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Luis Cabrera: “No se puede construir una sociedad culturalmente avanzada intentando homogeneizar los pensamientos, las maneras de tocar o vestir”

Este jienense de 71 años es una figura clave en la cultura barcelonesa de los últimos cuarenta años. Fundó en Barcelona el Taller de Músics, escuela en la que estudiaron Rosalía, Sílvia Pérez Cruz, Salvador Sobral, Miguel Poveda o Santiago Auserón

Luis Cabrera.
Anatxu Zabalbeascoa

El Taller de Músics, que Luis Cabrera (Arbuniel, 71 años) cofundara en 1979, ha ido colonizando calles del Raval barcelonés. Hoy, con un bar donde actúan los alumnos, Jazzsí, y un centro de estudios superiores en el barrio de Sant Andreu, mantiene el espíritu irreverente de sus inicios. Cabrera, en cambio, se ha tranquilizado. De reivindicar la lucha vecinal, y montar festivales de música, lleva la vida de un hombre en edad de jubilación que, tras cuatro operaciones de corazón, no piensa jubilarse.

Activista, músico, flamenquista, representante de artistas, fundador de una mítica escuela y… ahora escritor. ¿Usted quién es?

Soy un precipicio. Mi madre, que todavía vive, tiene 98 años y está mejor que yo, dice que soy un niño sin oficio ni beneficio. Y se acerca bastante: hago lo que puedo, a veces lo que me dejan, y no me defino con mucho énfasis. Fui activista social en la lucha antifranquista. Y, a partir de 1979, que montamos el Taller de Músics, he procurado defender los intereses comunitarios de los músicos.

¿Cuál es su mayor logro: el Taller, los cambios que propició en su barrio, el Verdún, o su trayectoria de niño con hambre hasta aquí?

Mi abuela me decía: “Tienes que procurar que el dueño de tu hambre seas tú”. El Taller de Músics es mi periodo más largo de estabilidad. Intentamos que hubiera asociaciones que representaran a los diferentes sectores: tanto a los músicos como a las salas de conciertos, las discográficas…

Luis Cabrera, en el Taller de Músics de Barcelona.

“El Taller es un grano que le salió a la sociedad catalana en el Barrio Chino”.

Bueno, a la sociedad catalana benestant.

¿Sigue siendo un grano?

Mucho más gordo.

Después de haber dado clase a Rosalía, Clara Peya, Salvador Sobral…, ¿no son el establishment?

Para nada. Pero es cierto que aquí han estudiado o han sido profesores muchas personas que han roto el techo de cristal.

Mala Rodríguez, Maria Rodés, Santiago Auserón…

Y muchos más. De la escena del jazz, prácticamente han pasado todos. Quizá seamos un referente en la música popular contemporánea. Pero no somos el poder. Perseguimos no serlo para no acomodarnos.

Su pedagogía basada en el jazz y el flamenco, sin base clásica, en España no existía.

En 1979 nacieron tres instituciones en Barcelona. Celeste, que tenía un talante popular; el Aula, la franquicia del Berklee College of Music de Boston, y nosotros. Se presentaron para ver si queríamos ser franquicia. No quise por el flamenco. Yo provenía de la peña flamenca Enrique Morente.

¿Esas escuelas de música eran una alternativa al conservatorio?

Un paralelo. A ver, ¿qué instrumentos podemos citar como modernos? La batería, el bajo eléctrico, la guitarra eléctrica y para de contar. El resto son clásicos. Los alumnos que llegan más preparados lo hacen con una base técnica clásica importante. Y vienen a aprender improvisación, que es lo que les falta. En aquella época los conservatorios no tenían programa basado en el jazz. Había un vacío y quizá lo cubrimos. No hay que creer que en la academia está la verdad absoluta. En el momento en que alguna institución crea que dentro de sus aulas está la verdad y no abra la puerta para ver lo que está pasando en la calle… Si no te impregnas de vida, te quedas en la teoría. Por eso nuestra divisa inicial fue: del aula al escenario. Tan importante es recibir una clase como subir al escenario.

