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La batalla cultural se extiende a la Navidad

Vox y el PP importan una disputa con arraigo en EE UU que presenta la esencia de las fiestas bajo amenaza del laicismo progresista

Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo el 16 de diciembre en la cena de Navidad del PP de Madrid en Mejorada del Campo.
Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo el 16 de diciembre en la cena de Navidad del PP de Madrid en Mejorada del Campo.Santi Burgos
Ángel Munárriz

“En estas fechas tan señaladas, nuestros militares y sus familias cuentan con el afecto de todos [...]. Felices fiestas”. Quien así se dirigía al Ejército el 23 de diciembre de 2017 no era un laicista radical, ni un adalid del multiculturalismo, ni un negacionista del legado cristiano en Occidente, ni nadie que quepa imaginar entre quienes hoy son señalados con dedo acusador por el PP y Vox por usar la fórmula “felices fiestas”.

¿Quién era, entonces? Mariano Rajoy, entonces presidente del Gobierno.

Eran otros tiempos. La Navidad no estaba tan metida en la batalla cultural y el “felices fiestas” no tenía tan mala prensa en la derecha española, cuyos principales partidos, PP y Vox, han convertido ahora su uso en un marcador de falta de espíritu navideño. “No son solo fiestas. Feliz Navidad”, dice la felicitación de este año de Vox, donde aparece tachado el “felices fiestas”. Más tajante aún fue en el Parlamento andaluz, el 20 de diciembre, el diputado Ricardo Olea: “El término felices fiestas no nos gusta”. Pero quien ha dado el empujón más fuerte a este empeño es la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso (PP), que en su discurso prenavideño de noviembre, entre citas bíblicas y papales, alertó de que “cada vez se lee y se oye menos la palabra Navidad” e hizo un llamamiento: “No dejemos que nos la censuren, nos la quiten”.

El problema según Ayuso va mucho más allá de qué términos se usan u omiten, lo cual serían solo síntomas de un “odio” al cristianismo que se extiende a la Navidad. “Los que la odian —añadió en su mensaje— van contra todo lo inocente y todo lo bonito”. El PP de Madrid acusó recibo del mensaje y el 24 de diciembre afeó en X al PSOE una tarjeta navideña que decía “felices fiestas”. “Se dice FELIZ NAVIDAD”, publicó el partido como respuesta. En esta misma línea, voces de Vox y del PP llevan semanas denunciando que la izquierda evita decir “feliz Navidad”, afirmación que ignora que es la fórmula que este año ha usado en redes —sola o junto con el “felices fiestas”, como hacen muchos dirigentes y cuentas oficiales del PP— Más Madrid, federaciones socialistas como la andaluza y al menos cuatro ministros —José Manuel Albares, Pilar Alegría, Óscar López y Jordi Hereu—, y que en anteriores Navidades han empleado Pedro Sánchez o Yolanda Díaz.

Juan Francisco Albert, director del laboratorio de ideas Al Descubierto, especializado en discursos de extrema derecha, ve esta fijación integrada en un propósito mayor. “El uso de la Navidad dentro de una guerra del bien contra el mal en la que no caben grises sirve para radicalizar a los propios y demonizar a los rivales”, explica. Y añade: “Esta obsesión responde a una estrategia ya probada en Estados Unidos y que se ha extendido por Latinoamérica y Europa, incluida España, donde la vemos cada vez más porque el PP ha entrado al trapo de un tema que normalmente es solo de Vox”.

