Reactivar el autogobierno
Si el pacto del PSC con ERC lo hubiesen suscrito los convergentes, nadie dudaría que Salvador Illa sería investido presidente
Lo que está en juego no empezó en 2017. Ni con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Elijamos una fecha, por ejemplo, marzo de 2006. Pocas semanas antes de que la reforma del Estatut se votase en el Congreso, la dirección de ERC anunció que dirían no. Fue la primera evidencia pública de la pugna que no ha dejado de condicionar la política catalana hasta llevarla a su colapso. Por entonces Convergència no tenía la presidencia de la Generalitat, como ahora, y en la ponencia en el Parlament había estado tensando la cuerda de manera irresponsable, como hará ahora. Pero la paradoja es que entonces el redactado final del texto lo pactó a la baja el presidente José Luis Rodríguez Zapatero con Artur Mas, que, en unas pocas horas en La Moncloa y entre pitillo y pitillo, clavó una astuta cuchillada al president Pasqual Maragall y al partido que competía por su mismo espacio en el campo nacionalista.
En junio de 2006 el Estatut se aprobó en referéndum sin fervor, el PP no dejó de desgastar al ejecutivo socialista (España se rompe cuando no mandan y volverá a romperse), presentó recurso y usó sus malas artes para condicionar la composición del TC. El autogobierno sufrió un gatillazo de los que no se olvidan. El día que los republicanos dijeron no, los convergentes reaccionaron de inmediato: “Es votar como el PP para que Cataluña se quede como está”.
Esta retórica que usa el chantaje patriótico es la que dominan en Junts, se escucha ya en las redes y de aquí al viernes no pararán de delirar los decibelios para condicionar el voto de los militantes de ERC en la consulta sobre el acuerdo con el PSC. ¡Botiflers, cómplices del 155 y la represión! La paradoja es que la traición patriótica de ERC a sus rivales del bloque independentista puede suponer una reactivación del autogobierno como no se producía desde el pacto del Majèstic. Entonces lubricó la llegada de Aznar al poder, vale, ahora supondría una liquidación del procés, de acuerdo. Pero no sería un cierre en falso, sino que abriría una vía alternativa a la dialéctica unionismo/independentismo con la que se ha simplificado la sociedad catalana desde hace demasiados años.
¿Podría haber avances en acción exterior de la Generalitat, selecciones deportivas catalanas y el apoyo al uso social del catalán en horas bajas? ¿La negociación con el Ministerio de Hacienda permitiría la recaudación de impuestos a la Generalitat empezando por el IRPF en un año y medio? Si el pacto lo hubiesen suscrito los convergentes, nadie dudaría que Salvador Illa sería investido presidente. ¿Podrá explicarse ese cambio de óptica? ¿Volverá Carles Puigdemont? ¿Volverá a romperse a España otra vez?
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