Perfil | Junqueras, el eterno aspirante a ‘president’
El líder de ERC trata de recuperar a un pueblo que ahora no está a favor de la independencia
Es un hombre de fe. Y se resiste a pensar que se inmoló gratuitamente. Oriol Junqueras cree que, si se sacrificó yendo a prisión, ha de haber una humana y justa contrapartida, un gesto de afecto que colmaría de sentido su existencia: obtener el voto agradecido de los catalanes para ser presidente de la Generalitat.
De momento, no parece que las cosas vayan por ahí. Según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión —el CIS catalán— solo un 17% de los votantes de Esquerra desean que Junqueras encabece el Govern. O sea que después de volver con las tablas de la ley del monte Sinaí, tras pasar tres años y casi ocho meses en prisión (de los 13 años a que fue condenado), Junqueras trata de recuperar a un pueblo que se encuentra cansado del procés y entregado al paganismo (el 54% de los catalanes ahora está en contra de la independencia). Por ello busca la complicidad de quienes confían en su persona, más allá del corsé partidista. “La gente me quiere y me aplaude cuando voy a los actos”, comenta el dirigente a sus allegados.
Aunque pretenda trascender al partido, como presidente de ERC ha mantenido siempre un férreo control sobre todas las decisiones de su formación. Ejerció su autoridad incluso desde la prisión de Lledoners. Allí era fácil verlo despachar con los dirigentes de su formación, quienes siempre le guardaron fidelidad. Sin embargo, ahora, durante la campaña por la presidencia de Esquerra se ha presentado como un hombre que no pudo ejercer plenamente sus funciones al estar entre rejas. Sus oponentes lo niegan y, además, aseguran que incluso estaba al corriente de las campañas de falsa bandera realizadas por el partido, como la de Ernest Maragall ―candidato republicano a la alcaldía de Barcelona, al que unos carteles presentaban como un enfermo de alzhéimer, al igual que su hermano y expresidente de la Generalitat Pasqual― o la aparición de un muñeco con su propia cara que apareció colgado en un puente de Sant Vicenç dels Horts, población de la que fue alcalde Junqueras.
Jugar la carta martirial de víctima de la represión ha sido una de sus constantes en esta campaña a la presidencia de ERC, fruto quizás de sus fuertes convicciones religiosas. “Junqueras es de izquierdas, pero su cristianismo pesa mucho”, asegura un dirigente del partido. Es curioso que la formación, que contó históricamente entre sus votantes y simpatizantes con numerosos masones, esté ahora liderado por un católico que tuvo permesso pomeridiano para acceder durante dos veranos a los archivos secretos del Vaticano nada menos que bajo el pontificado del conservador Karol Wojtyla. Investigaba el papel de la jerarquía eclesiástica durante la guerra de Sucesión. Mientras el cardenal Joseph Ratzinger ―luego pontífice― hacía funcionar a pleno rendimiento la maquinaria del ex Santo Oficio, Junqueras dialogaba con él de fútbol, pues el prelado bávaro era un entusiasta del Bayern y, el líder de ERC, del Barça. Temas amables, pues, mientras el dicasterio para la Doctrina de la Fe ―bajo las órdenes de Ratzinger― interrogaba y sancionaba a teólogos y prelados progresistas y, por tanto, sospechosos de ser poco adictos a la ortodoxia wojtyliana, como Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Pere Casaldàliga o Edward Schillebeeckx, entre muchos otros.
La fidelidad a la institución eclesial de Junqueras está a prueba de crisis, pues incluso ―aseguran fuentes del partido― maniobró para suavizar las duras condenas que desde instancias parlamentarias catalanas se aprobaron contra los casos de pederastia en la Iglesia católica. De esa ortodoxia da fe el soslayo con el que aborda los evangelios apócrifos un político capaz de disertar sobre San Ireneo, el Concilio de Cartago o los judaizantes ebionitas.
Su nueva deriva, su particular caída del caballo, como la de Saulo de Tarso, llegó con la declaración de independencia de 2017, cuando era vicepresidente de la Generalitat y presionó al president para que la hiciera efectiva. “Él y Carles Puigdemont han sufrido desde entonces una transformación paralela. La declaración de independencia fue un fracaso: uno se exilió en Bruselas y el otro fue a la cárcel… pero ambos desde entonces creen que tienen un trato especial con la gente, se sienten figuras mosaicas con fuerza para catalizar al país tras de sí. Y eso sucedió en un momento dado; ahora ya no”, opina un dirigente histórico de Esquerra. Como prueba de ese intento de catalizar en su persona a tirios y troyanos, durante un reciente debate entre los candidatos a presidir ERC, Junqueras se negó a explicar si había votado a favor o en contra de hacer al socialista Salvador Illa presidente de la Generalitat, a pesar de haber dado luz verde a esta operación.
Hubo un tiempo en que todo fue posible. Junqueras llevó a Esquerra a las más altas cotas de poder en su mandato como presidente, cargo que ahora ha revalidado pero que ya desempeñó entre 2011 y 2024. Este barcelonés de 55 años y profesor de historia de la Universidad Autónoma de Barcelona, que renuncia a guiones escritos cuando habla desde los atriles parlamentarios, ha visto como su partido pasaba de dirigir la Generalitat a ser tercera fuerza política, lo que en buena medida atribuye a la ausencia de un liderazgo fuerte como el suyo encabezando la lista. El hombre que pocos días antes de ser indultado, en 2021, reconoció que la única vía a la independencia es la negociación que desemboque en el modelo escocés, porque otros caminos no son “viables ni deseables”, no ha sido capaz de renunciar al protagonismo que ejerció en el pasado. Como si los errores políticos tuvieran, como el Golem de Praga, vida propia.
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