Eduardo Aires en Oporto: cómo un diseñador ayudó a transformar una ciudad
Se cumplen 10 años desde que la localidad portuguesa presentara su identidad gráfica de la mano del diseñador Eduardo Aires. Viajamos hasta la capital del Duero para hablar con él de diseño, de la ciudad como marca y de cómo su trabajo para el Gobierno luso le ha puesto en el punto de mira de la extrema derecha
“¿Seguro que es aquí?”, pregunta el fotógrafo mientras bajamos del taxi. Nos acercamos a los timbres junto a un enorme portón de lo que una vez fue una fábrica. Se ve que han arrancado la identificación. A pesar de no estar nada convencidos de hallarnos donde tenemos que estar, o sea, en la casa-estudio del diseñador Eduardo Aires (Ribatejo, Portugal, 61 años) en una antigua zona industrial de Oporto, el fotógrafo se acerca al timbre con intención de pulsarlo. “¡No!”, lo paro justo a tiempo. “Hay que llamar antes por teléfono”. “Joder, sí que iba en serio esto. A ver si…”, responde el fotógrafo. Aunque no lo parezca, hemos viajado hasta la ciudad portuguesa para conocer el trabajo que Aires realizó hace justo 10 años para dotar a Oporto de una imagen gráfica completa y coherente, una suerte de gramática que se utiliza para camiones de basura, uniformes policiales o lonas que protegen obras, entre otras muchas cosas. Un trabajo premiado y copiado desde Nueva Zelanda hasta Colombia que es ya parte indisociable de la capital del Duero.
Cuando fijamos esta cita aún no habían tenido lugar las elecciones presidenciales portuguesas del pasado 11 de marzo, comicios en los que triunfó el Partido Conservador y la ultraderecha de Chega se consolidó como tercera fuerza política con un 18% de los sufragios. Mientras, el Partido Socialista, hasta entonces en el poder, quedaba a dos escaños de los conservadores y pasaba a la oposición. Apenas unas horas después de saberse el resultado, uno de los líderes de Chega apareció en televisión anunciando que una de las primeras cosas que iban a reclamarle al nuevo Gobierno era la retirada del logo para la nación que había presentado el Partido Socialista a finales del año anterior. El logo, según ellos, era un ejemplo de guerra cultural, de infame cultura woke, que borraba el esplendor del pasado portugués, tanto el religioso como el imperial. Minutos después, Eduardo Aires, responsable de aquel diseño, recibía los primeros insultos, que pronto pasaban a ser amenazas de muerte.
Ha transcurrido casi un mes desde la noche electoral cuando accedemos al estudio del creador. La cosa no parece haberse calmado. “Recibo amenazas de muerte constantes. Me dicen que me van a matar, que me van a meter un palo por el culo hasta que… He quitado la dirección de la página web del estudio y también de Google. He cerrado mi Instagram”, dice el diseñador, más apesadumbrado que asustado. “Mira, si me tienen que matar, que me maten… pero bueno, luego os llevo a comer a un sitio que os va a encantar”. Le agradecemos la propuesta y le confiamos nuestro deseo de que este reportaje no termine en la sección de Sucesos. Se ríe. Solo.
A principios de 2014, el entonces concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oporto, Paulo Cunha e Silva, llamó a Eduardo Aires, ya un consolidado diseñador además veterano docente en la Facultad de Bellas Artes, para informarle de que la ciudad iba a abrir un concurso para diseñar una nueva imagen para la localidad portuguesa. Cunha iba a sugerir su nombre como uno de los tres que presentarían sus propuestas ante el Consistorio. “No buscaban un icono para el Ayuntamiento, sino una idea para Oporto. Aspiraban a que la parte política e institucional fuera parte del ecosistema de la ciudad”, recuerda Aires sentado en una de las salas de su casa-estudio, que también es residencia de artistas, aunque hoy solo están tres empleadas frente a sus enormes macs y su hijo menor, que aún dormita en una de las habitaciones que dan al patio en el que estamos sentados. “Hablamos mucho de Oporto en el estudio, la recorrimos mil veces y llegamos a la conclusión de que los típicos azulejos azules, que decoran los edificios religiosos y también algunos profanos, como, por ejemplo, estaciones de tren, cuentan historias. Tienen una narrativa y logramos descubrir que su retícula nos podía servir también a nosotros para contar historias nuevas”.
