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Atrapados en Kabul tras el último vuelo

Cuatro excolaboradores afganos del Gobierno español narran su desesperación al conocer el fin de la operación de salida

Rashid (a la derecha, agachado), en una imagen cedida con personal de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, en la provincia afgana de Badghis en 2008.
Rashid (a la derecha, agachado), en una imagen cedida con personal de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, en la provincia afgana de Badghis en 2008.Rashid

Malik está encerrado en un piso que ha alquilado en Kabul con sus hermanos, su esposa y sus tres hijos. Confiesa que no sabe qué hacer. “Estoy confundido. Estoy en una situación que no sé cómo va a acabar”, contaba angustiado por WhatsApp tras recibir hace una semana la noticia de que España daba por concluida la operación de evacuación de Afganistán. Este intérprete afgano del Ejército español estuvo yendo y viniendo desde el sitio en el que se oculta hasta el aeropuerto de la capital para intentar subirse a un vuelo de evacuación. Nunca lo consiguió. Se quedó fuera del aeródromo tardes y noches enteras. “Queremos dejar Afganistán porque no es un sitio seguro para nosotros y porque no podemos esperar un futuro mejor aquí”, dice.

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El pasado lunes, la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores y Globales se puso en contacto con los excolaboradores para asegurarles que está estudiando cómo evacuarles. Eso da a Malik cierta esperanza, aunque el estrés se apodera de él. Su única solución, por ahora, es esperar una llamada o un correo que ponga fin a su odisea. “Tengo miedo de que me vuelvan a dejar aquí”, confiesa. Hasta este jueves, ninguno de los excolaboradores contactados por EL PAÍS había recibido más noticias.

Este traductor colaboró con las Fuerzas Armadas españolas entre 2010 y 2012. El pasado 21 de agosto cogió un autobús con toda su familia desde su provincia, Nimruz, y recorrió más de 700 kilómetros hasta Kabul. No llevó ningún documento consigo por miedo a los controles talibanes. Para él, de etnia hazara (una minoría de confesión chií), ese viaje era peligroso, pero decidió hacerlo, con la esperanza de poder subirse a un avión y dejar su país.

Ahmed (nombre ficticio), afgano que trabajó como intérprete de españoles en Afganistán.
Ahmed (nombre ficticio), afgano que trabajó como intérprete de españoles en Afganistán.

Durante cinco días intentó entrar en al aeropuerto. Sus hijos, de 10, 6 y 3 años, durmieron en el suelo, sobre un cúmulo de basura, junto a la Abbey Gate, mientras Malik aguardaba a ver si alguien les dejaba acceder. No tenían comida ni bebida. Volver atrás no era una opción. “No puedo controlar mis lágrimas”, escribió en esos días en un mensaje.

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La frustración, el cansancio y la condición de los niños lo obligaron a volver a casa. Eran las 12.00, hora local. Unas horas después, un ataque terrorista mató a 183 personas. “He visto el vídeo de la explosión. Es el mismo sitio donde estábamos nosotros la noche anterior. Estoy en shock”, contó. El riesgo de que ocurriera otro atentado llenó la cabeza de Malik. Por ello, el pasado 27 de agosto, el último día de evacuación de España, intentó volver al aeropuerto, solo. “Todas las calles estaban bloqueadas. No dejaban entrar a nadie. He vuelto a casa”.

Malik y otra veintena de excolaboradores formaron un grupo en WhatsApp para hablar de su situación y comunicarse con las instituciones españolas. No están seguros de poder dejar el país. “Por ahora, espero aquí”, dice. Volver a su provincia es peligroso, pero quedarse en Kabul tampoco es seguro. Pese a que la misión se considera acabada —tras la evacuación de 2.206 personas—, el presidente Pedro Sánchez y el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, han insistido estos días en que España mantendrá una “tarea discreta” para seguir ayudando a colaboradores a salir.

Como Malik, Rashid tampoco consiguió subirse a uno de los aviones de evacuación. El intérprete, que trabajó siete años con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), cuenta por mensaje que lo dejaron atrás. “Presenté todos mis documentos a la Embajada de España y recibí una carta para la evacuación de mi familia y de mí. Estuve allí durante cinco días y noches, pero debido a las multitudes y los disparos alrededor del aeropuerto no pude entrar para tomar mi vuelo”, explica mientras enseña por mensaje un documento de Exteriores con su nombre y los de su esposa, hija, dos hijos, cuñada y sobrino.

“Llamé tres veces en voz alta al coordinador militar español, enseñando mi certificado, y me decía que lo sentía, que debíamos esperar porque primero había que evacuar a los intérpretes militares y luego comenzarían con los civiles”, asegura. Este afgano de 35 años y su familia corren peligro no solo por cooperar en la misión española sino también por el trabajo de su cuñada, exdiputada. “Estamos en la peor situación en Kabul y se fue el último vuelo. Por favor, ayudadme: ¿qué debo hacer?”, suplica.

Los hijos de Malik, en una imagen cedida por él, una de las noches en las que durmieron al raso junto al aeropuerto de Kabul.
Los hijos de Malik, en una imagen cedida por él, una de las noches en las que durmieron al raso junto al aeropuerto de Kabul.Malik

Ese mismo día, Ahmed estaba esperando en la misma zona. Él fue intérprete de las fuerzas armadas españolas en 2010 y 2011, y ahora se encuentra escondido con sus cuatro hijos y su esposa. “No vivo en un solo lugar, vivo en diferentes partes. No puedo vivir en un solo lugar”, afirma. Cuenta el horror que vio tras el atentado del Estado Islámico en el aeropuerto: “Vi el humo, me acerqué, vi que había gente que estaba viva y a los heridos sobre la tierra. Había mujeres y los niños estaban llorando. Decidí irme del lugar”, explica el traductor, que estudió español en la Universidad de Kabul. El día después ya no volvió, ante la amenaza de otra bomba.

Adel tampoco se ha vuelto a acercar al aeródromo. Este intérprete y funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Afganistán trabajó para las fuerzas españolas en Badghis y Herat. Todavía no puede creer que se ha puesto fin a la evacuación de los colaboradores. “No sé qué hacer”, escribe angustiado. Pasó cinco días en las inmediaciones del aeropuerto con la esperanza de poder subir a uno de los aviones con su esposa y sus tres hijos. Tenía los documentos. Pero nunca logró entrar. “Estoy muy preocupado”, dice. “Quiero vivir en España y servir en España, ya es suficiente en Afganistán”.

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