El ‘Open Arms’ busca puerto con 277 migrantes a bordo
La misión de rescate número 76 de la embarcación es la primera que se produce en tiempos de pandemia
No hay dos travesías iguales, pero la primera misión de rescate del Open Arms tras la pandemia —de las 76 que acumula en total— no es ni remotamente parecida a ninguna otra. El barco de la ONG catalana zarpó desde las costas de Castellón a finales de agosto con el PCR negativo de toda la tripulación bajo el brazo. Tras rescatar del mar a 277 personas hace una semana, recibió ayer instrucciones para aproximarse a Palermo (Italia) y resguardarse así del temporal, con la incertidumbre ya casi habitual de si podrá o no acceder a un puerto seguro.
La misión de rescate número 76 del Open Arms es en realidad un estreno: se trata de la primera en tiempos de pandemia. Una prueba PCR negativa por cada uno de los 19 tripulantes era un requisito imprescindible antes de zarpar —el 27 de agosto— desde el puerto de Burriana (Castellón). Después siguieron tres días de navegación hasta la llamada zona de búsqueda y rescate, y siete más de espera: diez jornadas en las que se dejó notar el otoño. ¿Podía atreverse alguien a enfrentarse a aquellas olas sobre una patera?
Cuando el barco estaba a punto de abandonar y volver a casa saltó la primera alerta: una patera con 83 personas a bordo ha salido de Zawiya (50 kilometros al oeste de Trípoli) y viajan en un bote de madera azul de 12 metros al que empuja un único motor fueraborda. Rescatados —el 8 de septiembre— y ya en el barco, comerán, dormirán y esperarán en la cubierta de popa, donde tendrán que hacer sitio para casi 200 migrantes más que llegarán dos días después.
Los rescatados conocen la maniobra: de la patera al RIB (siglas inglesas de Bote Rígido Hinchable) y de ahí al barco, donde se quitan el chaleco pero no la mascarilla que les dieron los socorristas. Y luego clorina en los pies y gel hidroalcohólico en las manos. “¿Nombre? ¿Nacionalidad?”, preguntan las dos sanitarias italianas a bordo mientras les toman la temperatura. Visten equipos de protección individual, al igual que el resto de los tripulantes que se aventuran en cubierta. Quitárselos de forma segura antes de pasar a la zona limpia del buque (cocina, camarotes y puente) es un proceso complejo cuyos pasos recuerda un folio plastificado pegado a la puerta de entrada. En un espacio tan congestionado como reducido, mantener el cortafuegos contra el coronavirus exige disciplina, método y paciencia. Probablemente también algo de suerte.
En cubierta se lucha cada segundo contra el agotamiento, el hacinamiento, el calor, el olor y la falta de sueño. No es fácil pegar ojo con el puzle humano sobre la tarima; tampoco para esos hombres de blanco que doblan guardias para gestionar la situación. No pasa ni un día hasta que se producen los primeros roces entre el pasaje: a Frank, de Ghana, le han robado el móvil y cree que son los egipcios; Ahmad, uno de ellos, ha perdido su manta y su espacio para dormir. “¿Es que nadie me va a hacer caso?”, se lamenta al lado de Sasudone, una nigeriana de 50 años que no parece muy dispuesta a aguantar a la chavalería somalí y casi le levanta la mano a uno. Mientras, los ghaneses siguen a lo suyo, cantando y haciendo percusión sobre las tuberías. “Se oye en todo el barco porque es de hierro”, dice Kike, uno de los tripulantes.
Rumbo a Palermo
Es una semana entre cuencos de cuscús con legumbres que los migrantes se comen con sus dedos rociados en clorina hasta llegar a la costa a la altura de Agrigento (Sicilia). Por el momento, tanto Malta como Italia han denegado un puerto seguro para el desembarco —a pesar de que la ley les obliga a ofrecer el más cercano y de forma inmediata—, pero Roma accede a que el buque se proteja del mal tiempo y, de paso, permite evacuar a dos somalíes embarazadas. Nada más divisar la embarcación de la Guardia Costera, un egipcio se tira al agua desde popa, y luego otro, así hasta diez. Al final los agentes acaban evacuando a las dos somalíes, justo dos horas antes de que Roma pida al Open Arms que ponga rumbo a Palermo, la capital siciliana.
“Mi objetivo es rescatar y desembarcar en un puerto seguro; que tanto el pasaje como la tripulación den negativo en las pruebas médicas una vez en tierra y, de paso, evitar que el barco sea requisado para poder volver a la zona de rescate cuanto antes”, decía ayer Albert Mayordomo, el barcelonés de 38 años que lidera la misión. Aún queda mucho trabajo. Pero con un poco de suerte quizá lo peor haya pasado ya.
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