El factor Nadia Calviño o la búsqueda del voto moderado
La vicepresidenta multiplica su protagonismo y reta al PP a un debate económico que en La Moncloa ven como decisivo
No es ni siquiera militante del PSOE, y es la única ministra designada por Pedro Sánchez que ha rechazado ir en las listas, para mantener su perfil de independiente y poder optar a volver a su meteórica carrera de alta funcionaria internacional, pero Nadia Calviño se ha convertido en el gran referente, con Sánchez, de la campaña socialista para estas generales. Fue ella quien compareció, de forma inédita, en la sede del PSOE la semana pasada para explicar algunas líneas maestras del programa, y es ella la que está protagonizando una campaña de los socialistas con un lema que trata de resaltar la ausencia de referentes y de plan económico del PP: “O Nadia o nadie”.
Calviño, que en un principio generó muchos recelos en el PSOE por sus posiciones más liberales (que generaron tensiones en el Gobierno incluso antes de que naciera la coalición con Unidas Podemos), ha ido poco a poco ganando espacio político y ahora es la gran baza de Sánchez para intentar frenar la sangría de votos moderados hacia el PP y, sobre todo, para reivindicar su gestión económica, de la que ella es, para La Moncloa, la cara visible.
El núcleo duro de Sánchez la usa para todo desde hace semanas. Incluso como referente de poder femenino: fue ella, la mujer más poderosa del Gobierno, quien presentó la ley que obligará a las empresas del Ibex 35 a tener un 40% de consejeras. Ella, que al principio evitaba el perfil político y buscaba el técnico, donde se siente más cómoda, ha ido desarrollando la primera faceta, sobre todo en las sesiones de control de los miércoles en el Congreso, donde ha logrado grandes momentos virales en redes sociales y aplausos muy entusiastas de su bancada.
Ahora Calviño multiplica su presencia en medios y se está ofreciendo a todos los más relevantes para multiplicar el mensaje del PSOE y ofrecer una imagen diferente del Gobierno, más económica y más centrada. Aunque lo que de verdad anhela La Moncloa es que el PP acepte un debate en televisión con Calviño, algo de lo que de momento huyen los populares y que sería sin duda su gran consagración como referente económico, pero también político, del Gobierno. Ese encuentro sería decisivo para la estrategia de campaña de La Moncloa, pero depende del PP.
Con Calviño, el Gobierno busca que la campaña socialista no se quede reducida al espacio de la izquierda, que también necesitan activar, y se amplíe a otras zonas del electorado más templadas, donde la coalición ha sufrido un importante rechazo y que buscan una imagen de un PSOE más tradicional, con buena vinculación con el mundo empresarial y posiciones más liberales, que es lo que representa Calviño. Los socialistas llegaron a tener casi 12 millones de votos en España, en 2008, entonces con Pedro Solbes como referente económico, también con posiciones similares a las de Calviño; y ahora Sánchez y su equipo buscan crecer por todas partes para evitar que Alberto Núñez Feijóo sume con Vox y llegue a La Moncloa.
Calviño supone para el Gobierno la cara del éxito económico de esta legislatura. Incluso la patronal ha reclamado a Alberto Núñez Feijóo que, si gana, no siga adelante con sus planes de derogar una reforma laboral pactada con Bruselas (que lideró Yolanda Díaz y tuvo que negociar con la vicepresidenta primera), que ha permitido reducir drásticamente la temporalidad en el mercado de trabajo.
La vicepresidenta también es un guiño al empresariado, que se ha distanciado del Gobierno por algunas decisiones tributarias. La presencia de Calviño en el Gobierno, de hecho, ya ha sido una garantía de estabilidad para Bruselas, que al comienzo de la legislatura recelaba de un Ejecutivo con Unidas Podemos. No en vano, la también responsable de Economía tiene un gran prestigio en la capital europea, donde protagonizó una meteórica carrera.