Rosalía hizo eso.

Ella empezó con 18 años. Actuaba en el bar Jazzsí con el Maestro Chicuelo.

¿Hay maestras? ¿O los maestros solo son hombres?

Hay un montón: la maestra Carmen Corpas, la maestra Mayte Martín, la maestra Carmen Linares, la maestra La Niña de los Peines… Yo lo digo, lo que ocurre es que cada cual es cada cual. Rosalía tuvo muchos profesores. Pero ella siempre nombra como maestro a Chiqui, que es José Miguel Vizcaya Sánchez, Chiqui de La Línea, un hombre que llegó a Barcelona con 19 años siendo ya un cantaor de raigambre. Rosalía estuvo en el Taller dos años y medio. Luego hizo primero y segundo en nuestro centro superior, y tercero y cuarto se fue a la Esmuc [Escuela Superior de Música de Cataluña].

¿Por qué se fue?

Era una líder natural con un talento y una curiosidad que te dejaban atolondrado. Necesitaba un cambio de aires.

Defiende que en Cataluña hay sectores que quieren la homogeneidad, pero la música es lo contrario…

No hay ninguna música pura. No se puede construir una sociedad culturalmente avanzada y progresista intentando homogeneizar los pensamientos, las maneras de tocar o vestir.

Luis Cabrera, en el barrio del Raval, en Barcelona, donde se ubica el Taller de Músics.

¿Por qué es incómodo el Taller?

Es feo lo que voy a decir, pero creo que un personaje como yo no les cuadra. En el año 2000, cuando era consejero de Cultura Jordi Vilajoana, el Taller de Músics lideró una rebelión contra el departamento de Cultura que firmé yo. Buscábamos que la música popular contemporánea no sufriera un agravio comparativo en relación con el teatro, la música clásica y otras artes. Lo conseguimos. Pero todo se ha ido a pique. Desde el poder político se incitó a que se crearan otras asociaciones. Esas asociaciones gremiales con el paso de los años se han convertido en brazos del poder.

¿Cómo llega un niño pobre, de un pueblo de Jaén, a organizar congresos de flamenco y montar una escuela vanguardista?

La persona inteligente sabe lo que es el miedo. Las personas ignorantes, como el que tiene delante, no tenemos miedo.

¿Se puede enseñar a cantar flamenco?

¿Se puede enseñar a ser carpintero? El flamenco, el jazz, el rock y muchas músicas urbanas tienen una tradición oral, pero si tú naces en una familia en la que desde pequeño estás escuchando esos sones y se te pega al oído algo, ¿eso no es una escuela?

Si no hay conciencia de aprendizaje, ¿hay escuela?

Desde que el flamenco nace es universal. Es imposible que sea puro porque su fuerza viene de mezclar culturas. Y nosotros, en el año 2000, queríamos que en la música no se hicieran distinciones absurdas. Igual que hay jazz instrumental y jazz con vocalistas, hay flamenco instrumental y con cantaores. Pero en Cataluña todo lo que tiene que ver con la lengua es un lío muy gordo.

Usted se llama a veces Luis y otras Lluís.

Y cuando estuve en Pekín me llamaba Lùy-sì. Y en Nueva York, Louis. Yo me adapto. Si no te adaptas te quedas petrificado. Estuve en Pekín y en Nueva York acompañando a músicos sin hablar ni chino ni inglés y me entendía con gestos. Para entenderse es esencial querer entenderse y recurrir a lo básico, la humanidad. En Nueva York me decían: “Si te quedas aquí acabarás de alcalde”.

Tenía 16 años cuando viajó a Madrid para convencer a Enrique Morente de que cediera su nombre a una peña flamenca de Barcelona.

Quedamos en una cafetería. Y… aceptó. Yo soy un pejiguero que molesta. Pero también consigo cosas molestando. Fui por cómo cantaba y volví enamorado de cómo era. Cantaba como era. Eso sucede siempre en la música: a ti te suena el trombón como eres.

Asegura que el caso Scala terminó con esa peña en 1978.

