El proyecto secesionista de la Generalitat se tambalea por las urgencias sociales y económicas
Las huelgas y los efectos de la guerra cambian la agenda de Aragonès mientras cae el apoyo a la independencia
El Jordi Pujol de perfil más autonomista tendría razones para estar contento. En los años de construcción del autogobierno catalán, el veterano expresidente estaba obsesionado en convertir la plaza de Sant Jaume, sede del Govern, en el epicentro de todas las manifestaciones que se celebrasen en Barcelona. Acaparar las iras de colectivos quejosos, decía Pujol, significaba ser reconocido como la autoridad competente. Y para sus intenciones de visualizar la Generalitat como el único gran poder de Cataluña esto era una buena señal.
Pere Aragonès lo ha conseguido las últimas semanas. La plaza de Sant Jaume ha visto manifestaciones de maestros contra el nuevo calendario escolar, de colectivos sanitarios contra los recortes, de taxistas contra las plataformas VTC y hasta contra la invasión de Ucrania. Y todas ellas con un rasgo común: las banderas independentistas y las consignas que coparon la vida pública catalana durante la década del procés han desaparecido de escena. Y con ellas, la cuestión territorial como punto único de la agenda.
Las urgencias se acumulan en una Administración que ha vivido diez años de parálisis. Esta semana, el Gobierno de Aragonès, y concretamente su consejero de Educación, Josep Gonzàlez Cambray, de ERC, han tenido que lidiar con una masiva huelga en la educación convocada a raíz del adelanto del inicio del curso escolar, que ha puesto encima de la mesa todos los malestares de un sector que sigue sin recuperarse de los recortes de la crisis de 2008. La sempiterna rivalidad entre los dos socios del Govern, ERC y Junts, ha hecho que los posconvergentes hayan aprovechado la huelga para cargar contra el consejero del ramo incluso con voces que pidieron su dimisión.
Esquerra se ha tomado una revancha que a punto ha estado de romper los pocos puentes que quedan intactos dentro del Govern. Lo hizo Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, reprochando a Junts los contactos del entorno de su líder, Carles Puigdemont, con dirigentes rusos próximos al Kremlin en su constante búsqueda de apoyos externos para el procés. Les acusó de ser “unos señoritos que se paseaban por Europa, con la gente equivocada, porque durante un rato se creían James Bond”. Esquerra buscaba así marcar distancias entre Puigdemont y el actual Govern. La escena acabó con una petición de Junts para que Rufián, su socio, comparezca en el Parlament, en línea con lo que habría hecho cualquier partido de la oposición.
El Govern Aragonès no lleva ni un año y no hay semana que no tenga una crisis entre ambos socios, pero al mismo tiempo ni Junts ni ERC hablan de una posible ruptura. Los dos creen que pueden sacar tajada de las contradicciones de su rival y socio. Junts se centra en recordar a Esquerra que su apuesta de legislatura, la mesa de diálogo con el Gobierno para resolver la cuestión catalana, está en una especie de vía muerta esperando que alguien le dé un empujón. El Gobierno aseguró que la mesa volvería a reunirse a “comienzos de año” pero a 20 de marzo no hay fecha, ni orden del día ni metodología para la negociación. Tampoco se observa una gran presión popular para ello. De hecho, el apoyo a la independencia ha caído a mínimos históricos y ahora no alcanza el 39%.
Aunque un sector minoritario de la dirección de ERC especula con romper con Junts, la mayoría del partido prefiere hurgar en las contradicciones de los de Puigdemont. Estos han tenido que arriar la bandera de la desobediencia después de que su cabeza de cartel y presidenta del Parlament, Laura Borràs, se tragase cualquier atisbo de rebeldía al asumir la inhabilitación del diputado de la CUP, Pau Juvillà, condenado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. De ahí que Aragonès intente presentar a su partido como el bastión del independentismo útil. “El país no avanza con proclamas vacías, consignas, pancartas o frases ingeniosas ni por arte de magia”, dijo en la convención del partido de la semana pasada, en clara alusión a la gesticulación de Junts.
El presidente catalán intenta poner en práctica sus palabras con algunas acciones muy medidas tanto dentro como fuera de Cataluña. En clave interna busca lidiar con la huelga de los profesores y poniendo en marcha un plan de energías renovables que topa con reticencias en el territorio por su impacto visual. Y en clave externa está intentando retomar la agenda internacional de la presidencia de la Generalitat que el procés interrumpió abruptamente. Y, a diferencia de Puigdemont, no lo hace con la independencia como principal argumento. El pasado miércoles se reunió con el Gobierno del Estado alemán de Baden-Württemberg, ante el que defendió un asunto de interés europeo como el gaseoducto Midcat, que debería enlazar España y Francia a través de Girona, un proyecto que ha dormido el sueño de los justos los últimos diez años. La energía y los problemas sociales se abren camino frente al procés.
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