La paradoja del socialismo catalán
Es notable que el PSC más catalanista con González tuviera menos márgenes políticos que el actual, mientras que el PSC tachado ahora de españolista marca el paso al PSOE
![Pedro Sánchez y Salvador Illa](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5FLARQ2XFNBC5FDVO7WUHI5H4A.jpg?auth=7ca8c5aeb38795b1963024a74661c61873d22d4daddf414981be3dd6373b1fc8&width=414)
Dos palancas suelen mover las cosas en Cataluña en su relación con el resto de España. Una es la máxima acumulación de fuerzas en torno al objetivo catalán privilegiado en cada momento, identificable con las políticas de unidad. La otra es la aportación a la gobernabilidad española mediante acuerdos con la fuerza de gobierno en Madrid. Josep Tarradellas supo activar la primera, gracias al consenso unitario que permitió recuperar la institución de autogobierno republicana que es la Generalitat. Jordi Pujol alcanzó cotas impensables de poder gracias a la segunda en todas las fases de la democracia recuperada, y Artur Mas le siguió todavía un trecho hasta 2012. Convergència i Unió obtuvo así notables contrapartidas de todos: primero de UCD, luego del PSOE felipista y del PP aznarista y otra vez y última del PP rajoyista, hasta el ultimátum sobre el pacto fiscal en plena crisis monetaria y bancaria europea. La ecuación funcionó incluso con Zapatero, cuando Mas pactó a espaldas de Maragall el recorte del Estatut.
Aquella ecuación, acompañada del liderazgo económico de Cataluña y con la gobernabilidad como función fija, era garantía de estabilidad y de resolución de conflictos, que nunca faltaron, dentro de los cauces constitucionales. Nadie como Pujol ha extraído tanto poder de la fórmula, incluso personal y familiar, puesto que junto a los pactos explícitos hubo siempre los inevitables acuerdos en las zonas de penumbra. De otra forma no se entendería su primera victoria ni sus 23 años de gobierno, en los que mantuvo unos excelentes canales de comunicación con las instituciones del Estado. Por incómoda que resultase la retórica nacionalista, la confianza estaba asegurada. Se podía tensar la cuerda, pero a nadie convenía la ruptura. Los malos humores se volcaban ritualmente sobre el guerrismo y sus epígonos, pero especialmente contra el socialismo catalán, atrapado en un sigiloso y maquiavélico consenso entre González y Pujol: tú me ayudas a mandar en Madrid y yo corto las alas a los camaradas catalanes.
Carles Puigdemont quisiera recuperar la representación de la derecha económica, pero siete diputados no constituyen una estrategia, ni pueden devolver a Cataluña el liderazgo que se perdió bajo su presidencia, y mucho menos tratándose de alguien que no valora la estabilidad política ni la seguridad jurídica. Como a Alberto Núñez Feijoó, le convendría un PSC sumiso a La Moncloa y un Pedro Sánchez dominador del socialismo catalán como antaño lo fue González. Es una notable paradoja que aquel PSC más catalanista tuviera entonces menos márgenes políticos que el actual, mientras que el PSC tachado ahora de españolista marca el paso al PSOE y cuenta con más poder institucional en Cataluña y en el conjunto de España. Oriol Junqueras y Puigdemont compiten entre sí por alguna palanca de poder, pero es Salvador Illa quien está más cerca de hacerse a la vez con los resortes del tarradellismo y del pujolismo que hicieron avanzar a Cataluña durante el siglo XX hasta el retroceso del XXI.
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