Encadenados a la videoconferencia
Los principales líderes políticos toman decisiones por teléfono y aprovechan sus ratos libres para leer, ver series, jugar con sus hijos y retomar labores caseras olvidadas
Son cerca de las doce de la noche y el presidente se dirige a su habitación, en la residencia de La Moncloa, para dormir un poco. Es su horario más o menos habitual, pero ahora todo es diferente. Está solo, guardando desde hace semanas cuarentena sin su familia. Su esposa, Begoña Gómez, dio positivo en la Covid-19, y luego enfermaron también su madre, su padre y su suegro. Está cansado, encadena llamadas y videoconferencias todo el día. Tiene más canas y arrugas en el rostro. Pero no se siente intimidado, según cuenta su entorno. Cuando algunos de sus compañeros del gabinete, en confidencias, se lamentan por la situación que están pasando, contesta: “Para esto estamos, gobernar es esto”. Igual que él desde la presidencia, los dirigentes de la oposición realizan su labor estos días desde sus casas. Este es un relato del día a día de los líderes políticos españoles durante el confinamiento.
Sánchez, solo en La Moncloa. El presidente Sánchez se está enfrentando en esas circunstancias personales a una pandemia de proporciones inauditas. Estos no eran desde luego sus planes cuando conformó el primer Ejecutivo de coalición con Unidas Podemos, hace solo tres meses. La presión es parecida para los vicepresidentes, con una diferencia: cuando terminan sus tareas de obligada presencia física pueden regresar a sus hogares. Sánchez no. Apenas sale de La Moncloa. Este domingo, tras acabar la reunión con su gabinete de crisis —con los ministros de Sanidad, Defensa, Interior y Transportes— en una sala especial y más pequeña de las habituales en el Departamento de Seguridad Nacional, les acompañó paseando por los jardines del recinto presidencial hasta la sala del edificio en la que se dan las diarias ruedas de prensa. Quería compañía. Varios ministros consultados por EL PAÍS dicen que lo ven algo más desgastado; como se ven ellos mismos cuando se miran estos días al espejo. Pero también apuntan que el presidente les ha sorprendido por su serenidad. Hace unos días, tras uno de estos Consejos de Ministros extraordinarios que se suceden periódicamente, incluso bromeó sobre el nivel de intensidad de citas diarias y encuentros de trabajo: “Cuando acabe todo esto nos vamos a echar de menos y tendremos que quedar, pero para otras cosas”.
Sánchez sigue haciendo algo de ejercicio y a las 9.30 ya preside la mayoría de los días las reuniones del comité técnico y de expertos montado para encarar la crisis. En La Moncloa trabaja físicamente poca gente —ha habido muchos contagios— pero sí acude su secretaria. Las mañanas las emplea en teletrabajo, llamadas, videoconferencias, análisis. “Habla con mucha gente, pero también le gusta, por las tardes, hacer una ronda de consultas con familiares y con un grupo de tres amigos que le acompaña de toda la vida”, relata uno de sus más próximos colaboradores.
Sánchez es consciente del cerco al que se somete a diario al ministro de Sanidad, Salvador Illa, llamado al gabinete para una función muy distinta —hacer de conexión, como dirigente del PSC, con el ahora olvidado problema catalán— y enfrentado a la gestión directa de una pandemia. Y le ha dedicado palabras expresas de cercanía. Sánchez, según fuentes de su entorno, está pendiente de Illa, le ha mostrado su aprecio y se ha visto gratamente sorprendido, además, “por el aguante que está teniendo” la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, que además de su papel técnico previsible “ha sabido también adaptarse a estas peculiares circunstancias”.
Pese a que en privado algunos ministros han criticado la posición ortodoxa de Calviño, la ministra ha ido asumiendo un rol más mediático, con entrevistas y explicaciones, que en el PSOE han echado en falta por la ausencia obligada de la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, confinada tras también infectarse por el virus. Uno de los ministros socialistas que añora a Calvo se explica: “La vicepresidenta aportaba rigor y coherencia y los asuntos salían más trabajados. Ahora toca improvisar más”.
