Solo la pequeña Carmen alivia los tres años de dolor de la familia de Esther López
La hermana y los padres de la joven que apareció muerta en 2022 en Traspinedo (Valladolid) depositan sus esperanzas en que se juzgue al único sospechoso. La sobrina de Esther, de dos años, lleva alegría a una casa destrozada
La única persona en Traspinedo (Valladolid, 1.000 habitantes) que sonríe al ver un cartel con la foto de Esther López se llama Carmen y tiene dos años. Es, sería, su sobrina. Nació al poco de morir su tía, de 35 años, el 13 de enero de 2022, y del hallazgo de su cadáver en una cuneta cercana al pueblo el 5 de febrero. El único sospechoso es un viejo amigo de la familia. La nena, habituada a cámaras de televisión, mira la lente del fotógrafo y con su temprana verborrea canturrea el “¡Justicia para Esther!” que se cuela en los juzgados cuando se concentran sus parientes y amigos. Su madre, Inés López, odia esos rótulos verdes con la imagen sonriente de la víctima. “Vivo por y para que a mi hermana se le conceda la justicia que merece”, afirma, esperanzada tras tres años de laberinto. Confía en que las últimas pruebas pedidas por la magistrada desemboquen en juicio.
Inés tiene la edad que cumplió su hermana cuando desapareció. Ella estaba “embarazadísima” y al principio del caso mantuvo un rol secundario, con sus padres sobreexpuestos a los medios, hasta que decidió asumir la responsabilidad y descargarlos. La mujer se exprime para mantener la tensión informativa sobre el proceso, temerosa de que el silencio se abata sobre esta muerte. Tal implicación le acarrea falta de sueño. Somatiza el dolor hasta el punto de sufrir problemas médicos. De fondo, la cruzada judicial contra quien nunca habría creído causante de la muerte de Esther y quien se encuentra en el foco policial, en un caso aún pendiente de juicio: su antiguo amigo Óscar S., quien tantas noches durmió en su casa, cariñosamente atendido por esos padres que tiempo después perdieron a una hija.
La jueza ha apreciado “indicios” que sustentan la tesis de los investigadores, con la élite policial española enfocada en Traspinedo: aquella noche que Esther y Óscar pasaron juntos acabó supuestamente con él —siempre según la investigación— arrollándola con el coche, dejándola malherida entre el frío nocturno y tras haber consumido alcohol y drogas. Luego supuestamente la escondió en la cuneta fatal, siempre según la investigación. El acusado, que se declara inocente y niega que tales hechos ocurrieran, afirma que su amiga se apeó del coche y que él no sabe nada de su muerte. La jueza ha pedido una fianza de 205.000 euros y ha reclamado más diligencias que, aun alargando la causa, los López aprueban. No quieren que la defensa del acusado se aferre a fallos procesales. En el caso se investigan los posibles delitos de asesinato u homicidio dolosos, lesiones agravadas, omisión del deber de socorro, contra la integridad moral, maltrato al cadáver, secuestro, detención ilegal y contra la seguridad del tráfico.
Inés recita con frialdad fiscal las evidencias contra el sospechoso, señalado según los investigadores por las antenas de telefonía, que reproducen sus movimientos aquella madrugada acompañado por la víctima. La hermana de Esther lanza preguntas retóricas. “¿Por qué aquella noche buscó 11 veces en el móvil la curva donde apareció el cuerpo y donde él volcó con el coche meses antes?”. “¿No es mucha casualidad que al poco del atropello que él niega la llamara varias veces, quizá para intentar localizar su teléfono?”. “¿Y que borrara el número de Esther de su móvil?”. “¿Por qué borró la centralita de su coche?”. Y añade más indicios: que al día siguiente pusiera el móvil en modo avión e hiciera varios viajes entre Traspinedo y Valladolid, que lavara concienzudamente el automóvil en un lavadero, que apareciera ADN de la fallecida en el maletero, que un grave golpe visto en el cuerpo correspondiera con la altura de su vehículo y avale la hipótesis del atropello…
La hermana de Esther López evita mentar el nombre del sospechoso y alude a él como “este ser” de quien nunca pensó mal hasta que cambió de parecer ante las averiguaciones de la Policía Judicial. “Me preguntaron si tenía alguna sospecha y, aunque él fue la última persona que la vio viva, les dije que este tío no podía ser: ‘Solo estoy segura de que esta persona no puede ser’”, recuerdo que dije. La mirada de los agentes tumbó sus prejuicios favorables hacia su amigo, siempre cuestionado para los especialistas, especialmente cuando las unidades centrales asumieron el mando, pero que continúa defendiendo su inocencia.
Tres años de calvario
Inés lleva tres años de contactos frecuentes con la Unidad Central Operativa (UCO) y el Grupo de Apoyo Técnico Operativo, equipos policiales de élite de la Guardia Civil, de visitas a los juzgados, de reuniones con los abogados, de comparecencias judiciales, de sesiones analizando informes procesales y desentrañando pesquisas de los agentes. Mientras, criaba a Carmen, que ha salido parlanchina e inquieta.
A la hermana de Esther, presente en el salón de su casa con varias fotos enmarcadas, le cuesta sonreír y desprenderse de la pátina de tristeza que la envuelve desde aquel enero. “Como no sonrías me llevo a la niña, que acaba de nacer y mira qué bonita es”, la amenazó de broma una matrona del hospital al nacer la cría, cuya alegría ha revolucionado un hogar donde ya apenas se celebra nada. Las Navidades no existen y solo las aventuras de Carmen permiten desconectar del drama aún abierto. “A mis padres les da la vida, les ha salvado”, destaca la madre de la pequeñaja, con un colgante con una E, aún desconocedora de por qué la tía Esther sale tanto en la tele. “Lo que más me fastidia es que Esther no la haya podido conocer. ¡Lo que hubiera disfrutado de ella!”, lamenta Inés ante la pérdida de esa hermana “cariñosa, muy infantil, siempre abrazando a todo el mundo”. “¿Por qué tiene mi hija que conocer a su tía en una foto?”, se lamenta.
La normalidad perdida en enero de 2022 se traduce en que Inés López no puede acudir sola a Valladolid. El acusado permanece en libertad, denegadas las peticiones de la familia de prisión provisional, y teme encontrarse con él en cualquier calle, en cualquier tienda, en cualquier bar. “¿Cómo no voy a tener miedo? Al principio estuve encerrada en casa. ¿En quién confías, si él era nuestro amigo?”, exclama la mujer. “Vivo por y para que a mi hermana se le conceda la justicia que se merece, no quiero nada más, estoy entregada a ello y a intentar ser una persona normal porque tengo una niña”, prosigue.
Carmen se erige en la vía de esperanza para la familia, con similitudes físicas y de carácter con Esther: “Mi padre dice todo el rato que se parece mucho a Esther”. Su sobrina permanece ajena, de momento, a que los últimos flecos judiciales apunten a un juicio que alivie la herida de los López de la Rosa. La niña mira feliz el enorme cartel colgado en el Ayuntamiento de Traspinedo: “¡Han puesto a la tía!”. También hay mensajes acusatorios en la casa del principal investigado, quien no ha vuelto a las calles del pueblo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.