Pierre Louis Vuitton, el último Vuitton de la casa: “Mi misión es que en el futuro se siga haciendo todo igual”
Cinco generaciones después de su nacimiento, el peso de la historia marca el buen hacer de este mítico apellido de la industria del lujo. Visitamos a Pierre Louis Vuitton, uno de los últimos eslabones de la familia, en la sede de Asnières, cerca de París


Se llama Pierre, de apellido Vuitton y en medio un nombre, Louis. Él, como todos los hombres de la familia, carga con una tradición que se impuso hace cinco generaciones. Todos serían Louis Vuitton como el patriarca fundador. Así que Pierre, nacido en Asnières en 1974, es Pierre Louis Vuitton; como su padre, muerto en 2019, fue Patrick Louis Vuitton; y su abuelo Claude y su bisabuelo Gastón fueron louis vuittones. Solo se libraron del peso de la historia el fundador de la maison y su hijo George, primero y segundo de la saga. Quizás porque antes de 1880 ser un louis vuitton no era tan impactante.

Pero en 2025 lo es. Mucha gente piensa que no existen, que Louis Vuitton es una fantasía, pero estamos desde primera hora en la casa familiar de Asnières-sur-Seine, a 40 minutos en coche desde París, para hablar con el último de la estirpe, realmente el penúltimo. Le siguen sus cuatro hijos y su hermano Benoît (1977). Todos louis vuittones en sus certificados de nacimiento. Más de tres horas esperando y no llega, pero si no se hace esperar un Vuitton, quién se puede hacer esperar en este mundo.
Pierre no tiene paquetes accionariales importantes en la compañía, integrada en LVMH desde 1987, pero tiene a su cargo la preservación del mito, eso que se conoce como savoir faire, y que en su caso implica que un baúl con el monograma de Louis Vuitton se siga fabricando con la misma calidad, parsimonia y detalle que en 1854.

La casa de Asnières es un templo art noveau reformada al estilo Eiffel por George tras la muerte su padre. Desde 1859 fue el centro de gravedad de la familia, aunque luego Pierre nos contará que realmente aquí solo vivieron el primero y el segundo de la saga con sus respectivas proles. Louis la compró con la intención de ganar espacio para un negocio, el del equipaje, que crecía a la par que viajar se convertía en un símbolo de estatus. Además, una casa en la ribera del Sena garantizaba el transporte rápido de la materia prima y los productos, tanto por el río como por la línea ferroviaria con conexión directa a la estación de Saint-Lazare. El propio Pierre nació al lado de esta casa y guarda recuerdos vagos del taller, aledaño a la residencia, donde se siguen fabricando piezas inverosímiles, extravagantes y preciosas.
Pierre, como su padre, tiene a su cargo gestionar estos pedidos “especiales” que suponen lidiar con las mayores fortunas de este mundo, sus egos, miedos y obsesiones.
Mientras esperamos a Pierre Vuitton exploramos en qué se trabaja esta mañana en el taller de Asnières. Aquí todo se hace a petición y capricho suelto. A veces se permite a algunos clientes supervisar en tiempo real el progreso de sus encargos. Lo primero que encontramos es una réplica en resina del trofeo de la NBA: el equipo ganador ha encargado un baúl a medida para trasladarlo. Vemos el de la Eurocopa de fútbol y del último Campeonato Mundial de Fórmula 1. Los trofeos originales han llegado a Asnières en camiones fuertemente custodiados y se irán en un continente de alto lujo, hecho a mano y personalizado al extremo. Luego disfrutamos con la construcción de un arcón para una botella de Moët & Chandon y otro que contendrá varias botellas de un whisky carísimo. En otra mesa, un artesano trabaja en el estuche de un ukelele y otro retoca un cofre donde viajará una colección de 130 relojes de lujo. Se fabrica un baúl para guardar las llaves de un coche deportivo y otro muy grande para albergar una colección de 200 pinturas de Andy Warhol. En 2021, de estos talleres salió el Party Trunk (el baúl fiesta). El mundo salía de la pandemia y hubo quien quiso llevar la fiesta encima. Encargó un arcón equipado con una bola de discoteca con el monograma LV, tapas de espejo, vasos y copas de whisky, champán, coñac y capacidad para 30 botellas “caras y excepcionales”.

