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Lana del Rey, la diosa del Primavera Sound

La cantante bajó a la tierra y deslumbró a una multitud embelesada

Lana del Rey en el concierto de este viernes en el Primavera Sound.
Lana del Rey en el concierto de este viernes en el Primavera Sound.Albert Garcia

Si habían esperado 5 horas ante el escenario, no iban a molestarse por esperar 25 minutos más, los que tardó Lana del Rey en aparecer. Vestida como una vestal minifaldera, peinado esculpido y las botas que hubiese deseado Elton John para su Rocket Man. Se movía con parsimonia celestial, dejándose ver, caminando sin tocar tierra, como hacen las divinidades. Griterío estridente. Saludó con rutina en un decorado abigarrado y con aplomo la diva sofisticada, la mujer de otra época, la venida del pasado para trascender hasta el futuro, comenzó con Without You y en las primeras de cambio abordó éxitos como West Coast, Summertime Sadness, Doin’ Time o Ride, preludio de un éxito cantado. La multitud lo corroboró con su presencia. Lana del Rey reinó sin despeinarse.

Porque en ese no despeinarse reside gran parte de su éxito. Atendiendo con esmero a la construcción de su personaje, una diva divina, cuanta menos gesticulación, sudor, movimiento o asunción de atributos mortales, mayor es su nivel de penetración. Cuenta además con una voz de contralto que aporta una sonoridad grave, lo que da aún más peso al efecto de sus palabras entre los fieles, amplificada en el Primavera en temas como Born To Die. También acarició con esa voz que puede variar de entonación, como hizo en The Grants, donde por momentos pareció una chiquilla implorante. En conjunto Lana del Rey es la perfecta construcción de un fenómeno en el que todo suma consiguiendo la cuadratura del círculo, ser una especie de divinidad asequible, una diosa que habla en humano. Se despidió con Young & Beautiful evidenciando que por mucha bailarina, músicos en escena y decoración recargada, lo único importante allí era una diosa capaz de cantar Videogames como si fuera una biblia laica.

Tras su concierto la explanada se despobló y The National, que actuaron en el escenario contiguo, tuvieron ante sí una masa de bolsillo. Tras el hieratismo de Lana, ellos, señores mayores atribulados, hasta parecieron punkis, todo movimiento y fibra. La gesticulación, nunca excesiva de Matt Berninger, pareció por contraste de vendedor ambulante, gesticulando en Sea Of Love, Eucalyptus o Don’t Swallow The Cap, primeras canciones de un generoso repertorio que apoyado por metales, llegó a su fin dos horas más tarde, con About Today. Hasta el momento ha sido la actuación más larga del Primavera, un sonido el de The National que pese a su esencia indie conecta con el público más adulto, porque es tan verdad que los indies se hacen mayores como que el festival tiene también un público bastante crecidito.

La jornada nocturna ofreció otro concierto singular de Tirzah, una artista a la que no gusta facilitar el acceso a su música en directo. Sus escenarios, siempre en penumbra aunque esta vez se le pudo ver la cara, la muestran ajena a toda concesión, los temas acaban bruscamente, se inician de manera que en ocasiones parecen la continuación del anterior, no hay comentarios o agradecimientos y sus beats, rugosos y en el Primavera crecientemente saturados, son el colchón sobre la que ella lanza sus letras, basadas como el ritmo, en la repetición de frases y palabras como si se tratase de un mantra. Hay un aire de dejadez y abandonos narcóticos en su música, que no cabe en etiquetas más allá de las texturas electrónicas disparadas por su colaborador en los ritmos, único acompañante en el escenario. El repertorio se basó en su último trabajo, trip9love…? que interpretó en su casi totalidad, y acabó bruscamente. Tirzah es la única habitante de su propio mundo.

