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Un país de bajón: qué origen y efectos tiene el cóctel de desconfianza, pesimismo y nostalgia

La dana agudiza una enquistada tendencia al ánimo social sombrío. Estudios y expertos coinciden en que sale ganando el populismo derechista

Funeral por las víctimas de la DANA celebrado a comienzos de diciembre en la catedral de Valencia.
Funeral por las víctimas de la DANA celebrado a comienzos de diciembre en la catedral de Valencia.ÓSCAR CORRAL
Ángel Munárriz

Antes del trauma que acaba de experimentar, el paciente ya pasaba por un mal momento. Ahora el golpe agrava el bajón. El pronóstico es incierto, pero no pinta bien, sobre todo porque algunas causas de su abatimiento siguen ahí, corregidas y aumentadas. ¿De qué hablamos? El paciente sería —si se permite la licencia— la sociedad española, tomada como si fuera un solo sujeto. La experiencia traumática es la dana, que ha vigorizado emociones negativas, especialmente dirigidas contra la política, según la última encuesta de 40dB.

Una es la desconfianza. Más de la mitad de los encuestados ha perdido confianza en las instituciones. Otra, el pesimismo. Casi un 92% cree que España está poco o nada preparada para episodios climáticos extremos. El trabajo muestra una sociedad que se debate entre un ramillete de sentimientos oscuros hacia la política, sobresaliendo el enfado y la frustración. Y lo diagnosticado no es más que un agravamiento de lo que existía. Las emociones post-dana ya estaban antes presentes en el cóctel anímico, bien surtido de tres ingredientes: desafección política, pesimismo y nostalgia.

La desafección se ve en las tablas del CIS. En su primer barómetro tras la dana, la política se colocaba como el primer problema del país, una tendencia que se consolida en los datos de este mes. Un 12,2% responde en diciembre que “el Gobierno y los partidos concretos” son los más graves, seguidos de “los problemas políticos en general” (10,8%) y el “mal comportamiento de los políticos” (10,5%). Todos por encima de la vivienda, el paro y la inmigración.

A la percepción de la política como problema se suma la desconfianza en las instituciones, puesta de relieve desde 2021 por las encuestas anuales Tendencias sociales. En noviembre la desconfianza ha tocado suelo. Si 1 es mínima confianza y 10 máxima, las notas están así: en los partidos: 3,19; en los sindicatos: 3,47; en el Gobierno: 3,59; en el Parlamento: 3,65; en los medios: 4,02; en la justicia: 4,67; en la Constitución: 6,07. Son las puntuaciones más bajas de la serie para los siete casos. Es un cuadro coherente con una encuesta de julio de la OCDE que retrató a España como un país con menos confianza en las instituciones que la media.

El agujero por el que se ha perdido buena parte de la visión favorable a la política se fue ensanchando con la gran recesión, la corrupción destapada la pasada década y los periodos de bloqueo político con repeticiones electorales. Entre 2008 y 2016 la confianza en “los políticos” cayó casi un tercio, según un análisis demoscópico de la Fundación BBVA. El ánimo positivo de la España pre-crisis nunca llegó a recuperarse. Ahora los datos tras la dana muestran un empeoramiento, algo que no sorprende a Luis Miller, sociólogo e investigador del CSIC, sobre todo porque “la tónica ha sido la confrontación política en vez de la búsqueda coordinada de soluciones”. “Si la crispación partidista, ya disparada desde la pandemia, sigue así tras un acontecimiento tan excepcional, es previsible que la desafección vaya a más”, añade el autor de Polarizados. La política que nos divide, para quien la ramificación más preocupante es lo que los sociólogos llaman “insatisfacción democrática”.

