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Los nuevos ultras del fútbol europeo

Los radicales del fútbol ya no son borrachos descontrolados, sino jóvenes de negro, adictos al gimnasio, organizados y conectados a través de las redes sociales, que recorren Europa en busca de pelea y a veces ni entran al estadio. Visitamos Lisboa, Nápoles, Barcelona y Alicante y hablamos con policías y ultras sobre un fenómeno que ya alcanza todo el continente y podría ser protagonista no deseado de la próxima Eurocopa de Alemania

Miguel Peñín, responsable de los 350 antidisturbios de los Mossos d’Esquadra desplegados esta tarde en Barcelona, mira a su alrededor y sonríe satisfecho. Todavía quedan tres horas y media para que comience el partido en el Estadi Olímpic Lluís Companys de Montjuïc, pero casi 1.000 ultras del Paris Saint-Germain se encuentran ya congregados a pocos metros de distancia del dispositivo policial. Están en el punto de encuentro de la plaza de España, el lugar acordado previamente con ellos para acudir hasta el estadio escoltados y controlados. Lejos en el tiempo quedan aquellos desplazamientos caóticos que solían desbordar a una policía desconocedora de lo que tenía enfrente. Hoy, las fuerzas de seguridad saben perfectamente con quién están lidiando: con el mundo ultra del siglo XXI, compuesto por grupos altamente organizados que ponen en jaque el funcionamiento de las ciudades europeas que visitan, una mezcla de tribus itinerantes en guerra permanente.

“Marsella, junio de 2016, durante la Eurocopa. Ahí cambió todo”. El titular lo da, sentado en una terraza con vistas al Vesubio, un conocido radical de la Curva A del Nápoles, una de las gradas más temidas de Europa. Acepta atender a El País Semanal con la condición de mantener su anonimato. Porta gorra y tatuajes. Todas las prendas que lleva son de marcas asociadas a ese movimiento. La subcultura de la grada se ha asociado históricamente a la moda, desde su irrupción en Inglaterra e Italia hace medio siglo, y desde entonces no ha parado de evolucionar. Muchos ultras actuales cuidan su estética y se dejan parte de sus salarios en marcas como The North Face, Ellesse o Weekend Offender. Hay tiendas exclusivamente dedicadas a este nicho en casi todas las grandes ciudades de Europa. Ser radical es una militancia contracultural dentro del mercantilizado mundo del fútbol y, como tal, tiene sus códigos estéticos y de comportamiento: el partido se ve de pie, se anima sin parar, se portan banderas y bufandas (pero rara vez la camiseta del equipo), se defienden los viejos valores del juego y se desprecia el negocio que lo acompaña. Todo se sintetiza en una frase: odio eterno al fútbol moderno.

Ultras del futbol europeo
Ultras del PSG, en el partido de Liga de Campeones contra el Barcelona el pasado 16 de abril.Paolo Manzo

El ultra napolitano se extiende sobre aquel día de junio en Marsella en el que varias decenas de rusos sembraron el terror. Perfectamente coordinados y haciendo gala de artes marciales, atacaron a una marabunta de ingleses que estaba bebiendo cerveza y que no pudo hacer demasiado por defenderse. Para muchos, ese fue el momento en el que se pasó de las peleas de hooligans alocados y cerveceros a alumbrar batallas medidas entre jóvenes jerarquizados, en plena forma y con conocimientos de lucha. La espontaneidad británica y el Eng-er-land, Eng-er-land dieron paso a la coordinación, la disciplina y al gimnasio proveniente de los grupos de Europa del Este. “La influencia de los del Este, muy preparados físicamente, gente que ni bebe ni se droga, empezó a expandirse por todos lados”, explica. Pero la militancia ultra en el fútbol europeo no es patrimonio exclusivo de los grandes clubes con dilatado historial y títulos en sus vitrinas. Lewis, un radical del Hércules de Alicante que accede a participar en este reportaje, añade que el cambio también fue estético: “Hasta ese momento íbamos todos con el polito de colores, la gorrita a cuadros, el rollo casual… y ahora todo el mundo va de negro”. La transición, actualmente, parece completada: los grupos de casi toda Europa son hoy bloques de jóvenes atléticos, vestidos de negro, perfectamente organizados y que pueden llegar a poner una ciudad en alerta máxima. Algunos de ellos estarán presentes en la inminente Eurocopa, que albergará Alemania desde el 14 de junio. Sedes como Fráncfort, Düsseldorf, Gelsenkirchen, Hamburgo, Colonia o Berlín cuentan con grupos radicales muy potentes que se encontrarán en las calles con hooligans de todo el continente. Como Barcelona este 16 de abril y los casi 1.000 ultras del PSG esperando.