Calviño llegó a la capital comunitaria al impresionar a la cúpula del departamento de Competencia, entonces encabezado por la holandesa Neelie Kroes, por su trabajo en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con el endiablado expediente de la opa de Gas Natural. Ahí empezó una carrera de 10 años que la llevó a poseer la llave de la caja europea como directora general de Presupuestos. Aplicada, trabajadora y extremadamente discreta, según coinciden algunos de sus colaboradores, durante una década Calviño se ganó un prestigio que hoy sigue conservando en Bruselas.
Ya como ministra española, la gallega (nació en A Coruña hace 54 años) estuvo cerca de optar a la dirección del FMI —que se leyó como la búsqueda de una salida del Gobierno— y fue candidata para la presidencia del Eurogrupo. En esa carrera estaba arropada no solo por Sánchez, sino también por el que entonces era su homólogo alemán, Olaf Scholz, con el que mantiene una buena relación. Con el apoyo de los grandes países (también se sumaron Francia e Italia), se erigió como la gran favorita para el cargo.
Sin embargo, la mayoría de los halcones le cerraron el paso al puesto, que perdió por solo un voto. Calviño capitaneaba con vehemencia el frente más europeísta, que chocó de lleno con un Norte liderado por Países Bajos, siempre celoso de hacer cesiones en materias como la fiscalidad. La vicepresidenta también aprendió esa lección, de modo que incluso el titular actual de Finanzas de Alemania, en las antípodas de la española, cree que solo ella puede “unir” a los Veintisiete sobre las nuevas reglas fiscales.
Un funcionario recuerda que Calviño estuvo siempre en primera línea en los principales debates. Precisamente por eso, en Bruselas se sorprendieron de su perfil bajo cuando, al comienzo de la pandemia, el Eurogrupo discutió si debía lanzar un paquete masivo de ayudas para salvar la economía. “No era la única que se encontraba en esa posición, muchos iban con cuidado porque no sabíamos qué estaba pasando. Todos íbamos a ciegas”, afirman desde Bruselas. De hecho, la decisión de paralizar toda la actividad, salvo la esencial, fue uno de los momentos más difíciles de la legislatura para Calviño, que temía el golpe económico que eso podía suponer.
El nombre de Calviño, sin embargo, ha estado en boca de todos cada vez que ha quedado vacante un cargo en juego que encajaba con su perfil. Sonó con fuerza como comisaria, secretaria general del Ejecutivo comunitario o ahora para presidir el Banco Europeo de Inversión. Su dominio de los idiomas (habla inglés, francés y alemán) la ha llevado a participar con frecuencia en foros y televisiones internacionales y, finalmente, a ocupar la presidencia del Comité Monetario y Financiero del FMI.
De Calviño se ha destacado que ha crecido políticamente. También fuera del Congreso, en los foros empresariales. Un mundo abrumadoramente masculino donde decidió plantarse y negarse a figurar si no había más mujeres. Pero su imagen, coinciden varios consultados, sigue siendo la de una alta funcionaria internacional. A menudo se la ha definido como una técnica o una tecnócrata, aunque desde su entorno hay quien prefiere hablar de ella como una “reformista” que quiere ver resultados. Sus enfrentamientos con Yolanda Díaz a propósito del salario mínimo o la reforma laboral han contribuido a forjar esa imagen de socioliberal, mucho más business friendly que sus socios. Y eso le da la credibilidad, explica un antiguo colega, para que en el arranque de la precampaña se haya encargado de lanzar los ataques a sus socios de gobierno ―y ahora rivales— de Sumar.
El PSOE insiste en que protagonice un debate con el candidato económico que acabe designando el PP. Algunas fuentes consultadas creen que podría repetir la hazaña de Pedro Solbes en 2008, cuando aplastó a Manuel Pizarro, pese a no estar muy bregada en el debate político y en los cara a cara. “¿Dónde van a atacarla? ¿Por la subida de las pensiones? ¿Por la subida del salario mínimo? ¿Por las reformas? ¿Por las previsiones, cuando la acaba de avalar la OCDE? No veo muchas opciones a su contrincante”, sostienen. Tanto el PSOE como ella están deseando enfrentarla a quien elija el PP. Pero el gran problema es que los populares pueden dar largas y evitar el que sería su momento político cumbre.
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