Navidad, cristianismo, España

El fenómeno no se limita a monitorizar felicitaciones. Ya en 2018, Teodoro García Egea, siendo secretario general del PP, dijo a voz en grito en un acto del partido: “Nosotros celebramos la Navidad, ponemos el belén, ponemos el árbol, celebramos nuestras tradiciones, nuestra Semana Santa y nos sentimos orgullosos. ¡Y al que no le guste, que se aguante. ¡Porque nosotros somos españoles!”. La vinculación de la Navidad con un acervo cristiano ligado a lo español del que la izquierda reniega o incluso quiere borrar es una veta usual en este discurso. El partido que más lejos lo lleva es Vox. La Navidad pasada, su dirigente Jorge Buxadé armó un revuelo en las redes al publicar una postal del nacimiento de Cristo en la que una bandera española envolvía —anacrónicamente— al Niño Jesús. La imagen, que por otra parte reunía una virgen con seis dedos, lo que parece un bebé muerto en una esquina y un sujeto con dos manos saliendo del mismo brazo, es expresión de la mezcla de motivos motivos navideño-religiosos y patrióticos que suele hacer Vox, partido que también aprovecha los hitos navideños para vincular su programa al cristianismo. Por ejemplo, el 28 diciembre, Santos Inocentes, que conmemora la matanza de niños ordenada por Herodes según el relato bíblico, ha dado pie a Vox este año a presentar ayudas a la maternidad. “Porque queremos que todos los Santos Inocentes nazcan”, según explicó en esa fecha el PP catalán.

El belén prohibido

La consigna más repetida es que la izquierda pretende borrar la huella cristiana de estas fechas. Ignacio Garriga, secretario general de Vox, ha alertado en un vídeo navideño de que “todos” menos su partido “quieren anular” sus tradiciones religiosas guiados por el “multiculturalismo”. “Nuestra civilización nace en un pesebre donde Dios se hace niño. No dejes que te lo arrebaten”, añade en el vídeo Garriga, católico fervoroso que estudió en una escuela vinculada al Opus Dei.

El primer muro de esa fortaleza navideña que hay que defender es el belén. Si García Egea lo ponía en 2018 como ejemplo de españolidad, hoy es Vox el que más lo presenta como un símbolo de identidad nacional y cristiana. Un símbolo bajo amenaza. En diversas instituciones Vox exige más belenes, en más lugares, con más proyección pública y más tiempo de exposición. En la ciudad de Madrid su propuesta esta Navidad es “una exposición permanente” de belenes. En Andalucía, tras varios años de insistencia de Vox, el Parlamento, con mayoría absoluta del PP, ha montado por primera vez un nacimiento abierto al público. Cuando Vox no lo consigue, se rebela contra una supuesta cesión al multiculturalismo. Un ejemplo: este año, el partido ha puesto el grito en el cielo por la colocación de una estrella en vez de un nacimiento en la plaza de Sant Jaume de Barcelona. El partido incluso presume de haber desafiado al Ayuntamiento montando un belén precisamente en esa plaza.

Isidoro Moreno, catedrático emérito de Antropología de la Universidad de Sevilla, cree que se está produciendo un “intento de reactivar el nacionalcatolicismo”, ante el cual “la respuesta de la izquierda es en general poco adecuada”. ¿Por qué? “En lugar de explicar esto de forma didáctica, entra en una discusión estéril sobre contenidos ideológicos en lugar de enfatizar los significados culturales. Ello supone jugar a la defensiva en el terreno de las estrategias eclesiásticas y de los sectores políticos reaccionarios”, expone. “Además —añade—, no se señala de forma suficiente que la sacralidad que hegemoniza hoy las fiestas no es la cristiana sino la del mercado. Muchos laicistas parecen ignorar esto y adoptan posiciones de beligerancia antirreligiosa que a veces rayan también en el fundamentalismo”.

El Grinch y la tradición perseguida

“Dudo que la batalla cultural en torno a la Navidad tenga tanto éxito en España como en EE UU, porque allí hay una tradición mucho más arraigada de utilización de la religión en la disputa política, mientras aquí la separación de lo religioso y lo político es vista como un signo de modernidad”, señala Albert, de Al Descubierto. El Partido Republicano y sus satélites en EE UU suelen hablar incluso de una “guerra contra la Navidad” que estarían librando “siniestras fuerzas del pluralismo secular”, según describió este fenómeno el periodista Derek Robertson en un reportaje de 2021 en Politico. Hay hasta un libro de 2006 sobre la supuesta trama para destruir la fiesta de Papá Noel: La guerra contra la Navidad: cómo el complot liberal para prohibir la sagrada festividad cristiana es peor de lo que pensabas, del radiofonista conservador John Gibson.

