La soledad de ser alcalde en un pueblo minúsculo: “Di el paso para que no desaparezca”
En España hay 21 municipios que no llegan a los 10 habitantes censados. Los regidores de las tres localidades más pequeñas cuentan cómo es el día a día en el cargo cuando no hay vecinos
En Illán de Vacas (Toledo), el municipio menos poblado de España, sus tres habitantes censados, que además son primos entre sí, votarán el domingo en una urna colocada en la casa de uno de ellos —el alcalde— y luego se irán a comer juntos. En Torremochuela (Guadalajara), con seis empadronados, el regidor vive la mayor parte del año solo, y reparte su tiempo entre el cuidado del huerto propio y la labor, altruista, en beneficio del pueblo: contratar los trabajos para ampliar el cementerio, arreglar las humedades de la iglesia, rehabilitar el horno colectivo para quien quiera hacer pan. Todo destinado, en realidad, a un uso en declive. En España hay 21 municipios con menos de 10 habitantes censados, según el Instituto Nacional de Estadística (INE): ocho de ellos (casi el 40%) en la provincia de Guadalajara, cinco en Soria, cuatro en La Rioja, dos en Burgos y uno en Toledo y Teruel. En todos esos pueblos, el alcalde es una mezcla de esforzado faraón y último mohicano.
Constantino Martínez decidió hace cuatro años presentarse a la alcaldía de Torremochuela, la tercera localidad más pequeña de España: sólo seis habitantes censados, cuatro menos que en 2019. “Di el paso porque vi que mi pueblo iba a desaparecer”, explica Martínez, que se presenta con el PSOE y aspira a la reelección el próximo domingo. A pesar de tener 78 años y no cobrar nada por su cargo público, no quiere que el lugar en el que nació deje de ser un Ayuntamiento. Su única misión es reflotar su pueblo. Enfrente tendrá al candidato del PP, Juan Carlos Sanz.
“Para ser alcalde de un pueblo así tienes que tener verdadera vocación de servicio público”, asegura Martínez mientras se agacha para arrancar un hierbajo de la esquina de una casa. Este extaxista, ya jubilado, conoce cada rincón de Torremochuela. Aunque ha vivido y trabajado más de 40 años en San Sebastián de los Reyes (Madrid), nunca rompió los vínculos emocionales con este pequeño pueblo de solo 54 casas, y desde que es regidor vive aquí la mayor parte del año. Se levanta a las siete de la mañana para ocuparse del huerto, que tiene a veinte minutos andando de su casa, y después se vuelca en las tareas propias del cargo.
En la segunda planta del Ayuntamiento ha montado un pequeño espacio recreativo con libros, mesas e incluso un proyector de cine para que los niños del pueblo, si los hubiera, tengan un lugar en el que aprender y jugar. Pero se lamenta de que la mayor parte del tiempo no hay nadie: “ No sé… la gente no está de acuerdo con vivir aquí”.
Aun así, no pierde la esperanza. Cuenta con ilusión que hace unos meses les pusieron internet, que ha renovado el horno público del pueblo, que él mismo, con sus manos, ha reparado las humedades de las paredes de la iglesia, o que ha ampliado en 700 metros cuadrados el cementerio. Todos estos esfuerzos parecen en vano, ya que Torremochuela no ha dejado de perder población en estos años. En el pueblo hace tiempo que ya no vive nadie, salvo algunos fines de semana o en los meses de verano. “Antes tenía a dos amigos, pero murieron en 2020 por la covid”, lamenta el alcalde. “Lo bueno es que aquí hay mucha tranquilidad. Aunque hay soledad que tampoco es buena. Pero yo sabía dónde me metía”, añade. Y concluye, sin perder su sentido del humor: “El problema es que, si no hay gente, ni los animales están”.
Torremochuela maneja un presupuesto anual de 12.000 euros que provienen de su único ingreso: el alquiler de un coto de caza que pertenece al Ayuntamiento. Además, la Diputación de Guadalajara asume puntualmente distintos gastos: “Ahora me estoy peleando para que nos financien los 500.000 euros que cuesta asfaltar una carretera”, señala Martínez. El camino que quiere construir les conecta con Molina de Aragón, el municipio del que los mochuelos dependen para ir al médico o hacer gestiones administrativas. Además, para el próximo mandato, si sale reelegido, quiere reformar el edificio municipal que un día fue la casa del maestro, y convertirlo en un hotel.
