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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un espejo catalán en Kyiv

No es extraña la escasa sensibilidad ni la parca solidaridad hacia Ucrania de nuestros radicalismos rupturistas

Manifestantes en la Consejería de Economía, el 20 de septiembre de 2017, en Barcelona.
Manifestantes en la Consejería de Economía, el 20 de septiembre de 2017, en Barcelona.Albert Garcia
Lluís Bassets

El nacionalismo catalán nunca suele fallar a la hora de buscar espejos contemporáneos. En la década ya pasada fue el espejo escocés el más frecuentado. Como argumento en favor del referéndum de autodeterminación y a la vez oportunidad para un impulso adicional en caso de victoria independentista. Apenas suscita interés ahora el caso estrictamente coetáneo, como es el ucraniano. A no ser por una episódica curiosidad levantada por el Maidán, la trágica concentración de protesta que hizo caer al presidente proruso en 2013 y está en el origen de la guerra de agresión de Putin.

Aquella imitación quedó en nada, o en muy poco. Fue en otoño de 2017, sobre todo después de la jornada del 1-O, cuando la eventual apuesta en Cataluña por una movilización masiva con violencia de baja intensidad, en imitación de los ocupantes de la plaza de Kyiv, animó a unos y alarmó a otros. El primer atisbo fue la concentración ante la consejería de Economía el 27 de setiembre, cuando las asociaciones de la sociedad civil consiguieron bloquear hasta altas horas de la madrugada la salida de una comitiva que registraba por orden judicial los despachos de varios altos cargos detenidos como sospechosos de estar organizando la secesión unilateral.

Ni en aquella pacífica acción de movilización coactiva, a pesar de sus consecuencias penales, ni en las jornadas más tensas del 1-O con las concentraciones masivas en los colegios electorales, el 3-O con los cortes de vías de tren y autopistas de la pomposamente denominada huelga de país, o la semana de disturbios y tumultos alrededor de la plaza Urquinaona de 2019, en el segundo aniversario de la falsa proclamación de independencia, se acercaron afortunadamente a los trágicos hechos de Kyiv, donde hubo un centenar largo de víctimas mortales, presagio de la guerra iniciada en el Donbás tras la anexión rusa de Crimea.

Los disturbios de Londres en agosto de 2011, los Chalecos Amarillos franceses en 2018 o el asalto al Congreso de Estados Unidos en 2021, para ceñirnos a sociedades democráticas próximas, contabilizaron víctimas mortales todos ellos y fueron mucho más graves que la pálida y casi incruenta imitación catalana del Maidán que algunos dirigentes más o menos visibles del movimiento habían preparado, en la que apenas hubo algunas decenas de contusiones, la más lamentable de todas la pérdida de un ojo por parte de uno de los manifestantes.

Visto desde los acontecimientos del último año, cuando los hijos del Maidán sufren la guerra de agresión más mortífera y cruel que haya experimentado Europa desde 1945, no es extraña la escasa sensibilidad ni la parca solidaridad hacia Ucrania de nuestros radicalismos rupturistas. En el espejo de Kyiv ni siquiera se puede percibir la supuesta opresión que sufre Cataluña, tan invisible como la disposición de los catalanes a sacrificarse por la independencia, irresponsablemente lamentada hace pocos días por la extravagante ex consejera Clara Ponsatí.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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