Bad Gyal, la reina urbana, vapulea el Sant Jordi
La artista se encumbra en el escenario barcelonés con una fiesta a mayor gloria de las caderas
Son unos gorros cilíndricos altos, peludos y negros. En su interior suele haber un inglés haciendo guardia en algún palacio real. Cámbiese al inglés por las piernas de Bad Gyal. Se sale ganando. Así calzada, con esa especie de piel de oso cubriéndola de tobillo a rodilla, nuestra reina urbana salió pisando fuerte al Sant Jordi en la noche de su encumbramiento. Elegancia sutil en el resto de negra y escueta indumentaria que lucía, un modelo imitable en menor presupuesto y peor tejido por las jóvenes que se la comían con los ojos mientras el ritmo marcaba el inicio de la introducción. Poderosa, plantada en escena como un moai, segura de sí misma, dejando que su cuerpo y su cara, cubierta con unas gafas tamaño dos soles, ejemplificasen lo que una chavala puede ser y significar creyéndose a sí misma. Ellas, y el colectivo LGTBI+ que también la admira, ven en Bad Gyal la que pone en fuga con su actitud al pesado que en la discoteca te come con la mirada acuosa propia del perro antes de que le sueltes la pelotita. Es una heroína que alienta a que cada persona sea como quiera sentirse. Y muchas y muchos lo agradecen. También que sepa caminar sin tropezarse con semejantes botas.
Bad Gyal, las nuevas-viejas maneras de decir las cosas. Nada de alambicamientos, adiós a las sugerencias, las cosas claras, que el mundo ya nos ha sido entregado como un lugar groseramente explícito. ¿Que no soy buena hablando en público y estoy nerviosa porque este es mi primer Sant Jordi?, pues me tiembla la voz y reconozco que lo mío es montar una fiesta y no darle a la lengua. Así lo dijo la de Mataró cuando saludó al público tras su primer granizado de canciones y antes de seguir con otros seis cortes, fusionados hasta que las composiciones fuesen una continuidad. Tiempos veloces. Tanto que el Sant Jordi lo ha conseguido sin lanzar un elepé. ¿Para qué nos relacionamos además de para contarnos las cuitas?, ¿no es para lo de siempre?, ¿para qué irse por las ramas si todas sabemos lo que hay?, ¿porqué no usar la cadera para bailar en lugar de parecer estacas?, ¿no puede la cadera ir a derecha e izquierda, de adelante para detrás y de arriba abajo?, ¿no puede el cuerpo liberarse de doctrina católica y gozar como nos han enseñado caribeñas y africanos ?, ¿no puede la mujer apropiarse y dar nuevo significado a ese brusco movimiento pélvico que los futbolistas usan para fustigar a la hinchada ajena?, ¿y no podemos hacer esto y más sin que nadie se sienta directamente apelado y espere la pelotita?
Pues todo esto es un concierto de Bad Gyal, multiplicado por 17.000 el del Sant Jordi. Y Bad Gyal esperanza tanto a sus seguidoras y seguidores que pese al aire de poder que transmite la estrella, deja ver las costuras de una chavala de barrio que se ha dejado aconsejar por su intuición y capacidad de trabajo. Puede parecer una reina distante, pero en su figura, estilo y manera de moverse palpita el acabado de la esquina. Y en el barrio se escucha dembow, dancehall, autotune y canciones de amor que hablan del cuerpo, y en los conciertos no necesitamos músicos, sino bailarines y un escenario con tres tarimas para posar encima de ellas, y las canciones las despachamos deprisa, dejando que aleteen lo justo, y en las pantallas laterales proyectamos la imagen de la estrella mientras que en la central sólo motivos que transmiten glamur y las iniciales de Bad Gyal entrelazadas como si fuesen el símbolo de una marca cara de perfume, automóviles o champán. Lujo y barrio, o lujo reconstruido en el barrio al alcance de todas mediante prendas tan baratas como cantonas. Y a acariciarse el cuerpo con lascivia, que nosotras lo valemos.
El recital no fue largo, sobre la hora y media, y durante su desarrollo era difícil centrar la mirada. Sí, en escena estaba Bad Gyal estrenando temas, algunos ya conocidos, y reivindicándose con clásicos como Zorra, Santa María, Iconic, Real G, Sexy, Nueva York o la final Fiebre, pero es que en la pista y en las gradas se bailaba a destajo, con la cadencia de caderas propia de los ritmos tropicales que sonaban azuzados por el bombo. Era una fiesta, era una discoteca, era la primera gran noche de Bad Gyal en el Sant Jordi. Otra artista local que se suma a la memoria del recinto olímpico. Otra generación que muy en su papel hace lo que todas hicieron a sus precedentes: autoafirmarse en la diferencia. Y a ser posible molestar. Siempre ha ido de esto.
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