cierto sentido menos evolucionada que otras de Europa occidental que, con sus planteamientos radicales y con el abrazo del PP que le ha dado una perspectiva realista de Gobierno, han desatado una movilización. “Esto es así en parte porque no está en una posición hegemónica, asume su posición subalterna al PP, no aspira a liderar Gobierno como Le Pen o Meloni, y esto marca una diferencia”, añade Molina. La tradición, historia y cultura también marcan una diferencia. No es lo mismo una ultraderecha implantada en las sociedades escandinava o francesa, que en la española, por ejemplo, con distinto peso de la Iglesia.

Y es esta la ultraderecha que el PP, aun sin explicitarlo, abrazó en los hechos. El resultado español recuerda a los populares los riesgos y límites de los abrazos con los ultras. Puede ser insuficiente y convertirlos en apestados a la vista de todos los demás. Esto impacta en medio de un fuerte pulso político entre el alma weberiana del Partido Popular Europeo —por Manfred Weber, el líder de la facción parlamentaria que propugna un acercamiento cooperativo al menos a parte de la constelación ultra— y el alma vonderleyeniana —por la presidenta de la Comisión, muy reticente ante la perspectiva de esa apertura—.

El líder de la CDU alemana, Friedrich Merz, amagó el fin de semana con levantar el histórico cordón sanitario frente a la ultraderecha a nivel local, para tener que dar marcha atrás al día siguiente en medio de fuertes polémicas. Además de las elecciones europeas, en los próximos meses están previstas otras importantes convocatorias, por ejemplo en Polonia, Países Bajos y Bélgica, el año que viene.

“Creo que el resultado español es una fortísima señal de alerta. Puede reforzar la posición de Von der Leyen, debilita a los halcones y consolida a las palomas. Weber sin duda estará tomando nota”, dice Alemanno.

“Evidentemente, hay una gran duda estratégica en la derecha europea sobre qué hacer en el futuro, y en ese sentido el resultado de las elecciones españolas es importante”, coincide Molina. “Lo es por el mensaje acerca de Vox, pero quizás más todavía por el PP. ¿Qué habría hecho Feijóo si hubiese ganado de forma clara las elecciones? ¿Habría defendido una mayor cooperación entre populares y ultras a escala europea? No sabemos, pero, de producirse, a mi juicio, habría entrañados serios riesgos, porque el proyecto europeo no cuenta con un demos, y no le conviene una dicotomía fuerte derecha frente a izquierda”.

Recibe cada tarde el boletín Diario electoral, con el análisis de Ricardo de Querol, subdirector, y Luis Barbero, redactor jefe de edición.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_