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La sequía en la Cataluña agrícola: un agujero de 25 millones en los cereales y el temor a perder la campaña de fruta

La carencia de lluvias y las restricciones al riego siembran de incertidumbres las cosechas

sequía cataluña
Una imagen de trabajadores de la fruta en Lleida, durante la campaña de 2022.Massimiliano Minocri
Marc Rovira

La actividad agrícola absorbe el 70% de la demanda de agua que se consume y, en plena sequía, el campo catalán está sembrado de recelos y temores. La escasez de lluvias ha puesto en jaque las cosechas de esta temporada y amenaza con dejar un socavón económico en un sector que tiene las cuentas tiritando. Hay incertidumbre sobre si se podrá regar este verano y, de partida, se da por perdida la posibilidad de hacer una segunda cosecha de cereales, lo que implica un perjuicio a la baja de 25 millones de euros. Viendo el escenario, los productores de fruta han activado las luces de alarma ante las dudas de si será posible completar la campaña de recogida de melocotones, manzanas y peras.

Jaume Gardeñes explota 45 hectáreas de tierra en la Noguera, Lleida. Se dedica principalmente a la manzana y a la pera, y es representante del sindicato Unió de Pagesos. “No tenemos ninguna previsión de hasta cuando se podrá regar”, dice. “No se ha querido mojar nadie, ni la Generalitat ni los que gestionan los canales de riego”, lamenta. Afirma que “si no llueve, la campaña de fruta no se podrá salvar”. Da por descontado que, si las tormentas no aparecen durante los meses de abril y mayo, será imposible alargar el riego durante el verano. La cosecha de melocotones, nectarinas, manzanas y peras arranca en junio pero se estira hasta septiembre, y los árboles demandan riego regular para no marchitarse. Una hectárea de frutales necesita entre 9.000 y 10.000 metros cúbicos de agua para estar operativa y los productores temen que este verano las restricciones rebajen el flujo hasta los 2.000 metros cúbicos. Lo justo para que los árboles resistan con vida sin marchitarse.

Sin fruta en el capazo no hay ganancia ni beneficio, pero los agricultores sí han tenido que adelantar una inversión de hasta 10.000 euros por hectárea para podar, preparar y abonar las fincas. Gardeñes trata de evitar dar cifras para no anticipar el desastre, pero se le escapa que en hay en juego un impacto de “por lo menos 400 millones de euros”. Confiesa tener “cuatro aplicaciones de meteorología” descargadas en el móvil, y las previsiones que observa no alientan su optimismo. “No soy creyente, pero si pasase por Montserrat seguro que encendería una vela para que llueva”, dice.

Santi Caudevilla se dedica al cultivo extensivo de cereales. La siega de la cosecha de invierno, cebada, trigo y centeno, está a la vuelta de la esquina, pero renuncia a poder replantar maíz, girasol o soja durante el verano para volver a cosechar durante el otoño. Afirma que la franja que une Lleida y Aragón es “de las pocas zonas de Europa, si no la única” capaz de lograr dos cosechas anuales. “Lo que hacemos aquí no lo hace nadie”, defiende Caudevilla. Un logro que se convierte en inviable sin agua. Que la zona afectada, una área de 25.000 hectáreas, se quede sin segunda cosecha implica un impacto económico a la baja de 25 millones de euros.

La región de Lleida concentra casi la mitad de superficie agrícola que hay en Cataluña y es la zona líder en España en cuanto a producción de fruta. Su dependencia del agua es absoluta. La Generalitat alega tener poco margen y se escuda en que la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) acapara las competencias en ese territorio. Técnicos de la CHE estuvieron esta semana en una jornada en Mollerussa (Lleida), en la sede de la comunidad de regantes del Canal de Urgell, y alertaron que la situación es “muy mala” y que es menester esperar a ver como evoluciona la meteorología durante los meses de abril y mayo antes de decidir si procede imponer medidas más restrictivas.

Las estreches con el agua han agudizado el debate acerca de la eficiencia de los sistemas de riego en la agricultura. El riego a manta, o por inundación, resiste como una práctica muy implementada en la mayoría de explotaciones, lo que implica un uso intensivo y descontrolado del agua. Apostar por un sistema de riego por aspersión o por goteo implica un ahorro de el 15% del consumo, pero conlleva unos costes de 6.000 euros por hectárea, un desembolso que en un sector lastrado por el envejecimiento no todo el mundo está dispuesto a asumir.

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“Se nos acusa de malbaratar el agua regando a manta, y eso no es así. Porque si todos regásemos en aspersión y gotero muchos pozos no podrían rellenarse con el agua que se filtra por la tierra”, dice Jaume Gardeñes. Y, luego, se encomienda al cielo. “Tengo la esperanza que en estos dos meses llueva, muchas veces la Semana Santa ha sido lluviosa”.


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