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El flechazo de Barcelona 92

El deporte español alcanzó su momento cumbre en los Juegos Olímpicos hace 30 años y nada volvió a ser igual

El flechazo de Barcelona 92

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Ramon Besa

Jordi Basté telefoneó a Pep Guardiola cada noche durante los Juegos de Barcelona 1992 desde el IBC de Montjuïc. El periodista de Catalunya Ràdio comunicaba un poco antes de que empezara su programa Al final de la jornada olímpica con la habitación que el jugador del Barça compartía con su compañero Chapi Ferrer en la concentración de la selección española en el NH de Valencia. La llamada era breve, tenía lo “absurdo de la obligatoriedad por superstición” —confesión del propio Basté— y servía para que ambos comentaran a diario la jornada olímpica que se concentraba muy lejos de la ciudad en la que se recluyó el equipo de fútbol después de que ya hubiera estado encerrado en Cervera de Pisuerga (Palencia).

Los muchachos de Vicente Miera habían amenazado con un motín si no les dejaban acudir a la ceremonia de inauguración en el Estadio Olímpico. La intervención del capitán Roberto Solozábal fue decisiva para que pudieran estar presentes en el estreno de Barcelona. Los jugadores no querían ser ajenos a los Juegos, y mucho menos unos deportistas extraños en un torneo olímpico cada vez más familiarizado con el fútbol, sino que aspiraban a ser partícipes de una fiesta que marcó el momento cumbre del deporte español desde la montaña de Montjuïc. Guardiola se ha felicitado pasado el tiempo por el contacto con Basté e incluso se lamenta por no haber podido vivir más enganchado a Barcelona 92.

Pep Guardiola, en el momento de recibir la medalla de oro de fútbol de manos de Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, en los Juegos Olímpicos de 1992. De izquierda a derecha: Kiko, Toni, Alfonso y Juan Manuel López. Con la medalla en el cuello, Guardiola, que la acaba de recibir, y Bergés y Cañizares que esperan su turno.
Pep Guardiola, en el momento de recibir la medalla de oro de fútbol de manos de Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, en los Juegos Olímpicos de 1992. De izquierda a derecha: Kiko, Toni, Alfonso y Juan Manuel López. Con la medalla en el cuello, Guardiola, que la acaba de recibir, y Bergés y Cañizares que esperan su turno.Agustí Carbonell

El timing competitivo fue al fin y al cabo el motor del éxito de los Juegos. Los triunfos continuados de los españoles desde el 25 de julio al 9 de agosto propiciaron la catarsis: expectación en las sedes —el público respondió de forma generosa y entusiasta—, colaboración de la ciudadanía —se contaron más de 35.000 voluntarios— y admiración mundial, especialmente en Europa, después de que la candidatura catalana superara a la de París. La ilusión colectiva ayudó a alcanzar una victoria que dio sentido a la revolucionaria transformación de Barcelona. El resultado final después de la alegría diaria fue la mejor respuesta a las dudas generadas por el proyecto validado en 1986, cuatro años después de que España fracasara en el Mundial de Fútbol de 1982.

Los antecedentes no jugaban precisamente a favor y el temor al ridículo aumentó después de la fallida inauguración del estadio el 8 de septiembre de 1989 en la Copa del Mundo de atletismo, cuando las protestas independentistas y un gran aguacero saludaron la llegada del rey Juan Carlos. La imagen contraria se dio tres años más tarde en el estreno y en la clausura de los Juegos. La presencia del Monarca en distintas pruebas se asoció entonces a la suerte, después de totalizar 22 medallas (13 de oro, siete de plata y dos de bronce) frente a las 26 sumadas en las 16 ediciones anteriores desde 1900. Ocho españolas, de las 129 participantes por 301 hombres, subieron por vez primera al podio y España alcanzó el sexto puesto del medallero entre 169 países y 9.370 deportistas reunidos en Barcelona.

