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Un español en el olimpo de los exploradores: “La mayor atracción de la Antártida es lo desconocido”

El biólogo navarro Ignacio Oficialdegui, uno de los tres seres humanos que han pisado el punto del continente helado más alejado del mar, ha sido elegido como uno de los 50 expedicionarios más influyentes del mundo

Ignacio Oficialdegui
Ignacio Oficialdegui instala un captador de microorganismos en la Antártida durante la expedición 2018-2019 con el Trineo del Viento al fondo, en una imagen cedida.
Amaia Otazu

Ignacio Oficialdegui (Pamplona, 55 años) es uno de los únicos tres seres humanos que han logrado la hazaña de pisar el punto exacto de la Antártida más alejado del mar. Este biólogo e investigador del viento ha cruzado tres veces el continente helado, ha plantado una vez sus pies sobre el Polo Norte geográfico y dos, sobre el Polo Sur. Acaba de ser elegido, entre más de 400 candidaturas, como uno de los 50 exploradores más influyentes del mundo por el Explorers Club de Nueva York. Todo ello mientras trabaja como director de Tecnología Eólica y Fotovoltaica en Acciona Energía.

Oficialdegui atiende a este periódico por teléfono de camino a los Alpes, donde tiene previsto pasar una semana practicando alpinismo. Esa es para él una afición “del día a día”, porque las expediciones a la Antártida no es algo que pueda hacer de continuo, explica entre risas. Algunos de sus viajes al continente helado los ha realizado con el Trineo de Viento, un transporte elaborado con madera, cuerdas y cometas en el que lleva trabajando 20 años y con el que ha demostrado que es posible explorar la Antártida de forma sostenible.

Cuando vuelve a casa después de una expedición extrema, Oficialdegui siempre se promete a sí mismo que esa vez será la última: “Acaba y dices: ‘No quiero volver. Quiero que pase un año; en verano irme a la playa y en navidades atiborrarme a turrón”. Sin embargo, acaba convirtiéndose en, al menos, la penúltima. Es difícil dejar de hacer algo que le apasiona desde pequeño. De la infancia le viene esa “curiosidad” de “coger el camino sin saber a dónde va”. Considera que la “mayor atracción de la Antártida es lo desconocido”. “No te puedes hacer una idea de cómo es eso ni en Google. Todo es blanco, hielo, no hay ciudades, no hay pueblos, no hay carreteras, no hay nada. Es como un imán”, asegura quien ha comprado en su vida “armarios y armarios de mapas” hasta que descubrió Google Earth, donde pasa horas y horas “curioseando” por todas las esquinas.

Se inició en el mundo de la exploración porque vio un anuncio en el que pedían gente dispuesta a ir a Groenlandia a explorar una zona sin cartografiar. Desde hace dos décadas trabaja junto a otro explorador, Ramón Larramendi, en el proyecto del Trineo del Viento, una iniciativa amateur que desarrollan en su tiempo libre, poniendo dinero de su propio bolsillo, pero que poco a poco ha ido atrayendo la atención de inversores. El ideólogo de este medio de transporte es Larramendi, quien introdujo a Oficialdegui en el mundo de la exploración polar y presentó su candidatura al Explorers Club de Nueva York. Oficialdegui, Larramendi y Juan Manuel Viu fueron quienes en 2005 alcanzaron el lugar exacto definido por el instituto científico British Antarctic Survey como el de más difícil acceso del continente blanco por su lejanía al mar.

Larramendi se inspiró en la cultura inuit para diseñar el Trineo del Viento, que conjuga los avances tecnológicos con lo más básico. Oficialdegui descarta realizar sus expediciones extremas con vehículos tecnológicos, no solo porque es imposible resolver una avería “en el medio de la Antártida”, sino porque la logística necesaria es descomunal: “Se necesitan aviones Hércules, aeropuertos, bases, y miles y miles de litros de combustible que hay que mover, por no hablar del impacto medioambiental”. El Trineo de Viento, en cambio, utiliza la energía del propio medio. Con el viento y “cuatro barras, unas cuerditas, y telas, funciona”.

El biólogo navarro Ignacio Oficialdegui, en el ceremonial que señala el Polo Sur geográfico en la Antártida, durante su expedición de 2011-2012, en una imagen cedida.
El biólogo navarro Ignacio Oficialdegui, en el ceremonial que señala el Polo Sur geográfico en la Antártida, durante su expedición de 2011-2012, en una imagen cedida.

Las expediciones extremas requieren “un análisis tremendo de todo lo que puede ocurrir en un paraje que “no han conseguido colonizar ni microorganismos”. El frío es de 25 grados negativos en un día soleado, de 40 bajo cero en las peores jornadas. “Pero hay algún rato suelto que estás bien, como cuando te metes en el saco un día soleado, aunque sea a cuarenta bajo cero, y dices: ‘Qué maravilla, qué calentico”.

El problema llega cuando se tuerce alguna de las condiciones. En una de las expediciones estuvieron cinco días sin poder mover el trineo por falta de viento. No sabían si podrían sacarlo de allí, ya que pesa dos toneladas y media. Entonces, “hay que adaptarse mentalmente, sacar lo mejor de tu cabeza”, explica. Eso sí, saber que uno se ha metido en ese embrollo de forma voluntaria no ayuda: “Cuando vienen mal dadas, el ser humano lo pasa mal, pero también tiene la capacidad de adaptarse. Para hacer este tipo de proyectos tienes que meterte voluntariamente en líos. Y cuando te has metido en el lío y tienes que aceptar las dificultades... pues tiene su punto de complicación y tienes que mentalizarte”.

Oficialdegui avanza que participará en más expediciones. De la última volvió a principios de 2019, y la pandemia solo ha sido un punto y seguido que ha obligado a suspender otras tantas previstas. Tiene ya la vista fija en la primavera de 2023, cuando planea volver a la Antártida y, por qué no, “seguramente algo por Groenlandia”. Explica que cada vez hay más empresas y proyectos interesados en lo que se denomina “investigación pura o cercana a ultrapura”, es decir, que “deja una huella o impacto mínimo sobre la naturaleza”. Entre ellas, el Comité Polar Español. Se propone seguir trabajando en mejoras tecnológicas que le permitan “llevar más peso” en el Trineo del Viento, pero para eso necesita “más investigación” y “gente que tenga recursos” y les ayude. Las ideas las ponen ellos.

El biólogo navarro destaca entre las personas clave en su vida a su padre, que sin tener nada que ver con la exploración ni con la naturaleza siempre lo apoyó. Hace una mención especial a la madre de sus tres hijos: “Ser la pareja de alguien que está todo el tiempo perdido en sitios que nadie sabe dónde están es muy duro”. Su familia es lo que más echa de menos durante las expediciones. Saber que le espera “un hogar” le ayuda a tener una vida como la suya. Otro de sus sueños recurrentes en las largas expediciones, confiesa, es el de volver a probar un chuletón con patatas fritas.

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