Esta mañana, la extravagancia máxima es un baúl a medida encargado por una clienta china: una pieza vertical, forrada en piel con apertura central y múltiples cajones de diferentes tamaños que guardarán lo que le queda de la infancia de sus hijos. A saber: dientes de leche, recortes de uñas, mechones de pelo del primer mes de vida y cordones umbilicales. Los empleados del taller no dan abasto, trabajan en dos turnos y fabrican 4.000 piezas al año. Los ultrarricos van por delante y la lista de espera no baja de los 14 meses.
Los clientes pueden escoger la piel y el color, y reciben asesoría de la casa porque, ya puedes ser todo lo rico y caprichoso que quieras, el ADN de un baúl de Vuitton está por encima de todo. Se sigue empleando una combinación única de cinco números para bloquear las piezas que permite al cliente usar la misma llave para abrir todo su equipaje. Fue una idea de George en 1889 y, casi 150 años después, en estos talleres se sigue empleando el mismo mecanismo. Se conserva desde entonces un registro de los números secretos de cada cliente. Hoy podríamos saber, por ejemplo, la combinación para abrir el equipaje de la mítica Coco Chanel.

Pierre (Louis) Vuitton entra por la puerta del jardín. Se disculpa por el retraso de los trenes. Lleva un traje azul sin corbata y se mueve con soltura por la que fue la casa de sus antepasados. Mira en una mesita de madera las fotos de familia, su padre está en primer plano. Todo el mundo echa de menos a Patrick, siempre con su pipa, simpático y bon vivant, con fama de radiografiar a los invitados de cada fiesta en busca de falsificaciones. Pierre, que parece algo más tímido, ocupa su puesto como guardián de las esencias. Cuenta que vivió sus primeros 10 años justo al lado de esta casa, pero que antes de entregarse en 2004 a la causa Vuitton exploró otros caminos y estudió Aeronáutica. “Volví a los 30, a esa edad uno empieza a hacerse las preguntas correctas: ¿qué quiero hacer?, ¿dónde quiero ir en los próximos 20 o 30 años?”. A Pierre la crisis lo trajo de vuelta a lo que él llama: “La carrera de mis abuelos”. Entró al taller de Asnières y pasó siete años aprendiendo el oficio. “Así entendí la profesión, y entonces pude decodificar todo lo que me habían intentado enseñar desde niño”, cuenta.
Ahora trabaja en el sur de Francia, donde la maison tiene “un centro de conocimientos técnicos”. “Soy responsable de preservar y transmitir ese patrimonio. Todo lo que fabricamos hoy, desde el Malle Courrier, el primer baúl creado por la firma en 1859, hasta los equipajes más modernos, se manufactura con métodos similares, con maderas flexibles y tejidos resistentes, y mi misión es que en el futuro se siga haciendo todo igual. Tenemos suerte, esa sabiduría ha permanecido durante 170 años en el mismo lugar y en la misma familia. Vengo de los Vuitton y me digo a mí mismo cada día que es un hermoso legado”.
Dice Pierre que contarlo también es su misión. Por eso uno de sus últimos proyectos ha sido colaborar con el libro From Louis to Vuitton, la historia de la marca contada en 1.001 imágenes (algunas acompañan este reportaje) y a través de 54 palabras. El libro, una joya editada por Assouline, se vende en una edición limitada de lujo que tiene, cómo no, su propio baúl y cuyo precio no se puede revelar.

A Pierre lo que le gusta es pasar tiempo en los talleres. “Hay que estar cerca de la profesión, hablar con los artesanos y, cuando sea necesario, corregirlos. Eso lo hago muy a menudo, enmiendo sus errores y me siento muy legitimado para hacerlo cara a cara”. Sabe de lo que habla. Además del savoir faire artesanal de la familia, considera que tiene “cierta tendencia a maltratar las maletas”. “Durante un tiempo, cuando trabajaba en Marsella, me dediqué a probar los equipajes con ruedas para ver cuánto aguantaban, y puedo decir que nuestras maletas son esas que sobreviven a todos los viajes, aunque a mis vacaciones yo me sigo llevando una lona Monogram”. Monogram es un tejido creado por su tatarabuelo George en 1888, inspirado en un tablero de damas, que la casa recuperó un siglo después, en 1998.
—¿Cómo se vive siendo un Vuitton?
—Como todo el mundo, llevo 50 años con ello. Aunque da bastante miedo ver el tamaño de Louis Vuitton hoy, pero me hace feliz seguir contando esta historia que es también la mía.
Insiste en que la gente se comporta con bastante naturalidad cuando interactúa con un Vuitton de carne y hueso al que incluso se le retrasan los trenes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