No solo se trataba de organizar y participar en un desafío mayúsculo, sino que se imponía ganar en unos Juegos presididos por la reconciliación, el gigantismo y el mercantilismo una vez que el COI flexibilizara las normas a fin de que no faltara nadie en una cita sin boicoteos como fue la de 1992. Alcanza con saber que las previsiones cifraban en 12 las medallas posibles para valorar el botín de las 22 contadas —junto con 21 diplomas— por España frente a las 112 del Equipo Unificado —agrupaba a los atletas de varias exrepúblicas soviéticas—, 108 de EE UU y 80 de Alemania, señal del nuevo mapa geopolítico mundial: había caído el muro de Berlín, Sudáfrica reaparecía después de la derogación de las leyes del apartheid, la URSS se desmembraba y se descomponía Yugoslavia.

El debut de los profesionales permitió que actuara el Dream Team. El técnico Chuck Daly no pidió ni un tiempo muerto en los ocho partidos que el equipo de la NBA liderado por Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird, y ganó con un promedio de 117 puntos y una ventaja media de 43.

Igual de significativos fueron el único récord del mundo individual de atletismo del estadounidense Kevin Young en los 400 vallas (46,78 segundos); la victoria en los 1500m de Hassiba Boulmerka, amenazada por los fundamentalistas islámicos por vestir pantalón corto y no llevar velo, hasta que huyó de Argelia; la carrera a la pata coja del británico Derek Redmond en los 400m cuando se lesionó y alcanzó la meta con la ayuda de su padre; el fracaso en todos sus intentos en salto de pértiga de Serguéi Bubka o las seis victorias —cuatro en un día— del gimnasta Vitaly Scherbo.

Kevin Young celebra el oro conseguido en 400 metros vallas.
Kevin Young celebra el oro conseguido en 400 metros vallas. Neal Simpson - EMPICS (PA Images via Getty Images)

La expectación era máxima cuando competía la delegación española desde la victoria a los dos días de competición del ciclista José Manuel Moreno después de que Miguel Indurain celebrara el segundo Tour. Moreno dio la vuelta de honor al velódromo con una bandera catalana y una española en una imagen que expresó el consenso político e institucional de los Juegos. Martín López Zubero se convirtió en el primer campeón olímpico de la natación española, de la misma manera que la yudoca Miriam Blasco protagonizó un doblete para la eternidad: fue la primera española en ganar una medalla en unos Juegos de verano —cinco meses antes Blanca Fernández Ochoa logró el bronce en los de invierno— y la pionera con un oro después de que meses antes falleciera en accidente su técnico Sergio Cardell. Blasco volvería a ser portada informativa años más tarde cuando anunció su boda con la que fue su adversaria en la final: la británica Nicola Fairtbrother. El protagonismo de la mujer española no paró de progresar hasta sumar más medallas que el hombre en Londres 2012.

El impacto español fue igualmente de peso en una disciplina tan olímpica como el atletismo: Daniel Plaza ganó los 20 kilómetros marcha el 31 de julio, un día de un calor abrasador, y una humedad del 89%, y se convirtió en el primer atleta español que obtenía el oro en unos Juegos. La apoteosis llegó en la penúltima jornada con el éxito de Fermín Cacho en los emblemáticos 1500m. La vela nunca falló en la escasez ni en la abundancia y en Barcelona se consiguieron cuatro oros: Theresa Zabell y Patricia Guerra (470), Kiko Sánchez Luna y Jordi Calafat (470), Luis Doreste y Domingo Manrique (Flying Dutchman) y José María Van der Ploeg (Finn) mientras Natalia Vía-Dufresne era segunda (Europa).

Hubo un momento de tanta euforia que la plata pareció un metal menor, como cuando España perdió la final de waterpolo ante Italia después de tres prórrogas y un tiro al palo de Miki Oca. Y es que Doreste ya sumaba dos oros olímpicos, después del obtenido en Los Ángeles, proeza inédita que cuatro años más tarde igualaría Zabell. Oro en Barcelona fue también la yudoca Almudena Muñoz y sorprendentemente los equipos de tiro con arco masculino y el de hockey hierba femenino —deporte que contaba con 430 licencias y 25 amateurs— después de un gol de Eli Maragall, sobrina del alcalde Pasqual Maragall. El polo opuesto fue el equipo de baloncesto que no levantó el vuelo después de perder por veinte puntos con un rival con solo seis profesionales como Angola.

