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INVESTIDURA PARLAMENTARIA

Feijóo y Abascal, el reencuentro de dos compañeros de viaje con distinta hoja de ruta

El PP y Vox, unidos este domingo en Barcelona contra la amnistía, discrepan en su estrategia; el primero reclama autonomía para pactar y el segundo quiere atarlo corto a una “alternativa nacional”

Alberto Núñez Feijóo abandonaba el Congreso tras la segunda sesión de su debate de investidura, el 27 de septiembre.
Alberto Núñez Feijóo abandonaba el Congreso tras la segunda sesión de su debate de investidura, el 27 de septiembre.Claudio Álvarez

La primera reunión entre los líderes del PP, Alberto Núñez Feijóo, y Vox, Santiago Abascal, tuvo lugar el 22 de septiembre de 2022. Cuando se produjo aquel encuentro, que solo se hizo público a posteriori, ambos partidos solo compartían el Ejecutivo de Castilla y León, cuya conformación bendijo Feijóo días después de ser investido presidente de los populares, con la duda de si imprimiría un giro hacia la moderación en la línea de su formación. Este domingo, poco más de un año después, Feijóo y Abascal coincidirán en la manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana en Barcelona contra una posible amnistía para los encausados por el procés, tras haber fraguado coaliciones de gobierno en Comunidad Valenciana, Extremadura, Aragón, Murcia y unos 140 ayuntamientos.

Siempre, por parte del PP, de mala gana, como mal menor. Al menos, eso es lo que dice. Feijóo calificó esta semana de necesarias dichas alianzas para evitar la repetición electoral en esos territorios. Y achacó a los acuerdos en la Comunidad Valenciana y Extremadura, suscritos antes del 23-J, la responsabilidad de no haber cumplido sus expectativas en las generales. Para Feijóo, la culpa de sus quebraderos de cabeza la tendría su socio preferente. “¿Yo quiero pactar con Vox? Evidentemente no. ¿Y eso nos ha podido costar 10 diputados? Pues evidentemente”, declaró en Onda Cero.

En su equipo alegan que “no se puede aislar a la tercera fuerza política de España”, en alusión a Vox; y se lamentan de que el “marco mediático” de la campaña del 23-J girase en torno a la posibilidad de que Abascal se sentase en un Consejo de Ministros presidido por Feijóo, lo que espantó a muchos electores de centro.

La lectura de Vox es la contraria. Abascal apostó todas sus cartas a convertirse en el Pablo Iglesias del líder del PP, el socio menor de una coalición de derechas con despacho de vicepresidente en La Moncloa. Si no lo logró, asegura, fue por la errática estrategia de su socio, que desmovilizó al votante de derechas al dar por descontada la victoria y blanquear a Pedro Sánchez con su oferta de pactos de Estado.

Pero ambos están obligados a pasar página y a enfrentarse a un nuevo escenario: la investidura fallida de Feijóo ha certificado que su destino a corto plazo no está en compartir el banco azul del Congreso sino los escaños de la oposición frente a una probable reedición del Gobierno de izquierdas con apoyo nacionalista. Y nada vaticina que la convivencia entre las dos fuerzas de la derecha vaya a ser pacífica.

Pese a haberlo aupado a las instituciones, Feijóo sigue mirando con aprensión y recelo a su vecino ideológico. En los escasos meses que llevan de gobierno compartido en municipios y comunidades han aflorado ya las tensiones. Solo en esta semana, ha dimitido en Extremadura la única consejera de Vox, por problemas con su propio partido; en Gijón, la alcaldesa, de Foro Asturias, ha echado del tripartito de derechas a la concejala ultra harta de ella; y en la Comunidad Valenciana, el partido de Abascal se ha desmarcado de una iniciativa, respaldada por el PP, para reeditar el pacto contra la violencia de género. Además, Vox ha lanzado una campaña para implantar el veto parental en todas las comunidades en las que tiene presencia, impidiendo que se imparta educación en materia de igualdad, respeto a la diversidad o formación afectivo-sexual sin permiso de los progenitores. Una propuesta que vulnera la Ley Orgánica de Educación (Lomloe) y desborda los pactos territoriales suscritos con el PP.

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En su partido llevan tiempo exigiendo a Feijóo que clarifique sus lazos con los ultras, pues sus vaivenes respecto a Vox han ido in crescendo. El líder popular —que tachaba de “extrema derecha” al partido de Abascal cuando presidía la Xunta y se ufanaba de que no hubiera entrado en el Parlamento gallego— reconoció de manera inequívoca la fuerza de los 33 escaños de Vox y le agradeció su apoyo sin condiciones después de que el Rey lo nominase como candidato a la investidura. Incondicional pero no gratuito, porque entre el 22 de agosto, cuando Abascal acudió a La Zarzuela, y el 26 de septiembre, cuando comenzó el debate, el PP abrió la puerta a Vox en el Gobierno murciano, a lo que hasta entonces se había negado en redondo el presidente popular, Fernando López Miras.

Como se sabía de antemano, los votos de Vox no solo no sirvieron a Feijóo para resultar investido, sino que lo inhabilitaron para pactar con otros posibles socios, como el PNV. Pese a ello, el candidato popular abrazó en su discurso algunas de las banderas de Vox como la denuncia del supuesto “alarmismo climático” o el compromiso de desterrar un imaginario “adoctrinamiento en las aulas”. Incluso blanqueó al partido ultra calificándolo de formación “unitaria”, por defender el desmantelamiento del Estado autonómico. “Muchas cosas que hasta ahora solo defendía Vox, ahora las defienden también ustedes y se lo agradezco”, le dijo Abascal complacido.

