Sobriedad inglesa, sofistificación norteamericana y colorismo nipón en el Primavera Sound
La última jornada del festival viaja desde PJ Harvey al pop nipón pasando, siempre en femenino, por el refinamiento de SZA
Los patrones del indie, Santa Distorsión y San Melancólico, extendieron un invisible manto sobre el Parc del Fórum que le libró del aguacero que cayó en gran parte de la ciudad. En el Primavera apenas una cortinilla de agua, eso sí, tenaz y con amenazador aparato eléctrico, que remojó a la asistencia del último día de festival. Nada grave, aunque una buena parte de la afición, sin paraguas, llevase ropa totalmente veraniega y calzase sandalias. Tampoco fue para alegrarse, como sugirió MItski desde la protección de su escenario, que calificó a la lluvia de sexy, siendo más bien un motivo de agradecimiento al público por soportarla sin moverse de su sitio, disfrutando de la música pese a la incomodidad. Eso es lo que hizo PJ Harvey, triunfadora en el momento en el que declina el sol y protagonista de un concierto serio, concentrado y terso. PJ Harvey, un icono del Primavera, festival del que es una vieja conocida, volvió a estar magnífica.
Artista que nuca falla en sus conciertos, la de Dorset mezcló las canciones de su último trabajo I Inside The Old Year Dying, con algunos de sus temas clásicos. La primera parte del recital, arropada por una espléndida banda donde figuró su cómplice John Parish, espolvoreó la contención casi mística del disco, representado por la severidad que impone en escena la propia Polly Harvey. Ataviada de blanco con unos detalles casi pictóricos en negro que evocaban los rayos que más tarde caerían, gesticulando con pausa casi ceremonial y cantando con la convicción de quien esquiva palabras vacuas y fruslerías, temas como Prayer at the Gate, apertura del recital, The Neter Edge, I Inside The Old Year o A Child’s Question, August situaron en su presente a una artista que en su reciente gira, la de Barcelona era la primera actuación de la nueva, había dedicado toda una parte a este álbum, interpretándolo en su totalidad y en el mismo orden que en el disco.
Puede que cuando nos mojamos no pensemos que la lluvia es sexy, pero estar con Polly Harvey delante, bajo un cielo encapotado en gris que tenía el mismo tono que buena parte de los edificios colindantes y que dejaba ir su lamento acuoso en forma de gotas realzadas en las pantallas como filtro tras el cual estaba ella, fue muy bello. No sólo porque la lluvia no ganó la partida a la música, sino porque tras esa tenue cortina de agua, PJ Harvey parecía una sacerdotisa. Tras el inicial comedimiento rítmico, sostenido por incursiones de violín, una cítara que ella tocaba y una batería que puntualizaba su ritmo sin prisas, el repertorio se abrió hasta incluir a 7 discos de su carrera, con paradas más reiteradas en Let The England Shake To y Bring You My Love, sin olvidar la complicidad con Parish con el tema Black Hearted Love. Ella, lejana pero no distante, recibía hierática y respetuosa los aplausos, y también mostró cercanía emocional al recordar al que fuera su productor, Steve Albini, sin duda el espíritu de esta edición del festival, interpretando sola y con acústica, como en su disco matriz, The Desesperate Kingdom Of Love. Fue un momento para el arrobo. Bajo la tenue lluvia. Oscureciendo. Final eléctrico con Down By The Water y To Bring My Love. Satisfacción generalizada. Hay paisajes que son más hermosos bajo las nubes.
Antes de la actuación de SZA, llamada a ser la estrella de la jornada de clausura, le tocó turno a la norteamericana nacida en Tokio Mitski, la de la lluvia sexy. Su crecimiento internacional, apoyado en su último disco, The Land Is Inhospitable And So Are We la sitúa como un referente del pop más atemperado, que recientemente ha perfilado con steel guitar para acentuar el toque melancólico de una colección de canciones de título poco complaciente (La tierra es inhóspita y nosotros también). Su presencia en escena se fundamentó en una suerte de mezcla entre baile y mimo que pretendía centrar el espectáculo en su figura. Sólo lo logró porque no había nada más que mirar, pues hasta las luces caían cenitalmente sólo sobre ella para que, por si acaso, nadie perdiese detalle. El repertorio, largo como las colas que el público hace en el recinto para proveerse de agua en las fuentes, tuvo momentos de belleza particularmente con Heaven, I Don’t Like My Mind, o I’m Your Man, y a pesar de que Mitski es una buena cantante, de voz tenue que acaricia y envuelve, la sensación de que está fascinada consigo misma y con lo que hace acaba pesando demasiado. Lo único que Mitski no pudo controlar fue el despampanante festival de relámpagos que restaron protagonismo a sus evoluciones en escena, pues el público olvidaba su teatralidad y profería exclamaciones cada vez que la naturaleza se imponía a nuestra pequeñez, iluminando fugazmente el recinto. Un espectáculo descomunal y gratuito.
