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Los 10 lugares favoritos de... Carla Guelfenbein: “El Parque Forestal está arraigado a mi escritura”

La escritora chilena, ganadora del Premio Alfaguara de Novela en 2015, relata cómo aprendió a observar a través de los paseos con su padre por el Museo de Bellas Artes. También habla de su amor por la naturaleza, que asocia al Parque Aguas del Ramón y el Cerro Pochoco

Carla Guelfenbein y la escultura a Rubén Darío en el Parque Forestal de Santiago de Chile.
Maolis Castro

Plazas Las Lilas. Tenía un cine, Las Lilas, que estaba en una esquina, justo donde ahora está el Café del Nilo. Fue donde vi mis primeras películas. En 1970, mi madre, una mujer muy avanzada para su época, quería que mi hermano y yo, de 11 y 12 años, respectivamente, viéramos el clásico Las Fresas de la Amargura, que trata de la revuelta de los estudiantes en Estados Unidos. No nos querían dejar entrar a la función por nuestras edades, pero mi madre habló con el administrador del cine. Había un restaurante al lado, y uno pasaba por ahí y se comía algo: un churrasco. Tenía cerca una pequeña confitería, y nosotros comprábamos gomitas. Había una sensación de comunidad en este lugar, que aún existe. (Plaza Las Lilas, Eliodoro Yáñez, Providencia).

Parque Forestal Rubén Darío. Mi familia salió de Santiago hacia Londres en 1977. Solo volví a Chile después de 10 años, en 1987. Ya estaba casada, aunque muy joven, y viví en el Parque Forestal. Eran tiempos convulsionados, el centro de Santiago estaba inmerso en la política. Cuando ganó la opción del No, en el plebiscito del 88, escuché gritos en la Plaza Italia, que estaba a pocas cuadras de mi casa. Salí a la calle para unirme a una multitud que hacía una ronda gigante, cantábamos y celebrábamos el fin de la dictadura. Yo no pertenecía a un partido político, pero sí a esta masa de chilenos que quería echar abajo a un régimen militar. Me inserté en esta resistencia común. En fin, el Parque Forestal es mi regreso a Chile, y simboliza un golpe con la realidad después de haber vivido 10 años imaginando a un país desde la distancia que supone el exilio. Fue ese choque entre lo construido en el imaginario y el Chile con el cual me encontré, uno que vivía sus últimas protestas. Yo escribía en aquel entonces, pero solo para mí. Era una experiencia muy personal e íntima, un camino de entendimiento del mundo. Luego, casi a los 40 años, me atreví a publicar libros. Y a partir de ahí se nota que el Parque Forestal está arraigado a mi escritura. (Entre Plaza Italia y el Centro Cultural Estación Mapocho).

Café y cine El Biógrafo. Se creó durante la dictadura por un grupo de cineastas, en 1987. El cine era precario, la mayoría de estas personas vivían de la publicidad para poder financiar sus documentales. En este lugar recaía todo el mundo cultural santiaguino: artistas, poetas, pintores, actores. Tenía mucha presencia crítica, y nos reuníamos todas las noches allí. Nos íbamos a relajar hasta el toque de queda. Aunque todos vivían con miedo en el barrio, aparecía una suerte de oasis cuando se encendían las luces de El Biógrafo. Mi primera novela, El revés del alma, comienza en ese lugar. (Villavicencio 394, Santiago).

Interior del bar El Biógrafo, el 27 de marzo en Santiago.

Tavelli, Providencia. Soy muy trabajólica. Mi formación es inglesa, así que soy muy estricta conmigo. Cuando trabajé en una agencia publicidad y una revista [Elle], todos se iban a tomar un café y yo me quedaba. Pero en algún momento tuve una socia que me agarró de las mechas y me llevó al Tavelli. Pedíamos 100 gramos de galletas y cafecito para hacer un break, y no podía creer que a las 11:00 de la mañana pudiera detenerme. Entendí que Chile funcionaba así, me pareció fantástico porque la vida es algo más que trabajar. Ese restaurante, hoy en día, es un enclave de encuentro de escritores, políticos, dentro de un grupo heterogéneo, pero de edad mayor. (Manuel Montt 1806, Providencia).