Una acción del partido de la final de waterpolo entre las selecciones de Italia y España.
Una acción del partido de la final de waterpolo entre las selecciones de Italia y España.EFE

La medalla de plata fue, en cambio, muy celebrada por Antonio Peñalver (decatlón) Faustino Reyes (boxeo), Jordi Arrese (tenis), Carolina Pascual (gimnasia rítmica) y Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario (tenis). Arantxa repitió medalla con el bronce individual, el mismo metal que atrapó en el salto de pértiga Javier García Chico. Y el equipo de fútbol no paró hasta alcanzar el oro en una final apoteósica ganada a Polonia por 3-2 en el Camp Nou con un gol de Kiko. El ánimo de los futbolistas había sido inequívoco desde el inicio, cuando exigieron estar en una inauguración cuyo abanderado fue el príncipe Felipe, tercer olímpico de la familia real de España.

Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario, en un momento del partido de dobles que disputaron con las francesas Demonge y Tauziat, a las que vencieron por 6-2 y 6-4, en los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario, en un momento del partido de dobles que disputaron con las francesas Demonge y Tauziat, a las que vencieron por 6-2 y 6-4, en los Juegos Olímpicos de Barcelona.EFE

El maridaje entre atletas y la sociedad civil fue una constante en unos juegos muy queridos por los deportistas, los clubes, las federaciones, la administración deportiva y el tejido asociativo catalán heredero en algunos casos de la Olimpiada Popular de 1936 cuya inauguración estaba prevista para el día que empezó la Guerra Civil. El espíritu de colaboración quedó resumido en una frase de Maragall: “Lo que es bueno para Barcelona es bueno para Cataluña y lo que es bueno para Cataluña es bueno para España”. Incluso el Real Madrid lució el anagrama olímpico de América Sánchez en la Copa de la UEFA 1985-1986. La unión, la alegría y la moral de victoria eran más fáciles de alimentar con el dinero del Plan Ado.

Inspirado en el modelo alemán, que abogaba por concentrar las subvenciones, y con metas a medio y largo plazo, el plan ayudó a financiar la preparación de los atletas con los fondos de empresas patrocinadoras que permitieron invertir también en material, atención médica y la contratación de técnicos extranjeros -hubo hasta 53-. La colaboración público-privada permitió que se manejaran unos 12.500 millones hasta Barcelona 92. La inversión en los deportistas fue tan extraordinaria como limitada la de instalaciones deportivas -el 9% de la inversión en infraestructuras de Barcelona 92. Los Juegos funcionaron como un círculo virtuoso desde su adjudicación el 17 de octubre de 1986 hasta su clausura el 9 de agosto de 1992.

Al salto de euforia de Maragall recién llegado de Lausana por el anuncio del presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, siguió la jarana que el último día montaron los deportistas en la tarima de Montjuïc al son de la ruma de los Manolos, los Amaya y Peret. “¡Atletas, bajen del escenario¡”, clamó la voz inconfundible de Constantino Romero por miedo a que se hundiera la tarima montada en el Estadio Olímpico. No hubo ni un incidente remarcable, tampoco se sabe de contratiempos serios y la meteorología ayudó al calor popular desde el inicio hasta el final de los Juegos. Barcelona 92 pareció tan perfecta que fue considerada excepcional e irrepetible: una embriaguez de satisfacción colectiva como ha escrito Antonio H. Filloy.

Nada ha sido igual desde entonces, como si se hubiera tratado de una obra de teatro con una función única y tan irreproducible que la selección española de fútbol ni siquiera ha vuelto a disputar desde entonces un partido oficial en el  Camp Nou. Tal fue el misterio que todavía hoy se discute sobre el encendido del pebetero y la parábola descrita por flecha de Rebollo. Aunque el salto de calidad resultó incuestionable y aquella lección de autoestima permitió acabar con los complejos y cambiar la mentalidad del deportista español, nunca más se han ganado 22 medallas en unos Juegos. Guardiola y Basté, mientras tanto, siguen siendo “amigos para siempre” como decía la canción de Barcelona 92.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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