Wynton Marsalis, tradición en tiempo presente
El concierto en el Palau de la orquesta del célebre trompetista fue de una contemporaneidad refrescante
Tras una larga etapa sin visitar Barcelona, la orquesta de Wynton Marsalis clausuró por todo lo alto el 51º Festival de Jazz de Barcelona en febrero de 2020 e inmediatamente se acabó la diversión pública ante la llegada de la covid. Con optimismo se programó una nueva visita para el festival del año siguiente que tras ser aplazada por las circunstancias por fin ha podido celebrarse. Es decir, en plena canícula, Marsalis y sus huestes han clausurado, otra vez por todo lo alto, nuestro invernal festival de jazz.
Las ganas de buena música se notaron en un Palau abarrotado hasta lo permisible y en el estoico y resignado semblante de los asistentes al tener que hacer, sin perder la sonrisa tras sus mascarillas, una larga cola para entrar en el local por un único acceso habilitado.
La Jazz at Lincoln Centre Orchestra es un instrumento de precisión perfectamente engrasado y probado a lo largo de varias décadas (se fundó en 1988 y todavía no se ha detenido). El listón siempre ha estado muy alto, así que nadie espera sorpresas en sus conciertos, son simplemente puro disfrute. Pero en su nueva visita al Palau las hubo por la fuerza del repertorio presentado. Si sus últimos trabajos se adentran cada vez más, e incluso contraviniendo sus principios fundacionales, en la modernidad, su actuación fue de una contemporaneidad refrescante. Eso sí: siempre bajo control, nadie se va de partitura ante la severa mirada del líder sentado en aparente modestia en la última fila.
Wynton Marsalis nunca destaca en su orquesta, deja el protagonismo a sus músicos: todos tuvieron sus solos, algunos en sus propias piezas. El trompetista de Nueva Orleans, sin levantarse de su silla, se guardó dos calientes intervenciones solistas y, si no presentase los temas, nadie diría que era el gran jefe. Y se agradece porque la banda está plagada de grandes músicos.
Marsalis y los suyos prepararon un programa centrado en sus últimos trabajos discográficos. Iniciaron la tanda con dos alegres movimientos de una suite del trombonista de la orquesta Christopher Crenshaw para seguir con un fragmento de otra suite del saxofonista Ted Nash que, con su solo de saxo soprano, alcanzó uno de los momentos más brillantes de la velada. Siguieron recuerdos a McCoy Tyner, enigmático y sugerente, y un paseo afrocaribeño de lo más sabroso de la mano del contrabajista Carlos Henríquez.
El núcleo central del concierto estuvo basado en una recomposición para orquesta de la Freedom Suite de Sonny Rollins escrita originalmente en 1958 para trío. Tres fragmentos de esa composición llenaron de color el escenario y permitieron comprobar dos cosas: la fuerza tremenda de la orquesta de Marsalis y la aún más potente de una partitura que no ha envejecido manteniendo toda la actualidad tanto de su grito social como de una música resplandeciente cargada de sorprendentes recovecos. Un trallazo que desembocó en un dúo de los que levantan al personal entre el saxofonista Victor Goines, magnífico, y el baterista, lo mejor de la noche. Sin duda Rollins sonreía desde su nonagenario retiro.
Y como colofón el trompetista Marcus Printup se lució con otro fragmento de la reciente suite Rock Chalk. Un final de alto voltaje para un concierto magnífico, un ejemplo de cómo debe funcionar una orquesta de jazz contemporánea sin trasgredir la tradición, pero sonando en tiempo presente.
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