Fue un montaje del ministro Rodolfo Martín Villa. La CNT se estaba empezando a reconstituir. Y eso era un peligro porque no se iba a domesticar como sucedió con UGT o Comisiones Obreras. Había que eliminarla. Joaquín Gambín, El Grillo, fue delincuente y la policía lo captó para que se infiltrase en la CNT. Se hizo pasar por anarquista y captó a mis amigos de la peña flamenca, gente joven que fue encarcelada durante años.

Lo cuenta en su último libro: La muerte no desvelada.

Gambín conocía los domicilios de José Cuevas, Xavi Cañadas o Pilar Álvarez. Sabía que habían montado los cócteles molotov para tirarlos en una manifestación. Y los cócteles incendiaron la sala de fiestas Scala.

Murieron cuatro personas.

Claro, pero en el juicio se demostró que había napalm. Eso no lo puede comprar cualquiera. Al quiosquero de la calle de enfrente nunca lo dejaron declarar y él aseguraba que ya había humo antes de que los chavales tiraran los cócteles.

¿Por qué ocurrió todo eso?

En el sector del espectáculo, la CNT era el sindicato mayoritario. Los trabajadores de mantenimiento que murieron en la sala estaban afiliados. El edificio ardió en minutos. Y la CNT desapareció. A los que habían tirado los cócteles les cayeron 17 años de cárcel. Y la peña terminó por disolverse. Gambín fue juzgado. Y encarcelado por haber organizado el atentado. Pero no hubo responsabilidades de ningún superior suyo.

¿Observar que a quienes están al mando difícilmente les salpican las consecuencias de sus decisiones lo ha hecho más reivindicativo? ¿Más flexible?

No sé si soy descreído, pero estoy en camino. Sin embargo, en el mundo del arte puedes volver a creer. En eso creo. Pero en la política…

¿Ha dejado de votar?

No. Casi un 50% de la población se abstiene en las elecciones. Los partidos políticos consideran la abstención grave, pero no hacen autocrítica. Por eso me centro en el arte. Es lo poco que puede ayudar a que las personas elijan la bondad y sean más generosas. Ahora, no creo que el arte tenga que salvar a la humanidad. En eso estoy en consonancia con mi hermano Enrique Morente. Él decía: “Mira, Luisico, las manifestaciones las hacen a unas horas que yo estoy durmiendo. Y si me llamaran para firmar manifiestos, no lo haría porque eso es marketing. Y el arte tiene que estar al margen de eso”.

¿El riesgo no es suficiente para que algo sea ­bueno?

Claro que no. Pero sin tener acceso a la cultura que hubieras querido, arriesgar te hace sentir una inseguridad que permite avanzar. Yo he tenido que oír a personas relevantes decir que a mí no se me podía hacer caso porque no había ido a la universidad. Para ellos era un mindundi.

Impulsó el Ateneo Popular de Nou Barris que unió a personas contra el régimen franquista.

En España ha habido muchos afranquistas, pero pocos antifranquistas. Los primeros no estaban de acuerdo con el régimen dictatorial. Pero no se movían.

¿Se tiene que estar incómodo para protestar?

Es más fácil. Por eso cuando reivindicamos un centro de atención sanitario en el Verdún o que llegaran los autobuses se me ocurrió que igual con el flamenco podíamos captar a más gente para reivindicaciones porque entre los inmigrantes había mucha gente andaluza y se documenta que el flamenco nació allí. Aunque yo tengo mis dudas.

¿Usted qué cree?

Creo que los inmigrantes andaluces no trajimos a Cataluña la soleá ni las seguiriyas. Ya estaban. Aquí ha habido judíos, gitanos, cristianos y árabes. Lo que pasa es que a la taranta la llaman paños. Pero era igual… Por eso propuse hacer flamenco en el barrio. Ese contacto entre personas podía producir que algunos se hicieran antifranquistas de verdad.

Hoy en día, ¿el flamenco consigue despegarnos de las redes sociales?

Bueno, en las redes sociales, algunos jóvenes aprenden flamenco. Sobre todo los guitarristas.