Aires es alguien poco dado a la parafernalia, más inclinado hacia el ingenio que hacia la escenografía, por lo que se presentó en el Ayuntamiento con un pequeño vídeo explicativo, un afiche y varios gráficos. A media presentación pidió ir al baño a hacer pis. Volvió luciendo una camiseta de portopunto, que es como se conoce su idea gráfica para la ciudad, una apuesta tipográfica con un punto final. “Cuando acabé, me preguntaron: ‘¿Puedes repetir la presentación para el alcalde?’. ¿Con o sin ir a hacer pis?, les dije. ‘Con pis’, respondieron”. La repitió. Y ganó.
Hoy, en la plaza del Ayuntamiento se encuentra una enorme reproducción de ese portopunto. “Oporto tiene muchas cosas”, apunta Aires. “Por lo que se crearon iconos para la francesinha (hipercalórico emparedado típico de la ciudad, uno de los mejores matarresacas que se conocen) o la torre de los Clérigos… Buscamos un nuevo paradigma en la imagen de las ciudades; no queríamos vender la ciudad como marca, sino crear un sistema, un lenguaje que explicara la ciudad. Y eso es novedoso. La marca es portopunto. El resto es lenguaje, gramática, ciudad”, explica el diseñador, quien junto a su equipo desarrolló una suerte de alfabeto que serviría para que posteriormente, desde el Ayuntamiento y sin la colaboración el estudio, se pudiera adaptar la estética ideada por Eduardo Aires a cualquier nueva realidad. “Queríamos que esto pudiera extenderse desde los camiones de basura o incluso los uniformes de la Policía Local. Esto último fue complicado. Cuando se te acerca el alcalde y te dice que quiere que los coches de policía y los agentes del orden tengan un aspecto simpático y amable… tiemblas”.
Como sucede siempre, al principio muchos ciudadanos no entendieron o simplemente no comulgaron con la propuesta de portopunto. “Les parecía que era hacer de menos la ciudad”, apunta Aires. Pensaban que se estaba reduciendo la historia, la idiosincrasia, incluso el carácter local a unas letras y unos dibujillos en azul, que como mucho deberían haber servido para estamparse en camisetas y venderse como souvenir. Pero, al cabo de unos meses, Aires empezó a recibir correos electrónicos con imágenes de ciudadanos que se habían tatuado su logo. “Fue increíble. Chicas que lo llevaban en el tobillo, chicos que se lo tatuaban en el brazo, incluso extranjeros que antes de volver a sus casas se tatuaban un portopunto. También otros que lo utilizaban para protestar. Pintaban portocoño y otros mensajes similares en paredes. Y esto último asustó al Ayuntamiento, pero les dije que era bueno. Que estaba bien que se apropiaran de la marca para quejarse”, apunta entusiasta el diseñador, quien siente que esta iconografía ha acompañado la evolución de la ciudad en esta década. Oporto se ha ido mimetizando con portopunto.
Pero ¿realmente un diseño puede tener esta influencia en la percepción e incluso en el estado de ánimo de una ciudad? ¿No es mejor pedir un Gran Premio de Fórmula 1 o un festival de música y nos dejamos de líos? Nacho Padilla, que fue director creativo de los ayuntamientos de Madrid y Barcelona en los consistorios de Manuela Carmena y Ada Colau, apunta que “la identidad de las ciudades tiene que ser coherente con esa realidad, que no es algo objetivo pero que tampoco puede ser inventado. El diseño gráfico es una herramienta para nutrir ese relato. Habla de las capacidades y de las aspiraciones de una ciudad de puertas afuera y de puertas adentro”. Más allá del mero valor estético que puede significar tener unos semáforos bonitos o una cartelería instagrameable, Padilla cree que el objetivo del diseño aplicado al entorno urbano debe ser otro, más profundo. “Con una mirada larga, el diseño puede servir para dignificar el espacio público, facilitar la vida de los ciudadanos. Puede servir para asentar una identidad que nos ayude a saber contarnos y por tanto generar personalidad, pertenencia, inclusividad y conciencia”. En esto, el trabajo de Aires en Oporto resulta “ejemplar”.