Una pintada en Algemesí, Valencia, tras el paso de la dana.
Una pintada en Algemesí, Valencia, tras el paso de la dana.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)

El último estudio en el que el CIS preguntó por esta cuestión es de septiembre. Solo un 34,5% se mostraba “muy satisfecho” o “más bien satisfecho” con “el funcionamiento de la democracia”, frente a un 62,7% que estaba “no muy satisfecho” o “nada insatisfecho”. Hay un empeoramiento con respecto al anterior dato, de febrero, cuando ambos grupos bordeaban el 50%. El cambio es más drástico al comparar con 2007, cuando el 57,8% estaba en las escalas altas de satisfacción. Es un declive que ha tenido una cocción lenta, con origen —otra vez— en la dura salida de la gran crisis. Una investigación del doctor en Ciencia Política Alejandro Tirado publicada en la revista Democratization identifica a España como uno de los tres únicos países de la UE —junto a Grecia y Chipre— que en 2019 aún no habían recuperado los niveles de satisfacción democrática anteriores al desplome económico. Más tarde, en 2021, el Pew Research Center identificó a España como el segundo país más insatisfecho de los 17 analizados, solo tras Grecia.

La visión sombría sobre las capacidades de la democracia alcanza aspectos concretos. En junio, la encuesta Desigualdades y tendencias sociales del CIS detectó que hasta un 37,4% cree que el sistema democrático perjudica el reparto equitativo de la riqueza. En diciembre del año pasado, el porcentaje era del 19,2. Son 18 puntos más en medio año.

La expresión más cruda de insatisfacción es la preferencia por el autoritarismo. El barómetro de septiembre de 40dB. cifraba en un 73% la población que cree que la democracia siempre es preferible al autoritarismo. Es cierto que es un dato mejor que el de 2013, en lo peor de la crisis, pero aún está 12 puntos por debajo del dato de 2009. Está por ver cómo afectan la dana y su resaca política a la satisfacción con la democracia y a la preferencia por la misma. Los datos de 40dB. no invitan a predicciones al alza.

Pesimismo y nostalgia

Las encuestas anuales Tendencias sociales, la última del mes pasado, muestran que el pesimismo predomina sobre el optimismo, en un fenómeno que va a más. Los encuestados se inclinan a pensar que en 10 años habrá menos natalidad (72,7%), menos cuidado familiar a los mayores (60,1%) y menos lazos familiares (55,4%); también, que habrá más soledad (79,9%), peor medio ambiente (58,9%) y más delincuencia (54,9%). La relación entre los que creen que habrá más protección social del Estado y los que creen que habrá menos favorece a los pesimistas (31,2 frente a 25,2), al igual que cuando se pregunta por la igualdad de oportunidades (31,7 frente a 26,8). El pronóstico se ha oscurecido desde el inicio de la serie en 2021.

El reverso de la moneda es la nostalgia. “¿Cree que existen más o menos desigualdades que hace 10 años?”, pregunta el CIS para el trabajo Desigualdades y tendencias sociales, de hace medio año. El 47,9% cree que más, el 35,8% que menos. El dato muestra una visión más indulgente con el pasado que con el presente. Es la misma tónica que al pedir opinión —para la encuesta Hábitos democráticos, de hace un año— por cómo funciona la democracia ahora (4,99 de nota media) y cómo lo hacía hace 10 años (6,11). Además, los encuestados se recuerdan a ellos mismos más confiados que hace cinco años, en una tendencia que se agudiza desde 2021.

“España no escapa a una tendencia que se da en muchos países. La nostalgia es un problema porque muestra una pérdida de capacidad para proyectarnos positivamente hacia el futuro, atrapados en una especie de miedo”, afirma Aina Gallego, profesora de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona. ¿Miedo a qué? “Es una mezcla de factores”, explica, y cita el cambio climático, el ambiente bélico, la aceleración tecnológica... “Todo eso crea incertidumbre, y la salida está siendo hacia una idealización del pasado”, afirma Gallego, que cree que eventos traumáticos como la dana —igual que antes, en otra escala, el covid— pueden incrementar esta sensación.

Los jóvenes preocupan especialmente a los sociólogos. Son diversas las evidencias de desánimo que afloran con mayor intensidad en las primeras cohortes, entre 18 y 44 años. No es una regla sin excepciones, pero sí una pauta general que afecta a la confianza, al pronóstico, a la satisfacción. Numerosos estudios lo acreditan, sobre todo desde la pandemia. Una encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de Cataluña detectó en 2020 que el segmento de 18 a 35 años es el que “más padece por su futuro”. Metroscopia captó en 2021 que el 80% de los nacidos entre 1986 y 2003 se ve desasistido por el Estado. Un año más tarde, en 2022, el Centro Reina Sofía publicó que casi la mitad de los menores de 30 piensa que aumentarán las diferencias sociales y se deteriorarán las opciones de futuro. Estos datos pueden anudarse a los presentados en septiembre por 40dB., que desvelan que, a mayor juventud, mayor proclividad a aceptar que “en algunas circunstancias, el autoritarismo puede ser preferible a la democracia”. El sí a esta afirmación roza el 26% entre los varones de la generación Z (18-26 años).