Y en una jornada repleta de mujeres, son ellas las que ahora se encaraman en las listas y las que consiguen obras de mayor calado, se esperaba con expectación a SZA, una figura de las que no suelen cruzar el océano para venir a la diminuta Europa, de hecho el Primavera Sound suponía su debut en España. La explanada estaba llena y el suyo fue un concierto de los que se pueden seguir en los labios del público, conocedor del repertorio. Y desde luego fue un concierto de los que por estos lares no se ven, pop negro, llámeselo rhythm & blues, sofisticado, elegante y moderadamente bailable, dominado por los medios tiempos de vocación sensual, interpretado por una voz que ganaría concursos de talentos y explicado en una escenografía cambiante de advocación marinera. Sí agua por todas partes en el Fórum, todo que con SZA ya no llovía –aunque el suelo chapoteaba-. Se podría decir que el concierto se dividió en dos partes, una de carácter rítmico, con graves consistentes, pulsión constante y estribillos nítidos, ese tipo de canciones perfil Seek & Destroy o Love Galore, que abrieron el concierto, Low, que sonó hacia la mitad o Kiss Me More, una canción para saltar pellizcado por el funk-hop. Entonces era fácil dejarse inundar por la vitalidad y la vista deambulada por un enorme cuerpo, la masa, cadencioso y sonriente, que mostraba estar donde hacía tiempo quería estar: allí, con SZA, con ella.
Ella no estaba sola, pues pese a la pulsión digital que acompaña a esta música, el sonido de bajo y batería, amén de un par de solos de guitarra de estirpe rockera con sus correspondientes poses por parte de la ejecutora, aportaban el toque analógico. Lo reforzaba un cuerpo de baile, que ni con el concurso de los visuales y de los cambios de configuración del decorado lograron construir nada recordable por previamente visto unas 54 veces. Por supuesto que era espectacular, pero esa es la base de partida exigible a un espectáculo de estas dimensiones. SZA era el centro, dio algún paso de baile, aunque eso no parece ser lo suyo y especialmente cantó. Y eso sí que lo hace como los ángeles, con una voz poderosa flexible y dúctil de primer nivel, con un gran falsete sostenido. Lo que ocurre, y esta fue la segunda parte de su repertorio, es que en ocasiones, bastantes, SZA se dejaba llevar por el romanticismo y utilizaba esta voz para lucirla conduciendo baladas y medios tiempos que no despegaban, que en disco funcionan mucho mejor y donde lo mejor era su voz, como en los concursos de talentos donde sólo eso se premia. En los festivales, también en los conciertos, esos instantes son los momentos de la cerveza o de la fisiología, tramos en los que el remojo emocional acaba arrugando el ánimo, salvo que haya un enamoramiento en proceso, en su parte más química. Su acumulación acabó lastrando un concierto de los que a pesar de todo, aunque sólo sea por lo inusual de tenerlos al alcance y por su calidad formal, merecen la pena ver. No se olvide que de una forma u otra pasaron por escena Kendrick Lamar, Travis Scott, Doja Cat y Drake. Con Kill Bill se mecieron los brazos, más tarde SZA saludó y agradeció en castellano, se anunció el fin del concierto con un The End en las pantallas pero un posterior bis dejó claro que ella se había sentido gratificada. Y sonó 20 Something como broche final.
Tras tanta sofisticación, estar con las niponas Atarashii Gakko!, fue como volver a la vida atropellada, callejera, híbrida y efervescente del día a día. Eran otra rareza en nuestras carteleras. El cuarteto femenino de pop cuyo nombre significa nuevos líderes escolares es una batidora de ritmos donde el electropop, el hip-hop, el pop, el pop-rock, el J-Pop, adaptación nipona del pop con larga historia a sus espaldas, y la electrónica se mezclan sin reparos, a la brava, con juvenil desprejuicio. Ellas, uniformadas como escolares, cuyas temáticas de incomprensión como aprendices de adultos cantan, ejecutaban briosas coreografías que no quieren pasmar sino divertir con su dinamismo y gestualidad. En cierto modo remitían a unos Power Rangers, aunque muchísimo menos chuscos. Y nada más en escena, todo pregrabado. El público enloqueció con piezas como Suki Lie o Tokio Calling, un paradigma del grupo, donde el Londres de The Clash es el Tokio moderno en el que “papá está atascado en la rutina…./el hermano está encadenado a la pantalla…../la madre escapa a la realidad, adicta a los ídolos”. Esto cantado en japonés, con un bombo a toda velocidad, un telón de teclados oscuros y ominosos y ellas bailando, saltando y orientando el micro al público para recibir su cántico –reducido a las pocas palabras en inglés del tema-. Una divertidísima y en el fondo nada superficial locura kitsch propia de una cultura que viaja en tren bala.
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