Las llamadas interrumpidas de Pablo Iglesias. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias siguen conectados por teléfono. El vicepresidente y líder de Podemos se mantiene casi todo el tiempo confinado en su casa del municipio madrileño de Galapagar con su pareja, la ministra Irene Montero, y sus tres hijos: Leo y Manuel (que tienen un año y ocho meses) y Aitana (que todavía no ha cumplido un año). En estas semanas de cuarentena —Montero dio dos veces positivo en coronavirus—, Iglesias ha salido desde allí a su despacho para conceder alguna entrevista y a La Moncloa para una conferencia de prensa y un Consejo de Ministros. Iglesias se ocupa de labores de la casa; alguna vez ha tenido que interrumpir o cortar antes de tiempo conversaciones telefónicas con Sánchez y otros ministros porque los críos se han puesto a llorar.
Cuando tiene algún rato libre se dedica a releer Nuevo viejo mundo, de Perry Anderson, que profundiza en la historia de Europa desde el final de la Guerra Fría hasta nuestros días y, sobre todo, con Montero está viendo en casa en inglés la serie Succession y los capítulos finales de Vikingos. Sánchez habla frecuentemente con Iglesias, pero no con Pablo Casado o Inés Arrimadas y menos aún con Santiago Abascal, de Vox, que se ha negado incluso a participar en la ronda de llamadas del presidente para sondear su disposición a respaldar las prórrogas del estado de alarma. Los contactos de este fin de semana con Arrimadas y Casado fueron escuetos, profesionales, apenas 10 minutos. Casi no le hizo falta ni preguntarles por su respaldo, aunque lo tuvo. La relación personal entre Sánchez y Casado no es mala, aunque sí llena de desconfianza mutua, según reconocen ambos.
Casado y el fútbol en el pasillo de casa. Pablo Casado ha variado poco sus hábitos, sobre todo de trabajo, porque sí acude a diario a su despacho y es el único que no ha tenido contagios tan cercanos como para guardar confinamiento. Ha retrasado algo su llegada por las mañanas a Génova 13, la sede del PP en Madrid: ahora aparece por allí sobre las 9.30, y apenas ve a una secretaria y un técnico informático que le prepara las videocharlas más complejas. Algunas se las organiza él directamente, como las que hizo la semana pasada con los agentes sociales. En la sede del PP no hay prácticamente nadie y eso es lo que Casado más echa de menos: hablar físicamente con su equipo e intercambiar ideas en directo. Hace un par de días regresó de su casa en Murcia el número dos del partido, Teodoro García Egea, que trabaja en el despacho de al lado, y eso le permite salir de vez en cuando de su cubículo y hablar con otra persona en la planta.
Antes de la crisis del coronavirus, Casado no iba nunca a comer a casa. Ahora vuelve todos los días. Por las tardes regresa también antes a su domicilio y su labor es ayudar con los deberes, especialmente de matemáticas e inglés, a su hija Paloma. Con su otro hijo, Pablo, de seis años, juega al fútbol sala en el pasillo con una pelota de gomaespuma. Por las noches les acuesta y lee con ellos. Los fines de semana, la familia hace planes conjuntos: los viernes (antes y ahora), el presidente del PP y su esposa encargan una cena de pareja con comida exótica y una botella de vino y ven películas. Con los hijos, las comidas en días señalados son pizzas y perritos calientes. Compran por Internet y hablan a través de la pantalla con los seis hermanos y los padres de Casado, confinados en Palencia. El líder popular no tiene una serie de cabecera pero sí está leyendo Tiempos Recios, del peruano Mario Vargas Llosa, uno de sus escritores preferidos. También está repasando en inglés 21 lessons for the 21st century (21 lecciones para el siglo XXI), un libro escrito por el historiador israelí Yuval Noah Harari, que le firmó con esta dedicatoria: “El futuro está en tus manos, úsalo sabiamente”.
