Pat Metheny exhibe en Barcelona sus mil caras con dos años y medio de retraso
El guitarrista de Misuri brindó un concierto antológico en el Palau de la Música
La noche del martes, el vestíbulo del Palau de la Música era un enjambre en ebullición. Las ganas de volver a ver a Pat Metheny se notaban en el ambiente excitado. Y no era para menos. Primero porque Barcelona siempre ha sido una plaza descaradamente favorable al guitarrista de Misuri. Y en este caso se añadía el detalle nada baladí de que la mayor parte del público que iba a llenar el local tenía las entradas en el bolsillo desde hacía dos años y medio.
El concierto se había programado para el 20 de enero de 2020, las causas por todos conocidas lo retrasaron a junio de 2021, pero tampoco pudo realizarse por la pertinaz presencia del mismo virus. Y finalmente, el martes, Pat Metheny, en formato trío, tal como había sido anunciado inicialmente, se presentó en el Palau de la música barcelonés.
En el vestíbulo, la ya típica paradita ofrecía las consabidas camisetas y los últimos discos del intérprete, incluida alguna edición de lujo autografiada (hasta los grandes intérpretes tienen que recurrir a la venta en concierto para redondear las economías). En este caso se añadían a 50€, recaudando fondos para Ucrania, soportes de guitarra usados por Metheny en sus giras, datados y autografiados. Una iniciativa como mínimo simpática.
Tras pasar esa primera barrera humana, otro punto de interés estos días en el Palau se centra en la pequeña exposición que, a la entrada del bar, recuerda a Pau Barceló (L’espectacle revelat). Un nutrido grupo de magníficas instantáneas conmemoran el trabajo del recordado fotógrafo, siempre discreto con su Leica, a un lado del escenario, procurando pasar desapercibido y, sobre todo, no hacer ruido al disparar en los momentos en que la orquesta se lo permitía o los aplausos del público apagaban sus clics. De Sergiu Celibidache a Yo Yo Ma, incluyendo muchos de nuestros grandes intérpretes e, incluso saltándose un poco la norma de la música clásica, un Raimon recordando a Espriu. Una pequeña exposición que realmente vale la pena, aunque en la noche del martes el público de Metheny preferían inmortalizarse ellos mismos en centenares de selfies. Era difícil moverse por allí sin fastidiarles ninguna foto. Vista la profusión de artefactos dispuestos a grabar, antes del concierto y en varios idiomas, se explicó que los músicos no querían ser fotografiados, grabados o filmados y que por favor se apagasen los teléfonos móviles. Y la mayoría hizo caso, todo un detalle a agradecer.
Metheny apareció en solitario armado con su ya popular guitarra Pikasso de varios mástiles y 42 cuerdas e improvisó con esa sensibilidad suya, suave y acariciante, jugueteando con la espectacular sonoridad del instrumento. Con el inicio de So May It Secretly Begin se introdujeron. discretamente sus dos acompañantes, teclados y batería. Y empezó ahí un deambular por alguno de sus temas populares (llegando hasta su primer disco de 1975) que el público recibió alborozado.
Metheny fue desgranando, una a una, todas sus caras: del puro arrumaco acústico a casi el heavy metal, del folk a la harmolodía. Recordó sin palabras, solo habló para presentar a sus músicos, a amigos como como Charlie Haden o Michael Brecker y se zambulló en un jazz prospectivo y excitante sobre partituras de Ornette Coleman que dejaron ese sabor de qué Metheny podría ir mucho más lejos pero o no se atreve o tiene muy claro que su público no le acompañaría, como mínimo durante toda la velada, un ratito ya es suficiente. Y hablando de todas sus caras, llegó incluso a presentar un trozo, no todo entero, de su aparatoso orchestrion, ese instrumento creado a base de metalófonos y percusiones acústicas golpeados por estímulos eléctricos lanzados por su guitarra, pura anécdota.
Un concierto antológico de un Pat Metheny desbordante que compensó con creces los dos años y medio de espera.
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