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La última derrota de Artur Mas

El expresidente de la Generalitat apoyó al PDeCAT en las elecciones autonómicas; el partido no logró representación parlamentaria y su futuro pende ahora de un hilo

El 'expresident' Artur Mas interviene de forma telemática en el acto de fin de campaña del PDeCAT el día 12.
El 'expresident' Artur Mas interviene de forma telemática en el acto de fin de campaña del PDeCAT el día 12.EUROPA PRESS (Europa Press)
Cristian Segura

Escribió Josep Antoni Duran i Lleida en sus memorias que en Artur Mas hay una “evidente falta de consistencia política”. Quien fuera líder de Unió Democràtica, el hermano pequeño de la extinta Convergència i Unió (CiU), tiene una imagen especialmente subjetiva del expresidente de la Generalitat: a él le achaca la principal responsabilidad de la desaparición de CiU y sobre todo del conflicto político, judicial y social en el que desembocó la carrera unilateral por la independencia de Cataluña. Lo cierto es que en las decisiones estratégicamente más importantes de su trayectoria, Mas ha salido perdiendo. El último caso es el PDeCAT, el partido que impulsó para sustituir en 2016 a una Convergència ahogada por la corrupción: el futuro de la nueva formación pende de un hilo al quedarse sin representación parlamentaria en las elecciones autonómicas del 14 de febrero.

La primera derrota de Mas se produjo hace casi dos décadas: fue en las elecciones al Parlament de 2003, en las que él era el cabeza de lista de CiU. La coalición, que había liderado hasta aquel momento Jordi Pujol, se impuso en votos y escaños al Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). Convencido de que formaría gobierno cómodamente mediante un pacto con Esquerra Republicana (ERC), el candidato se fue unos días de vacaciones a Canarias mientras el PSC de Pasqual Maragall, ERC y los ecosocialistas de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) acordaban un gobierno tripartito. Aquello supuso un terremoto interno en CiU e incluso Pujol le afeó el error a su delfín.

Mas tardaría siete años en llegar el poder. En 2010, tras dos gobiernos tripartitos en la Generalitat, CiU obtenía una contundente victoria electoral, alcanzando los 62 diputados, a tan solo seis de la mayoría absoluta. La alegría duró poco, dos años. El president convocó elecciones anticipadas en 2012 calculando que su repentino viraje hacia el independentismo le permitiría aumentar su hegemonía parlamentaria. De la campaña de aquellos comicios queda para el recuerdo el cartel electoral en el que Mas aparecía extendiendo los brazos, en un gesto de padre bíblico, frente a un mar de banderas nacionales y con el lema “la voluntad de un pueblo”. CiU perdió 12 diputados, cayó de 62 a 50; fue sobre todo ERC quien se benefició del arreón en favor de la separación de España.

Cuenta el exdiputado de CiU Josep López de Lerma en su libro Cuando pintábamos algo en Madrid que Mas delegó en 2003 en su “joven guardia pretoriana” la negociación del gobierno con ERC que nunca llegó a ser. López de Lerma califica aquello de “grave error”. David Madí y Oriol Pujol, hijo de Jordi Pujol, eran los nombres más destacados de ese nuevo grupo de poder interno en Convergència desacomplejadamente independentista. Madí tuvo un papel destacado en la cocina del éxito electoral de 2010, pero también en el mayor fracaso en la carrera de Mas: las elecciones autonómicas de 2015.

Mas convocó los comicios de 2015 con la idea de que fueran un plebiscito sobre la independencia. Si los partidos nacionalistas catalanes obtenían la mayoría de votos, la lista de la que él era candidato, Junts pel Sí, se comprometía a proclamar la independencia de Cataluña en un periodo de 18 meses. Junts Pel Sí fue una coalición entre Convergència Democràtica de Catalunya —CiU se rompió en aquel momento—, ERC y las entidades Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium Cultural. El independentismo no obtuvo la mayoría de los votos, pero, pese a ello, Junts pel Sí decidió continuar con la contrarreloj de los 18 meses. Para ello necesitaba del apoyo de los anticapitalistas de la CUP, que pusieron como condición que Mas no fuera presidente de la Generalitat. El líder de CDC renunció al cargo y se apartó de la primera línea política para dar paso a su sucesor, Carles Puigdemont.

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La “evidente falta de consistencia política” en Mas, a la que se refería Duran i Lleida, aparece negro sobre blanco en Cabeza fría, corazón caliente, libro del expresidente publicado en 2020. Mas reconoce en esta obra que él no creía en la promesa de cumplir con una independencia unilateral en 18 meses. Esta confesión puede ser interpretada como un engaño a su electorado, pero también es un autoengaño: Mas relata que se presentó al frente de Junts pel Sí con una estrategia en la que no creía porque si era elegido presidente, la podía abortar en el último momento convocando unas nuevas elecciones. La CUP se encargó de evitar sus planes al apartarlo de la Generalitat.

Desde la debacle de la carrera unilateral del independentismo, en 2017, el mundo posconvergente que él capitaneó se ha roto en tres partidos. Junts per Catalunya, presidido por Puigdemont, se ha consolidado como el heredero del nacionalismo conservador de CiU. Mas apostó por dar apoyo en las pasadas elecciones al PDeCAT. La formación liderada por Àngels Chacón obtuvo 77.000 votos y se quedó sin representación parlamentaria. El expresident, que no tiene cargo alguno en el PDeCAT, confirmó esta semana en la emisora Rac-1 que está sobre la mesa si el partido “tiene sentido y viabilidad en el futuro o no”. El tirón que el veterano político podía tener entre el independentismo moderado no sirvió ni siquiera para obtener un escaño.

Entrevistado el pasado febrero por EL PAÍS, Mas aseguraba que no se sentía “nada responsable” de lo sucedido desde 2017 en la política catalana.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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