Los 10 lugares favoritos de Patricio Torres: “La Casa O fue un refugio para mí durante la dictadura”
El actor, comediante y locutor de radio chileno, famoso por sus personajes de Eglantina Morrison y Peñita, y su participación en el programa Sábado Gigante, recuerda los teatros de los barrios Lastarria y Bellavista, y por qué una vez que fue a Franklin se le hizo una rutina visitarle


La escuela de teatro de la Universidad de Chile. Estaba entre Amunátegui y Compañía, en Santiago centro, y llego ahí después de que salí de Talca, mi ciudad natal, para venir a estudiar teatro a la capital. Fue en 1971, una época extraordinaria. Recuerdo que al frente de la escuela estaba el Liceo 1, una casona antigua que pertenecía a algún señor muy importante de ese momento. La podíamos ver desde nuestro balcón, veíamos a las chicas cuando salían a un patio enorme durante el recreo y las saludábamos. Todo estaba en la misma calle Compañía, que era muy concurrida por jóvenes. También estaba cerca de la Facultad de Artes Musicales que, asimismo, se encontraba cercana al Palacio de La Moneda. (Morandé 750).

Barrio Lastarria. Siempre lo recorríamos por ser un sector muy bohemio. Antes de la dictadura militar había una compañía de teatro llamada el Aleph, de la Universidad Católica, y cuyo fundador fue Óscar Cuervo Castro, que hacía obras de vanguardia. A unas cuadras de distancia estaba el famoso teatro de mimos de Enrique Noisvander. Con la dictadura todo eso se acabó, no existieron más. Toda la cultura se vino abajo con la dictadura, desaparecieron teatros en Lastarria y solo quedaron unos icónicos, como el de la Comedia, el Antonio Varas y el de la Universidad Católica. Pero también surgieron pequeños lugares de encuentro teatral, donde ofrecían espectáculos a unas 100 personas. Eso desapareció, pero cuando terminó la dictadura se convirtió en un barrio netamente cultural, de grandes restaurantes, muy bonito. (Localizado entre la Alameda, calle Merced y Avenida Victoria Subercaseux).
Antiguo edificio Unctad III, ahora Centro Cultural Gabriela Mistral. Este edificio ubicado en la Alameda tiene una historia profunda, de gran legado cultural. Fue conocido como el Unctad III [construido para acoger a la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo]. Tenía una placa recordatoria que decía que fue construido por los trabajadores del pueblo de Chile en menos de un año, que ya no está. Luego fue el Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, y en dictadura los militares le cambiaron el nombre por Edificio Diego Portales. Con el retorno de la democracia se llamó nuevamente Gabriela Mistral y volvió a ser un lugar para las artes y la cultura. Para mí el GAM es un espacio muy nostálgico, de encuentro de jóvenes, y no hay que negar que hoy en día se ve espectacular. (Avenida Libertador Bernardo O’Higgins 227).
El Pensionado de la Universidad de Chile. Yo viví ahí, al igual que los otros estudiantes de la Universidad de Chile que veníamos desde afuera, que no teníamos dónde quedarnos en Santiago. Contábamos con el Pensionado, un edificio para los que no podíamos arrendar una pieza en un hotel. Había alumnos de danza, actores, y personas de todos los países: ecuatorianos, peruanos, venezolanos, colombianos y brasileños. Era muy lindo lo que ocurría ahí, estábamos todos juntos y compartíamos. Era un espacio dirigido por nosotros, pero fue cerrado luego del golpe de Estado de 1973, que terminó con el Gobierno de Salvador Allende.
