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Cuarenta horas sin bajar la persiana en Sidecar

Multitud de actividades de todo tipo han celebrado este fin de semana la cuarentena de la popular sala de la Plaza Real, cuya historia se recoge en un libro

Actuación de la Habitación Roja, el sábado, durante el 40 aniversario de la sala Sidecar, en una fotografía cedida por la sala.
Actuación de la Habitación Roja, el sábado, durante el 40 aniversario de la sala Sidecar, en una fotografía cedida por la sala.Clara Orozco/Sidecar

“Lo que pasa en el exterior de tu casa ha de formar parte de tu casa”. Era la forma en la que la arquitecta Beth Galí, vecina de la Plaza Real de Barcelona, cuyo piso está encima de la sala Sidecar, de la que es y ha sido habitual usuaria, reivindicaba la existencia de un local al que ha entregado horas de asueto que ahora algún publicista llamaría “de proximidad” porque sólo le exigían bajar una escalera. Buena vecindad se ha llamado toda la vida. Por su parte, el escritor Carlos Zanón decía en tono elogioso de Roberto Tierz, fundador de la sala en 1982, “le distingue la ausencia de épica”, refiriéndose a cómo su personalidad tranquila y sin astracanadas ha impregnado tanto a la sala como a la forma en la que ha escrito su dilatada historia en el libro Este no es el libro de Sidecar que se publicará la semana que viene y que el propio Zanón, otro usuario del local, prologa. Ambos participaron junto al mismo Roberto en un programa organizado en la sala por Radio 3 mediante Consol Sáenz dentro de las actividades que durante 40 horas ininterrumpidas, cerradas a las 06:00h de la mañana del domingo, han celebrado 40 años de historia de una aldea gala enclavada en el centro turístico del imperio romano, una Plaza Real que Roberto pidió recuperase el comercio de servicio y de paso fuese devuelta a los barceloneses. Con su habitual aplomo y elegancia dijo “no tengo problemas con el turismo, pero no estaría mal repartirlo por más zonas”.

A las seis de la mañana del sábado, tras la primera jornada de celebraciones, un camarero del Sidecar le decía a Roberto en plan minuto de juego y resultado “9 cervezas y 3 cafés con leche”. Julio Lobos y Gabriela ambientaban el desayuno de unos y el final de noche de otras a base de versiones, alguna de ellas interpretadas con ayuda del kazoo, instrumento dignificado, si fuese preciso, por Paolo Conte. Era una forma de poner en práctica una de las frases escuchadas a lo largo de la jornada: el jaleo es cultura, creada al alimón en otra entrevista de Radio 3 en Sidecar por Juanito, uno de los trabajadores del local, y el arquitecto y músico Ramón Faura. Y jaleo ha habido durante el fin de semana, pero no siempre el imaginado en una sala de conciertos y local de baile, ya que en la tarde del sábado 140 criaturas degustaban chocolate con churros hasta agotar existencias bajo la atenta mirada de sus progenitores en esa Plaza Real temporalmente hurtada a otros idiomas que no fuesen catalán y castellano. En el libro del Sidecar hay más alcohol que churros, pero que nadie espere un listado de anécdotas chuscas de programa rosa, excesos sin freno y peticiones extravagantes solicitadas por los músicos de los más de 5.000 conciertos que allí han tenido lugar, no. Alguna hay, por supuesto, pero lo que articula la obra es una mirada a los cambios que ha sufrido la ciudad, su noche y sus músicas en esa probeta en forma de plaza porticada construida en 1.848.

Para Roberto ha habido tres fases: “una primera con delincuencia del mismo barrio, infractores de la ley que respetaban a los vecinos y no rompían el ambiente acogedor de la plaza. La segunda la marcó la llegada de mafias foráneas, con heroína y otras drogas duras y la consecuente inseguridad y el crecimiento de estampas lumpen. El borrón y cuenta nueva fueron las Olimpiadas, que en los años inmediatamente posteriores a su celebración marcaron los mejores años del barrio antes de que el turismo masivo cambiase por completo su fisonomía hasta darle el aspecto actual”, precisó. A pesar de los pesares, y como pudo verse en sus 40 horas de celebración, Sidecar vive del público local, ese que siguió las charlas, debates, entrevistas, exposiciones y el concierto de La Habitación Roja que actuando en una sala pequeña para su capacidad de convocatoria, la llenó el sábado por la noche. Público de treinta, cuarenta y jóvenes, menos, en la veintena agitadas emocionalmente por el grupo de La Eliana con piezas como Un día perfecto o Cuando te hablen de mí, canciones que bien podrían hablar de escenas acaecidas en la sala.

Pero Sidecar también había ofrecido música para los más jóvenes mediante Mushkaa, una emergente artista urbana que participó también en un debate con el productor, compositor e intérprete Alizzz y Yago Alcover del grupo de guitarras Mujeres sobre el futuro de la música, un porvenir del que sólo se sabe que posiblemente acabe sorprendiendo. Destacó la madurez Mushkaa, una joven de 18 años con apenas cinco temas en Spotify que nada con facilidad en el mundo de las redes en el que ha nacido y que le ha llevado a llenar dos conciertos casi consecutivos en esa sala que nació cuando sus progenitores probablemente ni se habían conocido. Por cierto, Mushkaa es hermana de Bad Gyal, buena maestra tiene. Fue el necesario contacto con lo nuevo de una sala de otros tiempos, aquellos en que como recordó Ramón Faura “había muchos más bares en la zona a los que sin haber quedado podías ir con la seguridad de encontrarte con alguien”. Hoy queda el recuerdo. Y Sidecar.

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