Los “proyectiles eficaces” de Antonio Machado en la Barcelona de la Guerra Civil
Un volumen recopila 29 artículos del poeta de entre 1938 y 1939, de los últimos que escribió en España
“En tiempos de guerra es difícil pensar; porque el pensamiento es esencialmente amoroso y no polémico (....) Cierto que la guerra reduce el campo de nuestras razones, nos amputa violentamente todas aquellas en que se afincan nuestros adversarios, pero nos obliga a ahondar en las nuestras, no sólo a pulirlas y aguzarlas para convertirlas en proyectiles eficaces. De otro modo, ¿qué razón habría para que los llamados intelectuales tuvieran una labor específicamente suya que realizar en tiempos de guerra?”. Así justifica Antonio Machado, el 3 de mayo de 1938, los artículos que, mayormente bajo el epígrafe Desde el mirador de la guerra, escribirá con periodicidad aleatoria durante su estancia en Barcelona entre abril de 1938 y el 22 de enero de 1939 para el diario La Vanguardia. Ahora aparecen por vez primera reunidos en Antonio Machado a Barcelona (1938-1939), editado por el Ayuntamiento tras la adscripción de la capital catalana a la Red de Ciudades Machadianas.
El poeta llega muy castigado en lo físico y lo moral a Barcelona poniendo distancia del enemigo y acercándose al triste exilio. Nunca lo admitirá en público, pero sabe que todo está perdido. Huyendo ya de Rocafort (Valencia) y tras una estancia de apenas 15 días en el Hotel Majestic Inglaterra de Barcelona del paseo de Gràcia (a pesar de tertuliar ahí en los descansillos de las plantas con León Felipe y José Bergamín, odiaba el lujo y el ajetreo de los corresponsales de prensa instalados), incómodo, acabará residiendo en la abandonada y decrépita Torre Castañer del paseo de Sant Gervasi, 21, al pie del Tibidabo.
Junto a su madre, su hermano José, su cuñada y las tres hijas de éstos, Machado escribirá mucho: prólogos (para un libro de Manuel Azaña, Los españoles en guerra; para una reedición del valleinclanesco La corte de los milagros, que termina: “Don Ramón, a pesar de su fantástico marquesado de Bradomín, estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo”...) y artículos para revistas (Hora de España; Nuestro Ejército, el Servicio Español de Información). Pero también para periódicos, donde no se había prodigado. “Jamás he trabajado tanto como ahora. De ser un espectador de la política, he pasado a ser un actor apasionado”, asegura en una entrevista de octubre de 1938. Lo hace impelido por “¡España, mi España, a punto de ser convertida en una colonia italiana o alemana...! La sola posibilidad de hecho semejante hace vibrar todos mis nervios y conduce mi pluma sobre las cuartillas, despertando energías insospechadas y rebeldías que creía apagadas para siempre. No. No puede ser y no será. A España no se la domina. Mucho menos para complacer a un puñado de traidores...”, declara a pesar de sus pesimistas convicciones internas.
Su enfado por el hipócrita y elusivo comportamiento de Francia e Inglaterra (especialmente, de su primer ministro Neville Chamberlain) para con la República y la intuición de una próxima guerra mundial serán los ejes temáticos de los textos para La Vanguardia, donde recaló por las gestiones de su entonces director, el cordobés Fernando Vázquez Ocaña, antiguo diputado del PSOE y hombre de confianza del presidente de Gobierno, Juan Negrín, en el contexto de una cabecera entonces casi un altavoz oficioso de las tesis oficiales republicanas.
Bajo “aborrecibles bombas”
Saludado por el diario como “el más glorioso de los poetas españoles contemporáneos” y “uno de los ejemplos máximos de dignidad que la tragedia española ha ofrecido” en marzo de 1938 cuando publica su primer artículo encargado (con anterioridad, aparece en julio de 1937 un fragmento de su discurso en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas), el autor de Soledades aparecerá en la noble página tres. Para siempre. “A la luz de una vela, en plena alarma y bajo aborrecibles bombas que están cayendo sobre nuestros techos” irá escribiendo unos textos más políticos que socioculturales, donde su personaje Juan de Mairena cambia las reflexiones líricas por otras más ideológicas y pragmáticas, y por los que, al parecer, cobraba 250 pesetas. En ellos, las referencias a la vida barcelonesa serán escasísimas, quizá porque casi no salió de la abandonada torre en los ocho meses que estuvo en ella: no participó en acto alguno, según cuentan la estudiosa Monique Alonso y el periodista Josep Playà en sendos prólogos.
Tampoco hay muchas referencias a la cultura catalana y a los intelectuales, si bien en uno de los textos, significativamente o de manera azarosa, fechado el 6 de octubre de 1938, habla de Barcelona como “perla del mar latino” y de los campos que la rodean ”virgilianos”. Y admite que relee con gusto a “Joan Maragall, mosén Cinto, Ausiàs March...”, que muy probablemente entresacaba de la generosa y polvorienta biblioteca de la señorial Torre Castañer y que, junto al Quijote, Bécquer, Tolstoi y Dickens, releía hasta altas horas de la madrugada, sostiene Alonso. “Hay cosas que sólo la guerra nos hace ver claras. ¡Qué bien nos entendemos en lenguas maternas diferentes...!”, resalta Playà, como contraposición a la actitud más crítica que el poeta había mantenido públicamente con anterioridad con los políticos catalanes y el Estatuto de Autonomía. Quizá recordando esos episodios, su estancia tuvo poco eco entre la intelectualidad catalana.
El mismo 22 de enero que un choche oficial pasó a recogerle para ir a Francia, apenas 72 horas antes de que las tropas fascistas entraran en Barcelona, entregó un artículo sobe el general Rojo que nunca se publicó: sería el último que escribió en España. Para despedirse, y en contraste con la ropa más raída que solía llevar entonces, se puso su mejor traje, azul marino, bien planchado, pero que ya le iba grandioso. Pocos antes, al periodista Lluís Capdevila le había dicho cuando aquél, tras visitarle, le confirmó el desastre definitivo republicano: “Hay que saber perder”. Y sonrió. Amargamente. Un mes exacto después de la partida, a sus 63 años, moriría. Hay derrotas imposibles de encajar.
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