“Vox no es un partido, es una actitud”, señala una fuente del ala dura del PP, que empuja a Feijóo a seguir el camino marcado por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Golpear “directo” y “fuerte” es lo que, en su opinión, debe hacer el líder popular para recuperar votantes a su derecha. El problema es que Feijóo sabe que no puede gobernar si no ensancha su base electoral por la izquierda.

Días antes de su frustrada investidura, el presidente popular se enredó con su propia protesta contra la amnistía en Madrid, que primero iba a ser manifestación y acabó en mitin. Todo para evitar una foto con Abascal. Este domingo ambos estarán en Barcelona, aunque es difícil que la imagen de los dos juntos (un reestreno de la foto de Colón de 2019 ya sin el extinto Ciudadanos) se produzca. En todo caso, los populares restan importancia a la coincidencia de ambos y aducen que se trata de un acto de Sociedad Civil Catalana (SCC), al que Feijóo acudirá como “un ciudadano más”, junto a barones autonómicos como los presidentes de Aragón, Murcia, Madrid y Andalucía.

El suelo de Vox del 7%

Distintos dirigentes del PP coinciden en que el partido ultra tiene un “suelo” electoral, en torno al 7% de los votos, del que es muy difícil que baje. El 23-J, Vox logró el 12,39% y esos cinco puntos son los que tendría que rascar Feijóo. Para ello, creen que la reedición de la coalición de izquierdas supondría una “oportunidad”. Feijóo, entienden los suyos, debe jugar un papel central como líder de una oposición “solvente” frente a Sánchez, si este logra ser investido. “Hay que hacer discursos claros que a Vox no le gustan. Cuando esta gente [los ultras] se pase, leña. Cuando coincidamos, decirlo. Tenemos que tratarlos como a cualquier partido, con el agravante de que gobernamos con ellos”, admiten. Están convencidos de que, “en la oposición, Vox se volverá irrelevante” y el PP ganará terreno si no hace “numeritos” ni cae en provocaciones.

Si los populares esperan que el partido ultra sea una mera comparsa en su estrategia de oposición, este no se lo va a poner fácil. “Abascal y Feijóo van en el mismo coche y el primero deja que el segundo sea el que conduzca porque tiene más votos, pero Abascal es el copiloto y le marcará la ruta”, advierte un buen conocedor del líder ultra. Mientras Feijóo quiere tener las manos libres y apuesta por los pactos de geometría variable, en función del lugar y el momento, Abascal quiere atar corto a sus socios y ya le ha puesto nombre al vehículo en el que ambos viajan: la “alternativa nacional”. En el mejor de los casos, se trata de una actualización de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), la alternativa derechista al Frente Popular durante la Segunda República.

El problema es que, aunque coincidan en su oposición a la amnistía, no es fácil que se pongan de acuerdo en la velocidad ni en la ruta. Por muy dura que sea la oposición de Feijóo, Abascal siempre llegará antes y más lejos. Si el PP rechazó el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso, Vox le exige que emplee su mayoría absoluta en el Senado para barrerlas de la Cámara alta, donde se vienen usando desde 2005 sin problemas. Si Feijóo descarta pactar con los nacionalistas periféricos pero se abre a hablar con ellos, Abascal reclama su ilegalización lisa y llana.

El líder de Vox anunció que estaría en la manifestación de Barcelona cuando Feijóo aún dudaba si acudir y, ahora que el presidente del PP va a manifestarse contra la amnistía, Abascal ya tiene otra cita: el día 29 estará en el acto convocado en la madrileña plaza de Colón por Denaes (Defensa de la Nación Española), la fundación regada con fondos públicos por el Gobierno madrileño del PP que sirvió de incubadora a Vox. Aletargada durante años, el partido ultra la ha resucitado para manifestarse “contra el golpe de Sánchez”. La retórica de Abascal pasa así de acusar al Gobierno de “ilegítimo” en la anterior legislatura a tacharlo de “golpista” —es decir, ilegal y criminal— en esta. Falta saber si Feijóo lo seguirá por esa pendiente.

La coalición se derechas se descose en los territorios

El traje diseñado por el PP y Vox para gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos se empieza a descoser apenas recién estrenado. El jueves dimitió la única consejera de Vox en Extremadura, María del Camino Limia, por discrepancias con su partido. La sustituyó al frente de la cartera de Gestión Forestal y Mundo Rural Ignacio Higuero, pariente del diputado de Vox en el Congreso Ignacio de Hoces, que ya ejercía como director general en la consejería. Un día antes, la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, de Foro Asturias, expulsó a los ultras del Gobierno tripartito de derechas con el PP. “Se acabó”, sentenció Moriyón después de que la concejala de Vox, Sara Álvarez Rouco, anunciara, sin consultarlo, que se proponía dar un giro al Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX) para que reflejase los valores de su partido. En las Cortes valencianas, PP y Vox, socios del Gobierno regional, votaron por primera vez por separado cuando los ultras se opusieron a una moción que instaba al Ejecutivo a aprobar una segunda edición del pacto contra la violencia de género. Se aprobó con los síes del PP, PSOE y Compromís. Por su parte, el popular Juan Manuel Moreno Bonilla aparcó en Andalucía la iniciativa para legalizar los regadíos irregulares del entorno de Doñana, promovida por Vox, tras un acuerdo con el Ministerio de Transición Ecológica.  


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