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inmersión lingüística
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El grosor de la inmersión

La gracia de la inmersión no era la ciencia que había detrás, que la había, sino la fuerza con la que sublimaba consensos en forma de sentido común

Matemáticas
Una escuela de Barcelona durante las pruebas de competencias básicas, en una imagen de archivo.Massimiliano Minocri

La inmersión es una idea que muere y deja un cráter en que el catalán retrocederá. Todos los problemas del catalán han sido ampliamente explicados, y repetir las cifras es agotador. No pasa nada por hacerlo con algunas sacadas de la encuesta de usos lingüísticos, que certifica que en Barcelona el catalán es la lengua de uso habitual en menos de un 19% de los jóvenes, o que, en todo el país, medio millón menos de catalanes lo hablan habitualmente hoy que hace quince años. Pero los datos objetivos no podrán nada ante un problema político. La gracia de la inmersión no era la ciencia que había detrás, que la había, sino la fuerza con la que sublimaba consensos en forma de sentido común.

En cambio, 75% - 25% es una cifra apolítica sobre la que nada se puede construir. De todas las inacciones de los distintos gobiernos de la Generalitat que han acabado aquí, quizás de lo que menos se ha hablado es del comunicativo; de la deserción en la imaginación política. La inmersión no es un concepto que pueda sustituirse por una “modificación de la ley de política lingüística”. La inmersión, como la seguridad social o el matrimonio, son lo que se conoce como “conceptos gruesos”, palabras que tienen al mismo tiempo un contenido descriptivo y una carga valorativa. La inmersión normalizaba la condición anormal del catalán y la necesidad de remediarla con una imagen que incluso un niño podía entender.

Es ese grosor lo que Ciudadanos finalmente han derrotado con una victoria zombi. Se trata de la misma falacia del derecho individual a elegir con que el neoliberalismo ha exterminado tantos derechos de las clases medias. Igual que los cínicos hablan de los impuestos como un ataque a la libertad para disfrazar de conflicto de valores lo que en realidad es la defensa de un privilegio, el anticatalanismo logró equiparar al poderoso al indefenso. La idea de que el derecho de un rico a no pagar impuestos (que tiene todo el interés en evitarlo) tiene el mismo valor moral que el derecho de un pobre (que los necesita), es tan aberrante como que un castellanohablante y un catalanohablante deben tener la misma libertad lingüística dentro del territorio catalán que fuera de él.

El vacío que deja la inmersión necesita un concepto alternativo. En una entrevista, Francesc Xavier Vila, actual Secretario de Política Lingüística, soltó el único que he escuchado hasta ahora. La idea de “lengua reina” del filósofo Philippe van Parijs, dice que “cada lengua debe ser la lengua reina en su territorio. La lengua reina es la que la población local utiliza en relaciones anónimas y públicas, que no impide que haya otras lenguas, pero que ya no son la reina, sino princesas o duquesas”. Al igual que “inmersión”, es un concepto grueso, sugerente, fácil de entender y que estiliza el sentido común. También como la inmersión, liga los derechos lingüísticos al territorio y no a los individuos. Yo no sé si será con esta idea o con otra, pero el vacío que deja la inmersión no podrá llenarse hasta que aparezca un concepto alternativo con la misma fuerza. Como es necesario repetir una y otra vez a los privilegiados lingüísticos, el lenguaje sirve para muchas más cosas que comunicarse.

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