Ganadores y perdedores

Miller, del CSIC, ve interconectados desafección, pesimismo y nostalgia. “En los jóvenes se ve con claridad. Y hay que relacionarlo también con que se hayan vuelto más conservadores”, señala. ¿Puede decirse entonces que todo este cóctel anímico favorece a la derecha? “Hay una evidencia: a lo largo de todo este ciclo político, el único partido que se ha consolidado es Vox. Ni Ciudadanos, ni Podemos”, responde. Y añade: “La desafección y el ánimo social negativo suelen castigar al que está en el poder, tanto ahora como cuando gobernaba el PP. En este caso, el PSOE puede verse favorecido por otro factor, la polarización, que genera mucha adherencia del voto. Ahora bien, los últimos datos disponibles sí apuntan a una mayor desmovilización progresista, sobre todo de Sumar”.

El politólogo Camil Ungureanu, profesor en la Universidad Pompeu Fabra, cree que el malestar abona el terreno a “alternativas autoritarias salvacionistas”. “Según la última encuesta del CEO, de finales de noviembre, la gran mayoría de los catalanes desconfían del actual sistema democrático. No es casualidad que, al mismo tiempo, crezca la popularidad de Aliança Catalana”, explica. Con matices, es la visión más extendida entre los entrevistados. Compañero de Ungureanu en la Pompeu, Ignacio Lago señala que, en contextos de fuerte desafección, la propensión tradicional del electorado ha sido hacia una mayor abstención, si bien su inclinación ahora es cada vez más hacia el voto protesta. “Es el paso del exit al voice”, señala Lago, que cita el artículo Participación electoral, desafección política y ascenso de la derecha radical populista, publicado en 2021, cuyos autores vinculan el auge de la desafección con la bonanza del extremismo derechista en Alemania. “Son este tipo de fuerzas las que más alientan, y a su vez mejor aprovechan, las emociones negativas”, sostiene Lago.

La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols (d), en el Parlamento de Cataluña.
La líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols (d), en el Parlamento de Cataluña.Toni Albir (EFE)

“Cuando el futuro da miedo y se extiende el descontento, prosperan los autoritarismos reaccionarios que prometen una vuelta al pasado”, afirma Aina Gallego, en línea con los tres autores de La nostalgia nacional como nuevo marco maestro de los partidos populistas de derecha radical (Journal of Theoretical Social Psychology, 2021), que afirman en dicho estudio: “La nostalgia nacional refleja el agravio por la pérdida percibida de la comunidad moral étnica y culturalmente homogénea. El partido populista de derecha radical moviliza estos agravios para justificar y aumentar la persuasión”.

“El deterioro de la confianza en las instituciones, un elemento básico de la desafección, favorece el crecimiento del populismo”, apunta el investigador Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Pompeu y autor de De votantes a hoolingans. La polarización política en España, que cita para sostener su afirmación estudios sobre voto en Europa del Este y Países Bajos.

Si Miller destaca cómo desde la gran crisis el partido nuevo que mayor grado de consolidación ha alcanzado es Vox, la última encuesta de 40dB. deja claro qué formación es la principal beneficiaria de la dana: también Vox. “Es irónico que la extrema derecha esté aprovechándose” electoralmente de la dana de Valencia, señala Camil Ungureanu, en referencia a que es una catástrofe relacionada con el cambio climático, que Santiago Abascal y los suyos desdeñan. Irónico, pero innegable, como tampoco se le escapa a Ungureanu, para quien la dana desvela un “abismo entre la política y la sociedad”, especialmente —dice— por seguir Carlos Mazón (PP) en el cargo de president, en una falta de aceptación de responsabilidad que “alimenta la desafección, un ánimo anti-sistema y las opciones radicales”.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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