El pueblo tiene tres concejales: el alcalde y otros dos ediles, también del PSOE, que viven y trabajan en Madrid. Teóricamente deberían celebrar un pleno cada tres meses; en la práctica, los celebran por móvil. “Yo lo único que espero es dejar algo a los más jóvenes, para que ellos recojan el testigo”, dice Constantino Martínez. Cuando termina de subir las escaleras que llevan al campanario de la iglesia, que ya apenas celebra misas, agarra dos cuerdas con sus manos y hace sonar las campanas: “Vamos a tocar para que sepan que estamos aquí”.
A 300 kilómetros de Torremochuela, en el pueblo de Illán de Vacas (Toledo), el alcalde, Javier Bollain, de 67 años, se prepara para revalidar el cargo este domingo. El municipio que gobierna desde hace ocho años apenas cuenta con tres habitantes censados: el propio Bollain y sus dos primos, uno por parte de padre y otro de madre. Este último, Julián Renilla, fue alcalde entre 1983 y 2015, cuando cedió el testigo a Javier. “Mi primo me lo pidió y no podía decirle que no”, resume el actual regidor. Bollain se rebela contra la decadencia demográfica de su pueblo; protesta porque, sin secretario municipal, es mucho más complicado realizar empadronamientos o pedir subvenciones a la Diputación. El cree que, con más facilidades, la localidad podría llegar a tener “15 o 20 habitantes”, pero la realidad es que solo viven aquí él, sus primos y sus respectivas cónyuges (que nacieron en otras localidades y no llegaron a empadronarse en Illán).
El próximo domingo el colegio electoral será la casa del alcalde, “porque cuenta con un amplio recibidor”. La votación será rápida. Illán de Vacas no conoce otro partido en el poder que no sea el PP. El PSOE se presenta, pero Bollain dice que no tiene posibilidades de éxito porque los candidatos son de fuera. De hecho, a los socialistas se les ha votado en ocasiones en elecciones autonómicas y generales —incluso una vez hubo un voto a Podemos, y otro a UPyD—, pero nunca en municipales.
La campaña electoral no existe en estos pueblos. No hay carteles, ni debates, ni grandes propuestas. Sin embargo, las reivindicaciones son muchas. Por no haber, no hay ni una casa consistorial en condiciones, y el presupuesto del municipio se confecciona de una forma muy sencilla: “Es media cara de Excel”. Javier Bollain recuerda que en su niñez llegó a haber casi un centenar de vecinos en el pueblo. Ahora, por las tres calles que lo forman se puede ver a diario a una decena de personas, que se dedican a labores agrícolas o ganaderas pero ni viven ni votan aquí. Los fines de semana hay más gente. El municipio más pequeño de España ya no tiene estación de tren, aunque sí internet de alta velocidad. Y los illaneros disponen de un coche eléctrico para todos, cedido gratuitamente por una empresa.
Un paisaje humano muy similar es el de Jaramillo Quemado (Burgos), con solo cinco personas censadas para votar en estas elecciones. Su alcalde, David Sebastián, es un abogado de 47 años que lleva más de la mitad de su vida al frente del Ayuntamiento. “La primera vez me presenté para echar una mano. Mi padre era el alcalde y no iba a repetir, así que me presenté yo”, cuenta por teléfono. Ni nació en Jaramillo Quemado ni vive ahora en la localidad, pero era el pueblo de su padre y él pasaba allí las vacaciones de pequeño. Le tenía cariño.
“Yo voy una vez a la semana al pueblo. Pero lo tenemos muy bien organizado porque tenemos un buen secretario”, explica. Solo hay otro concejal, que tampoco reside allí. Sobreviven como Ayuntamiento, cuenta el alcalde, gracias a las ayudas de la diputación, la Junta de Castilla y León y el Gobierno central, y a los 55.000 euros anuales que ingresan por el alquiler de un coto de caza y dos fincas. “En este tipo de pueblos hay que ser realistas”, afirma Sebastián. “Vamos a intentar que las cosas mejoren o, al menos, que no vayan a peor”.
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