La Casa O. Impresionaba por ser una enorme casona roja, de estilo colonial, en Lastarria. La Casa Colorada [actual Casa O, un restaurante], como le llamábamos, fue un refugio para mí durante la dictadura y caí por casualidad ahí, luego de que fui echado del Pensionado en 1974. Sin saber dónde cobijarme, una tarde me encontré a un compañero de un curso superior de la escuela de teatro que estaba con su polola [novia] en una exposición de pintura y me preguntó a dónde iría después de ahí. Yo le respondí: “Solo hago tiempo, no tengo a dónde ir”. Me invitó a irme con ellos, que eran parte de un grupo de amigos hippies, que se quedaban allí. Cantaban y bailaban. Lo más loco es que lo hacíamos justo detrás de la Junta del Gobierno militar [edificio Diego Portales], así que fue muy raro lo que ocurría en esa casa. Estuve mucho tiempo viviendo ahí, me enganché con una de las chicas y luego me marché. Fue un momento en que todos estábamos escondidos porque éramos estudiantes de izquierda, muy llenos de romanticismo y de ideales utópicos. Nadie puede saber cómo son las cosas cuando hay una dictadura, ya sea de derecha o de izquierda. Solo por pensar diferente podías ir a la cárcel, ser torturado, y desaparecer definitivamente. Nos sentíamos perseguidos, creíamos que en algún momento nos iban a agarrar a todos para adentro [de un calabozo], así como desaparecieron a compañeros y amigos.
Lo Cañas, en La Florida. Fue donde construí mi primera casa. Lo hice con el esfuerzo que iba generando a través de mi trabajo. Cada vez que tenía plata iba creciendo la casa. Empezó en 80 metros cuadrados y terminó en 220. Es un terreno rodeado de naturaleza, campos, árboles. Fue mi primera casa de familia, que cobijó a dos de mis hijos, y donde viví en gran parte de la dictadura militar. Sigo yendo para allá, una vez al mes, porque ahora ahí vive una de mis hijas. (Villavicencio 395).
Barrio Bellavista. Tenía muchos teatros, y trabajé en algunos cuando empecé mi profesión. Recuerdo con cariño los teatros San Ginés, Bellavista, el del Centro Cultural. Esos sitios encierran mucho de mi labor como tal. Ojalá yo hubiera sido dueño de uno de ellos. (Está ubicado en la ribera norte del río Mapocho, bordeando el Parque Metropolitano de Santiago, entre las calles Domínica y Pío Nono, la avenida Bellavista y la calle del Arzobispo).
La Casa Museo La Chascona de Neruda. Está cerca de la calle Pío Nono y a los pies del Cerro San Cristóbal. Tiene una terraza donde solía tomarme un café muy rico. Es una de las casas de Neruda más lindas. Y yo me declaro un admirador de la poesía de Neruda. (Fernando Márquez de La Plata 0192, Providencia).
Barrio Franklin. No lo había visitado antes. Como no era asiduo a las ferias libres, no me llamaba la atención. Pero un amigo, que sí lo visita mucho, me invitó a Franklin el año pasado: “¡Tienes que conocerlo! Es muy entretenido y tan grande que encontrarás sorpresas”. Quedé asombrado al visitarlo, porque el barrio Franklin tiene una onda de alegría. Entramos a la Fábrica, con enormes restaurantes, muy gourmet; uno de ellos de comida japonesa callejera, y hay otro francés, atendido por un chef francés. Quedé colgado con Franklin, donde se pueden comprar desde lo más ínfimo, como un alfiler, hasta lo más grande. No he parado de ir, es mágico. Todo chileno, santiaguino, y turista debería darse una vuelta al menos una vez en la vida por ahí. (Matadero y Persa Biobío Santiago).

El Barrio Italia. Son calles de no más de 10 cuadras por lado, donde están las avenidas Italia y Condell, rodeadas de restaurantes. En ese eje solo hay casas antiguas, algunas transformadas en restaurantes o pequeñas tiendas y almacenes, pues no hay supermercados. Acá vivo. Es como un pequeño pueblo donde las personas se saludan: “¡Hola, vecino!”. Tiene armonía, todos se conocen, y eso me encantó porque vengo de una ciudad pequeña. Ojalá se pudiera llamar pequeña Italia. Es un barrio que recuerda del pueblo del que vienes, donde surge aquel dicho que una vez escuché en una canción: “¡Y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero!”. (Entre las calles Condell, Italia, Rancagua y Seminario).
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