“¡Pero si sigues vivo!”. Tras aparcar al lado de la Facultad de Bellas Artes, salimos del coche del diseñador portugués y nos cruzamos con un compañero docente que con los brazos en alto saluda así a Aires. Caminando hacia el restaurante donde comeremos, el responsable de portopunto va señalando lugares de interés en esta zona adyacente a la Facultad. Cafeterías, galerías de arte, estudios de diseño, espacios de restauración de muebles… Un poco portopunto todo, le decimos. Asiente. “Me da apuro admitirlo”.
Ya en el restaurante, Aires abre su móvil y le cambia el semblante. Parece que las amenazas no dejan de llegar. Tal vez sea el momento de afrontar el tema, más que nada porque si entra alguien con un machete tengamos más información sobre por qué vamos a morir. Aires muestra el artículo en The Guardian sobre su trabajo y la polémica que se publicó días antes de este encuentro. Anuncia que en una semana vendrán los de la revista Monocle a hacerle otro reportaje. “Hice un diseño de imagen para el Gobierno que era moderno, que creo que señalaba hacia donde estos logotipos deben ir en el futuro. Limpio, digitalizable. No era ninguna afrenta a la historia de Portugal”, apunta el diseñador, que se llevó el concurso de 74.000 euros para crear un diseño consistente en un bloque verde, un círculo amarillo y otro bloque rojo.
Su trabajo a partir de la bandera portuguesa es similar en intenciones y resultado al acometido en la transformación de sus logos por muchas de las marcas de moda y también algunos clubes de fútbol, en pos de líneas rectas y trazos claros, más en sintonía con la era digital, más adaptables al entorno y a las necesidades actuales. Obviamente, hubo quienes lo consideraron algo que se puede hacer con Microsoft Paint, pero esos no amenazan con nada más que con exhibir su cuñadez. El problema son los otros, los que votan a André Ventura, el líder de Chega, quien se jacta de llevar siempre unos calzoncillos con la bandera portuguesa, la que luce el escudo con los blasones y el lema Esta é a ditosa Pátria minha amada Patria. “Me duele que hayamos llegado hasta esto, porque creo que teníamos en nuestras manos la posibilidad de ser pioneros en algo y nos la hemos cargado”. La polémica del logo de la bandera lusa es similar a la que este verano sufrieran Adidas por incluir el rosa en la segunda equipación de la selección alemana de fútbol, o Nike por añadir colores a la cruz de San Jorge que decora el cuello de las camisetas de la selección inglesa. “Este ambiente es irrespirable”, sentencia Aires.
Cae la tarde en el mercado de Bolhão. Su renovación ha sido una de las grandes obras acometidas en la ciudad en los últimos años. Toda la señalética pertenece al estudio de Eduardo Aires, que decidió decorar la fachada de este imponente edificio con enormes fotografías de pescaderas o carniceros del mercado para anunciar que aquello no iba a perder su esencia tras la reforma. Nos sentamos en un bordillo a esperar que pase un camión de la basura. Necesitamos esa foto. Llega la policía y Aires departe con ellos. Les ha vestido, claro. Un día podría ser alcalde, le decimos. “No… nací en el sur y, además, soy del Académica de Coimbra, no del Porto FC. Aquí se toman demasiado en serio el fútbol como para votar a alguien que no es de su equipo. Lo que quiero es ver cómo crece portopunto, ese niño de 10 años debe hacerse mayor, cambiar y fluir”. Y hace una pausa. “No como la bandera, que la han matado cuando aún era un bebé”.
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