El desahucio que nunca debió ser
Una anciana de 97 años vuelve a su casa tres meses después de ser desahuciada por error y de que la dejaran sin electrodomésticos, sin camas y sin recuerdos
Rosario Bravo, de 97 años, volvió este miércoles a su piso en un modesto sobreático —que alquiló con su familia hace 60 años— con vistas a las vías del tren del barrio de La Torrassa de L’Hospitalet de Llobregat, del que fue desahuciada el pasado 19 de febrero. No debía ni un céntimo del alquiler que paga, “religiosamente”, desde siempre. El desahucio se acometió porque la comitiva judicial y los representantes de la propiedad se equivocaron de piso. En realidad, debían desahuciar al vecino de abajo, pero entraron en la casa de Bravo cuando ella no estaba. Cambiaron la cerradura y arrasaron con los electrodomésticos, las camas y los recuerdos de toda una vida.
El pasado miércoles, tres meses después, nadie se había hecho cargo del error. “Durante estos meses he estado muy bien viviendo con mis hijos, pero quería volver. Hoy he vuelto a dormir aquí. La cama no es la mía. Es más alta y no me acostumbro. En realidad me he pasado la mitad de la noche llorando. No tengo miedo de que vuelvan a entrar, pero es una injusticia muy grande lo que han hecho conmigo”, se lamentaba la anciana.
Bravo está acostumbrada a que la vida le dé reveses. Nació en 1924 en Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real). “Éramos muy pobres. Dos días antes de mi boda no teníamos para comer. Pude hacer una pescadilla, medio conejo y dos kilos de patatas para los invitados. Unos señores nos trajeron un pan. Nosotros, muertos de hambre, mirábamos cómo comían los que vinieron, pero para nosotros no había nada”, recuerda Bravo. Cuatro años después de casarse enviudó. “Vinimos a este piso en la Torrassa mis tres hermanos, mis dos hijos, que eran muy pequeños, un primo y mi madre, que murió cinco meses después”, rememora la anciana. Un piso patera que realmente no era una excepción en aquel L’Hospitalet donde fueron a parar los migrantes de la España rural en busca de oportunidades. Hace 19 años Bravo se quedó sola en el piso. Se marcharon los hijos y familiares.
En febrero, Bravo estaba un poco “baja” de salud y se fue unos días con su hijo Emiliano. “El 22 de febrero me llamó por teléfono una vecina porque había visto la persiana abierta y pensaba que había vuelto. Le dije que seguía en Terrassa. Pensé que me habían entrado ocupas”, recuerda la anciana. Su hijo Emiliano fue al piso. Alguien había cambiado la cerradura y había una placa de una empresa de alarmas. Todo el edificio siempre ha sido de la “señora Guasch” y el inmueble lo gestionan Fincas Gual. “Mi hijo Emiliano se fue a las Fincas [Gual] y allí se descubrió el error”, lamenta.
Aquel viernes 19 de febrero, un representante del despacho, en representación de la propiedad, acompañó a la comitiva judicial y a un cerrajero e indicó que debían desahuciar el piso de Bravo, en lugar del que se encuentra debajo.
Cuando Emiliano pudo entrar al piso de su madre constató la peor de las noticias. Habían vaciado parte de las pertenencias de Bravo. No había ni rastro de la lavadora, ni la televisión, ni ninguna cama, ni cubiertos… “Ha desaparecido la única foto que tenía con mi marido el día que nos casamos. No hay ni rastro de fotos. Un hijo mío me había pedido que le escribiera mis memorias. Llevaba más de tres años y más de 70 páginas. También se lo han llevado…”, la mujer se emociona. “Había escondido unas cadenas de oro en unos camisones y han desaparecido. Yo cobro 600 euros al mes y cuando me sobran cinco euros los guardaba en un sobre. Tenía menos de 3.000 euros, pero eso también se ha esfumado”, enumera. “La única persona que nos ha llamado ha sido la vecina de abajo. Justo la persona a la que iban a desahuciar. Pidiendo perdón a mi madre. Ni el juzgado, ni la propiedad, ni la empresa que empezó a vaciar el piso y que no devuelve las pertenencias han dicho nada”, denuncia Emiliano.
Han presentado varias denuncias reclamando las pertenencias de Bravo, pero por el momento no han conseguido nada. Ayer, Bravo volvió a dormir en su casa. No era su cama, ni sus sábanas, pero eran las paredes donde ha vivido los últimos 60 años. Fincas Gual, la empresa que representa a la propiedad del edificio donde vive la anciana, ha declinado dar su punto de vista sobre este desahucio que nunca debió ocurrir.
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