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La música sin fronteras de Max Richter emociona en Barcelona en un Palau abarrotado

El compositor interpretó dos de sus composiciones más comprometidas, ‘Infra’, sobre el atentado de Londres de 2005, y ‘Blue notebooks’, respuesta a la guerra de Irak

Max Richter
Max Richter, en su concierto en el Palau de la Música.Antoni Bofill

Max Richter es una de las personalidades actuales más importantes de esa música imposible de etiquetar que, en parte gracias al cine, llega por igual a públicos de música popular, de clásica contemporánea o electrónica. Si quedaba alguna duda, un Palau abarrotado hasta el órgano para verle en persona, sería un buen argumento. Y la clamorosa standing ovation que coronó un concierto que, por momentos, no había sido precisamente fácil, la irrefutable confirmación.

Richter se presentó en un ciclo denominado Palau Fronteres y fue la clara definición de que en la música actual, y cada vez más, esas fronteras no existen.

El miércoles, ciertamente, el Palau lució una entrada de lujo para un concierto que, aparentemente, poco tenía de popular, ya que Max Richter iba a ofrecer dos densas obras que se alejaban bastante (aunque no del todo, claro) de sus grandes éxitos cinematográficos. Sin ningún tipo de pompa, el compositor germano-británico se presentó ante su piano y sus teclados acompañado por un quinteto de cuerda (en este caso dos violines, viola y dos violonchelos) para interpretar dos de sus composiciones más comprometidas. Y el resultado fue musicalmente magnífico y comunicativamente sorprendente.

Infra llenó la primera parte. Un ballet escrito bajo la influencia de T.S. Eliot como respuesta a los atentados en el metro de Londres de 2005. Una larga composición sin palabras pero que ya desde las primeras notas electrónicas crea una sensación de desasosiego en aumento, envuelta en una música de una suave y palpitante belleza. Richter alternó su piano con ligeros toques electrónicos y la fuerza del quinteto centrándose mucho en las tonalidades más bajas, en especial los tríos entre la viola y los dos violonchelos con resultados tan intranquilizadores como excitantes.

Tras el descanso, esa sensación se repitió incluso con más fuerza cuando abordó Blue notebooks, creada 2004 como respuesta a la guerra de Irak. Utilizó palabras de Kafka, leídas por la escritora y cineasta Sarah Sutcliffe, aunque realmente no fueron ni lo más interesante, ni lo más conmovedor. A la música de Richter le sobran las palabras aunque se trate de hablar de una guerra. Su mezcla entre lo acústico y una electrónica muy tenue transmite esas sensaciones mientras las cuerdas, una vez más en sus tonalidades más bajas, crean una zozobra aumentada por las oleadas minimalistas del piano, Philip Glass en la memoria (todo el mundo tiene un padre). Emoción en grado sumo.

Una interpretación ajustada, sin grandes aspavientos pero, por momentos, sumamente dramática (se trataba de los mismos músicos que habían realizado las grabaciones originales) ayudó a que ambas partituras, fáciles y difíciles a un mismo tiempo, penetraran en un público muy variado que escapaba por colorido y animosidad a la imagen habitual del clasicismo contemporáneo.

Al final todo el Palau en pie aclamó al músico que sonreía tímidamente. Y provocó el lógico bis, en este caso el sueño 19 de su popular obra Sleep. Aquí el suave juego de repetición y variaciones sobre un tema muy sencillo provocó un contagioso efecto de bienestar. A pesar de la clara intencionalidad de la partitura, nadie se durmió en el Palau tal vez porque, desprevenidos, no habíamos cargado con nuestros sacos de dormir o simplemente porque faltaron más de ocho horas para completar la partitura original.

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