Factoría Franklin. Una amiga, Teresa Undurraga, lo descubrió cuando había una especie de fábrica. Hoy, ella tiene un emprendimiento, Quintal Destilados, ahí. Lo visité y me gustó todo ese sector, que concentra a emprendedores de la gastronomía: productores de licores, chocolates y otros. Hay una galería de arte. La Factoría Franklin es multicultural, llegan personas de muchas zonas. Es un sitio de intercambio, encuentros y relajo. Es una ventana a un Santiago que nos pertenece a todos.

Museo de Bellas Artes. Cada vez que voy es un paseo al pasado, presente y futuro. Mi padre, un arquitecto que me enseñó a observar, entender y apreciar, nos llevaba los domingos al museo. Él planificaba estos paseos y llevaba los asuntos del hogar, porque mi mamá era una intelectual que vivía en las nubes. Nuestro rito de los fines de semana consistía en comprar al mercado La Vega, comer un helado y visitar el Museo de Bellas Artes. Su director, Nemesio Antúnez, nos contaba de la exposición que veíamos. Luego, en el exilio seríamos vecinos de Nemesio, así que él, don Neme, pasó a ser parte de mi familia. El Museo de Bellas Artes tiene una dimensión familiar y afectiva. (José Miguel de la Barra 650).

Detalle del Museo de Bellas Artes de la ciudad de Santiago, el 20 de marzo de 2025.

Café Paula. Mi papá me llevaba durante mi infancia a comer pasteles en el Café Paula, especialmente unos llamados torres de chocolate. Lo celebrábamos como si fuera una fiesta. Este salón de té estaba en el centro de Santiago, un área con otra fisionomía de la ciudad. Era metrópoli: la gente ocupada, las calles de cementos y grandes edificios. En ese mundo gris, el Café Paula fue un espacio para sacar a mi papá de su oficina. (Estuvo ubicado hasta 2004 en las calles San Antonio con Agustinas, Santiago centro).

Colegio la Girouette. Fui una de sus primeras estudiantes. Lo recuerdo como un colegio grande, muy exigente y artístico. Pero lo mejor estaba en su patio, el lugar donde me enamoré por primera vez y donde se producía la socialización. Fui una niña tímida y aún tengo algo de eso. (Mar del Sur 1238, Las Condes).

Cerro Pochoco. Me encanta la naturaleza. Me gusta el otoño, caminar sobre las hojas secas y escuchar su sonido. Siempre estoy buscando relacionarme con la naturaleza y, por ello, me gusta hacer trekking. Hace casi 30 años subí a la base del Everest, en ese momento con mi marido y un grupo pequeño de personas, entre ellos, el escalador Mauricio Purto, el primer chileno en llegar a la cima del Everest. Desde entonces nunca he dejado de caminar, así que me gusta ir al Pochoco, donde me entrené. (sector de El Arrayán, en el municipio de Lo Barnechea).

Parque Aguas del Ramón. Es largo y difícil de escalar si quieres llegar hasta Aguas del Ramón. Su camino es una belleza: el parque recompensa a los visitantes con una cascada, localizada al faldero de los Andes. Tiene una naturaleza prístina. (Alvaro Casanova 2583, Las Condes).

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Sobre la firma

Maolis Castro
Es periodista de EL PAÍS en Chile desde 2024, antes estuvo en el medio económico Bloomberg Línea. Trabajó para EL PAÍS desde Venezuela entre 2016 y 2019. También estuvo en el portal de periodismo de investigación Armando.info y El Nacional. Ha colaborado para medios como Pulso (Chile), The Wall Street Journal y ABC (España).
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