Un hombre baila mientras sigue el concierto de Omar Apollo.
Un hombre baila mientras sigue el concierto de Omar Apollo. Albert Garcia

En cambio por la tarde, bajo el imperio del sol, ya se notaba que la jornada sería concurrida. Una riada humana transitaba del metro al recinto, donde decenas de auxiliares encauzaban el flujo. Uno de ellos decía “ahora bien, pero por la noche salen muy torcidos, en especial los guiris, ¡se pegan cada torta al tropezar con los bordillos!”. Le quedaban un montón de horas de trabajo, pero estaba contento, no se sentía mal pagado, 700 euros limpios por doce horas diarias durante cinco días. Otros trabajadores, estos policías, levantaban tapas de alcantarillas en torno al recinto para verificarlas: “Lo hacemos por protocolo en todos los acontecimientos”, decía el mando a cargo del operativo, seguro de no encontrar nada más allá de lo normal bajo una tapa de alcantarillado. Ya en los accesos a la plataforma marítima, donde los escenarios principales, un gentío hacía cola y no era para ver a Ferran Palau sino para conseguir lugar ante el escenario donde actuaría Lana del Rey. Emily, 18 años, venía con su madre desde Alicante y estar allí era el regalo por haber cumplido 18 años. Por cierto, los menores de 15 entraban gratis y también hacían una importante cola para recibir su pulsera. Día grande se intuía.

“En vaya plaza me ha tocado actuar”, ironizaba Ferran ante un público que no era suyo y charlaba como sólo se charla al estar nervioso. Ellas vestidas con faldas largas y encajes, ellos como siempre, más vistosos los homo y más convencionales, con excepciones, los heteros. Purpurina y brillos por doquier. Ante ese panorama, Ferran fue a lo suyo, a desplegar ese maravilloso pop-folk delicado, centrado en el amor y con unos soberbios solos de guitarra de Jordi Matas, un guitarrista que aúna la técnica, la sutileza y el calor humano. Palau, que presentaba Plora aquí, probablemente su mejor disco, fue acercándose poco a poco al público con temas como Fil d’or, S’estenen flors, Snif o M’encanta muestra de un cancionero sutil e íntimo que redondeó con temas clásicos como Univers. Su ironía le llevó a preguntar a los fans de Lana cómo se llamaban, ¿laners?, ¿delsreyes?, evitando términos más castizos como por ejemplo “laneros”.

Actuacion de The Natoinal en el Primavera Sound.
Actuacion de The Natoinal en el Primavera Sound. Albert Garcia

La siguiente cita era en el Auditori, lo que significaba caminar contra corriente, ya que se encuentra en la entrada del recinto. Era fácil sentirse una tortuga neonata que equivocando el camino se dirigía hacia las palmeras y no al mar. Ya en esas palmeras, Joanna Sternberg desplegaba en la solemne oscuridad del recinto un cancionero folk para el que esgrimió tanto guitarra como teclado. Persona singular, el sustantivo equilibrio no sería la mejor definición de la personalidad de esta artista que también dibuja, asentada en Nueva York. Voz nítida y aguda que puede evocar a la de Karen Dalton, temas como I’ve Got Me, She Dreams o The Human Magnet Song impusieron un celoso silencio sólo roto cuando ella bromeaba con su incapacidad para comenzar bien los temas (repitió la entrada de varios de ellos). Con sólo dos discos ya tiene un buen ramillete de canciones desnudas en las antípodas del artificio.

De vuelta a los escenarios al aire libre, parada obligada en Energy Control, donde sus responsables aseguraban que las drogas compradas fuera eran de mejor calidad y menos peligrosas que las adquiridas dentro del festival. Esta organización vela porque quien desea alterarse lo haga con garantías. Y garantía de eficiencia mostró Guillem Gisbert en su escenario. El cantante en excedencia de Manel mostró que su repertorio también funciona en grandes escenarios, aunque frente a él todo el público fuese local, lo que siempre ayuda. Pero al aire libre sus canciones ganaron eso, aire, y temas como Les dues torres o Un home realitzat sonaron perfectos, con él haciendo moderadamente el tonto al atreverse con unos pasos de sardana para acabar Balla la masurca. Espléndido su pase, reafirmación del buen momento de la música en catalán.

El público de Troye Sivan en un momento de su concierto de este viernes.
El público de Troye Sivan en un momento de su concierto de este viernes. Albert Garcia

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