En su primer libro, La vida no regalada, retrata ambientes flamencos con prostitución y drogas. ¿Hay relación entre ambos?

Bueno, en los lugares en los que el flamenco se profesionalizó, en los cafés cantantes, siempre ha habido momentos para ligar. En la noche se ven las cosas diferentes. Morente me llevó a un bujío donde varios hombres hacían cuentas de cómo había ido el día de las chicas que controlaban.

¿Proxenetas?

Era una discoteca en la que siempre sonaban los tangos de Morente y los de Camarón. Cuando Morente me llevó, estaba Camarón. Era un ambiente distendido. Lo que pasa es que allí los chulos hacían cuentas. Era una prostitución de medio pelo para arriba. No era sórdida, ¿eh? No digo que yo esté a favor de eso ni mucho menos. Pero…

Al protagonista de sus dos novelas lo llamaban El Drogas.

Era mi nombre de guerra en Bandera Roja. Algún nombre tienes que tener en la clandestinidad. Yo fumaba chocolate en la peña y eso los marxistas leninistas nunca lo han visto bien. También podía ser porque al lado de la bodega donde trabajaba había una droguería…

¿Sus dos libros son autobiográficos?

Tienen mucha verdad y mucha mentira. Piensa que soy hijo de primos hermanos. Mira…, fui un niño maltratado por mi madre. Me pegaba palizas diarias.

En sus libros no lo cuenta. ¿Lo ha hablado con ella?

Sí. Pero no lo admite. Le he dicho que hasta que no lo reconozca no la voy a ver. Es que fue muy bestia. Lo que más me gustaba era ir al cole. Y con aquellas palizas había días en los que no podía ir.

¿Su padre qué decía?

Yo lo animaba a que le pegara un silletazo. Se lo merecía. Pero era tan bueno, tan bueno… Creo que tengo el 70% de él. No todo porque era un santo barón. Enamoradísimo de ella. Mi madre iba vestida como una señora rica… Pero no estaba contenta por haber tenido que cambiar Valencia por Arbuniel. Yo, con nueve años, pasé de ese pueblo cerrado a una ciudad potente. Ella había hecho el camino inverso.

En sus libros aparecen otros abusos. Y su sed de venganza.

Todavía tengo espacio para crecer. Si estuviera bien los perdonaría. Pero no estoy bien. A uno de los lidercillos que más me fastidiaba lo he perdonado. De mayor se me abrazó en el pueblo y me dijo: “Yo te decía que eras maricón, pero el maricón soy yo”. Pero tengo una deuda pendiente con un elemento de mi pueblo, que vive en Barcelona, que abusó de mí… ¿Lo puedo decir?

Si quiere…

A un grupo de niños de seis años nos llevaba a la era y hacía que le mamáramos. Se llama Juan María. La última vez que lo vi le dije: ¿te acuerdas cuando nos subías a la era? ¿Qué hacías con nosotros? El tío agachaba la cabeza. Le dije que no volviera al pueblo. Que la próxima le rompería la cara.

Lo que está mal ¿da opción a hacer el mal?

Amenazar es una mala solución, pero tampoco un niño puede defenderse. Mi manera de ir por la vida ha sido respondiendo desde lo que considero justo. Yo aquí, en el Taller de Músics, he pegado palizas a quienes venían a repartir droga.

¿De luchar por la democracia a tomarse la justicia por su mano?

Si me pegan, yo no pongo la otra mejilla. Todo tiene que ver con pegar a los niños. Yo no ataco nunca nunca. Ahora…, me he defendido.

A sus hijos ¿qué les dice?

No les he contado nada de esto.

¿Por qué se lo está explicando a una periodista?

No sé. Confío. Tú haz lo que tengas que hacer.

Está en sus libros. ¿Por qué los escribió en tercera persona?

Me daba vergüenza.

¿Qué le dice a un artista que tiene vergüenza?

Soy un mar de contradicciones, como todos. Igual no soy tan valiente como creo. Pero he escrito las dos novelas para sacar los sapos que tenía dentro.

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