Arrimadas, en la recta final de su embarazo. A Inés Arrimadas, nueva líder de Ciudadanos, lo primero que le preguntan en todas las videoconferencias, que son ahora su único contacto con el exterior desde su pequeño piso de alquiler sin terraza ni balcón que comparte en el centro de Madrid con su marido y su perra, es por su embarazo. Espera dar a luz a finales de mayo a su primer hijo. La gestación evoluciona perfectamente; ella no oculta sus prevenciones y preocupaciones. No se ha fijado horarios de trabajo, aunque casi a diario habla con los vicepresidentes que Ciudadanos tiene en cuatro autonomías, así como con sus colaboradores del partido y del grupo parlamentario.
En ocasiones conversa con los líderes de otras formaciones. Este fin de semana escribió al presidente Sánchez para que acuerde sus medidas con la oposición, y para dar apoyo a unos nuevos pactos de La Moncloa de reconstrucción nacional. Por las noches ve algún capítulo de La Casa de Papel, El método Kominsky y Poldark, y alguna otra serie en inglés. En su mesilla siempre tiene libros de historia y sobre la evolución humana. También hace la compra por Internet, cocina y ha preparado ya la habitación de su primer hijo. Para charlar con sus cuatro hermanos usa Skype, A sus padres, de 83 y 76 años y que viven en Jerez de la Frontera (Cádiz), les han instalado la aplicación para poder verse por videoconferencia.
Abascal, manualidades tras la cuarentena. Santiago Abascal, líder de Vox, no ha querido colaborar en este reportaje. Dio positivo de coronavirus y se confinó en su casa de Hortaleza, en Madrid, durante un tiempo. En estos días, a través de la cuenta en Instagram de su esposa, Lidia Bedman, se ha podido saber que han cocinado en casa y han hecho manualidades con sus hijos: unas hojas de palma para recordar a su manera el Domingo de Ramos. Este lunes Vox comunicó —con una foto en la que se le ve sentado en su despacho— que su líder y algunos de sus dirigentes empezaban a reincorporarse a su actividad en el Congreso.
‘Barón negro’ en La Moncloa y ‘Succession’ en Galapagar
La serie francesa de ficción política Baron Noir es vista por muchos como una mezcla de House of Cards y Los Sopranos, lo que ya da una idea de su sinopsis. Narra la epopeya política y judicial —llena de dudosas motivaciones de revancha— de un alcalde de izquierdas de Dunquerque, la ciudad industrial del norte de Francia. Cuenta la historia de un cacique acostumbrado a todo tipo de prácticas cuestionables para satisfacer su ansia de poder. En una campaña para unas elecciones presidenciales, ve su futuro amenazado cuando su mentor le intenta sacrificar para salvarse. Al presidente Pedro Sánchez, que ha visto algunos capítulos estos días, le ha gustado tanto que se la ha recomendado a algunos amigos y a miembros de su equipo para desconectar algo del monotema del coronavirus. Algunos de los ministros más afectados en su trabajo por esta crisis reconocen en privado que les cuesta ver los informativos y leer los periódicos porque prácticamente solo transmiten noticias sobre la epidemia.
Los gustos cinéfilos de Pablo Iglesias son diversos. Él ha encontrado un drama bélico e histórico sobre las aventuras de Ragnar Lothbrok, un agricultor que va ascendiendo hasta convertirse en el rey de los vikingos. También está muy interesado por la trama de la norteamericana Succession. La serie recrea satíricamente las peripecias de una saga estadounidense dueña de un conglomerado internacional de medios de comunicación que no solo es pornográficamente rica y poderosa sino que busca el poder y el control de su negocio pese a tener un plan de sucesión ya establecido.
El popular Pablo Casado es menos aficionado a las series, y en las películas está aún atrapado por ficciones propias de la edad de sus hijos. La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, se ha volcado por su parte en la plataforma Netflix para completar la última temporada de los ladrones de la exitosa producción española La casa de papel. En inglés ha optado por El método Kominsky, una de las sensaciones de las últimas temporadas en EEUU. Cuenta cómo afrontan con buen humor dos viejos amigos jubilados el hecho irremediable de haberse hecho mayores.
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