Conforme el Partido Republicano se ha ido radicalizando, ha ganado peso la acusación contra las fuerzas progresistas de ser antinavideñas. Sarah Palin, la candidata a vicepresidenta en 2008, abanderada del Tea Party, contribuyó a empujar a la primera línea de la refriega lo que era un tema secundario. Un asunto, la llamada War on Christmas, que ahora Donald Trump recupera cada diciembre, acusando a los demócratas de decir “happy holidays” y no “merry Christmas”. Durante la campaña de las presidenciales, Trump prometía a sus seguidores que si ganaba “volveremos a decir ‘Feliz Navidad’”. Y ello a pesar de que es justamente eso, “feliz Navidad”, lo que siempre ha dicho Joe Biden, al que el Partido Republicano ha llegado a referirse como El Grinch, el villano que odia la Navidad.

Sin llegar a los extremos de EE UU, la polémica también suma enteros en Europa. Una constante: la derecha —más, cuanto más escorada está— anuda la Navidad al cristianismo, y este a la identidad nacional, todo ello bajo amenaza del laicismo progresista. Hermanos de Italia y La Liga compiten en mensajes navideños de este cariz. El partido de Giorgia Meloni presenta cada caso en que una autoridad se niega a colocar un belén como una ofensa a la nación. “El belén no se toca”, repetía ya hace diez años La Liga de Matteo Salvini. Hermanos de Italia subió la puja el año pasado al anunciar una ley para “salvaguardar” la esencia cristiana de la Navidad en los colegios y frenar su deriva en una “inverosímil fiesta invernal”.

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, es uno de los pioneros. Su partido, el Fidesz, protagonizó en 2021 una campaña contra la UE al denunciar una supuesta prohibición de usar la palabra Navidad en sus felicitaciones. La alerta se basaba en un documento interno de la Comisión de Igualdad con pautas de lenguaje inclusivo que no era ni una norma ni tenía oficialidad, lo cual no rebajó la altura de la polvareda.

La disputa sobre los supuestos límites a la palabra Navidad es recurrente en Francia. Hace más de diez años, cuando aún era un polemista de extrema derecha que no había saltado a la política, Eric Zemmour ya cargaba contra un “multiculturalismo” que empujaba a decir “fiestas de diciembre”. Pero la cuestión también va en Francia más allá de la semántica. Tanto Marine Le Pen como su delfín en Agrupación Nacional, Jordan Bardella, se presentan como protectores de la Navidad tradicional frente a “laicos e islamistas”. De nuevo, el belén es la joya de la corona. Bardella se ha erigido esta misma Navidad en defensor del derecho a colocar belenes en los ayuntamientos, lo que suscita rechazo de los partidarios de mantener el escrúpulo laicista republicano. “¡La izquierda hace campaña para prohibir la identidad y las tradiciones francesas!”, ha proclamado.

El joven líder francés ha encontrado en el reciente atentado de Magdeburgo (Alemania) otra oportunidad para defender el carácter cristiano —y bajo amenaza— de la Navidad. Pese a la autoría de un saudí apóstata de la fe musulmana y a su motivación aún difusa, Bardella inscribió el ataque en la “guerra” del “Islam radical” contra las “tradiciones cristianas” por haberse producido en un mercadillo navideño. En el Reino Unido, el brexiter Nigel Farage, que se esmera en mostrarse como el líder más tradicionalista, aunó en su valoración del atentado el discurso antiinmigración y la alusión navideña: “Hemos permitido que entren en Europa personas que nos odian a nosotros y a nuestros valores. La Navidad es su objetivo”.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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