El positivismo vacío de las tazas de Mr. Wonderful no va a impedir que nos vayamos al traste
Cuando todo apunta a los peores pronósticos, algo en nuestra rutina puede aún ofrecernos una luz

Cuando parece que como sociedad nos vamos al traste y no hay nada que hacer va un chaval en el metro y se levanta para dejar sentarse a una abuela que acaba de entrar en el vagón. Cuando todo parece que se hunde una señora deja pasar al señor que tiene detrás en la cola del super al notar que tiene prisa. Cuando los peores pronósticos para con nuestra organización común se van cumpliendo el cartero llama a la puerta de un tipo y el tipo en cuestión baja para que el cartero no tenga que subir los tres pisos sin ascensor que los separan. Cuando la apatía parece instalada entre nosotros una mujer llora sentada en un banco y una desconocida le pregunta si está bien, si puede hacer algo por ella. Cuando todo va mal va alguien y, así, sin saberlo ni quererlo, te demuestra que van mal muchas cosas pero ni mucho menos todo.
Algo va bien cuando la mujer que va delante de ti sostiene la puerta para que pases. Algo va relativamente bien cuando el hombre de la chaqueta marrón claro persigue la bolsa que el viento mueve de aquí para allá desde hace rato, la consigue agarrar y la tira a la basura. Algo va decididamente bien cuando el niño de los ojos azules corre tras la señora del pelo rizado para devolverle el billete que se le ha caído al suelo.
Mientras Trump y sus imitadores alrededor del mundo deshacen el concepto de democracia un numeroso grupo de personas se encuentran cada primer martes de mes en la sala de actos de un centro cívico para participar en la asamblea de barrio. Mientras los reyes de la desinformación matan la verdad los miembros de una redacción entera abandonan sus puestos de trabajo en protesta por la censura que ha exigido su jefe para contentar a uno de los anunciantes del periódico. Mientras los estados compran más y más armas, más y más gente sale a la calle para pedir la paz.
Tenemos muchos argumentos para pensar en negativo sobre nosotros mismos, nuestra forma de actuar y nuestra forma de estar en el mundo. Muchísimos motivos para pensar que estamos en evidente decadencia; infinitas razones para entregarnos a la mediocridad que nosotros mismos hemos ido construyendo. Porque sí, así en general lo hemos hecho todo fatal, pero en lo concreto, sin embargo, tenemos motivos para la esperanza. La revolución es posible gracias al transeúnte anónimo que comparte su paraguas con un desconocido. Hay una ínfima posibilidad de futuro gracias a la joven que ayuda a un padre de familia a subir el carrito de su bebé al autobús. Seguimos en pie gracias al vecino que ha convertido el parterre del árbol de la calle en un jardín de geranios para el disfrute de todos los vecinos.
Aferrarse al positivismo vacío de las tazas de Mr. Wonderful no ayudará a nadie ni a nada. Salir a la calle y avisar al que está a punto de pisar una caca del suelo sí lo hará. Lo hará porque ese “¡cuidado!” ante esa caca es una acción desinteresada, solidaria y colectiva, porque los cuidados mutuos a pequeña escala nos definen, nos ponen las bases de todo lo demás y nos recuerdan —por mucho que le pese a algunos— que la comunitaria es nuestra forma natural.
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