Radicales del Paris Saint-Germain son escoltados hacia el Estadi Olímpic antes del inicio del partido que enfrentará a su equipo con el FC Barcelona el 16 de abril.
Radicales del Paris Saint-Germain son escoltados hacia el Estadi Olímpic antes del inicio del partido que enfrentará a su equipo con el FC Barcelona el 16 de abril.Paolo Manzo

El lugar de encuentro ha sido establecido entre la policía francesa —­presente en la escena—, la seguridad privada del club parisiense y los Mossos. Los hinchas llegados a la capital catalana han acudido a un hotel a por las entradas, se les ha dado una pulsera acorde a su peligrosidad (naranja para aficionados menos radicales; amarilla para ultras) y se los cita en la plaza de España para llevarlos en corteo —es decir, en formación y escoltados— hasta el estadio. Todo organizado y vigilado. Si no fuera así, Barcelona podría convertirse esta tarde en un campo de batalla.

La marcha se prepara para arrancar, y aunque de vez en cuando cantan algún insulto contra los barcelonistas que pasan a su lado, estos no se revuelven y, por tanto, el ánimo belicoso se mantiene dentro de lo tolerable. “Está siendo un día particularmente tranquilo”, dice el agente Peñín. “En parte porque los más peligrosos, la gente que viene solo a pegarse, no han viajado”.

Los más peligrosos son unos tipos conocidos como “los Boulogne” debido al fondo que ocupaban en el Parque de los Príncipes hasta su expulsión en 2010. A diferencia del resto de ultras del PSG presentes en Montjuïc, ellos no están dispuestos a dejarse escoltar por la policía ni por la seguridad privada del club. Los Boulogne sintetizan muy bien una vertiente del mundo ultra contemporáneo: la hooligan o independiente. En esencia, el equipo al que dicen representar les resulta secundario. Lo primero es el grupo, defender su nombre y la ciudad a la que pertenecen y viajar a otras localidades para intentar una confrontación contra el grupo local.

Botes de humo y bengalas en la previa del FC Barcelona PSG.
Botes de humo y bengalas en la previa del FC Barcelona PSG.Paolo Manzo

“A mí que el Nápoles gane o pierda no me importa mucho”, reconoce el ultra napolitano. “Prefiero que gane, obviamente, pero a mí lo que más me importa es el viaje, lograr un enfrentamiento con otro grupo y que el mío demuestre estar a la altura”. De hecho, confiesa, hay muchos partidos del Nápoles en casa a los que no acude. “¿Para qué? Si ya sé que no va a pasar nada. Imposible conseguir una pelea con tanta policía”. Y sabiendo la nacionalidad de sus interlocutores, añade: “Ocurre lo mismo con España. No vamos. Los grupos españoles, en su mayoría, no quieren una confrontación con nosotros y la policía es demasiado violenta”. “A España vamos de vacaciones, a beber y divertirnos”, dice riendo.

La opinión de este hincha italiano no es compartida por todos. Hay muchos ultras —la mayoría— a los que el equipo y la animación en la grada les importa tanto como la confrontación violenta. O más. Así lo expresan algunos de los radicales entrevistados para este reportaje. “A muchos de nosotros lo que nos atrae de la grada es la pasión que sentimos por el equipo”, cuenta a través de un correo electrónico un veterano del fondo del Panathinaikos, uno de los principales equipos de Grecia. Lewis, el ultra del Hércules, asegura que él antepone “la animación a la jarana” y explica que “antes había mucha gente que anteponía el grupo al equipo, pero ahora muchos jóvenes dan la misma importancia a ambas cosas, aunque es verdad que hay mucha más cultura de gimnasio entre los jóvenes. Es como un pack inseparable, grupo y gimnasio, con lo cual si eres un chaval echado para delante al que le gusta un poco la gresca, es muy probable que termines en esto”, explica.

Ultras del Hércules de Alicante.
Ultras del Hércules de Alicante.Paolo Manzo

Cuando toca viajar el objetivo primordial de muchos grupos ultras es despistar a la policía. El éxito reside en plantarse por libre en una ciudad ajena y tratar de encontrarse con el grupo rival. A veces se llaman por teléfono para informarse mutuamente de dónde están. Incluso puede llegar a pactarse directamente una pelea. Sin embargo, a estas alturas del siglo no son frecuentes: la policía casi siempre está aguardando. “Esperamos en el aeropuerto o en la estación desde el día anterior y a partir de ahí los ponemos bajo vigilancia”, explica un agente de la policía italiana que ha accedido a atender a El País Semanal. “Después los acompañamos hasta el estadio”, añade. Su cuerpo policial fue pionero al montar en el año 2000 un grupo específicamente dedicado al movimiento ultra fundamentado más en la prevención que en la represión. “Hoy en día es muy raro que consigan llegar a pelearse porque todas las policías de Europa estamos en contacto y compartimos la información”. Es el caso de los ultras del PSG que esperan para arrancar hacia el estadio: los mossos se desplegaron la noche anterior en La Jonquera, frontera con Francia, para vigilarlos desde que pusieran un pie en Cataluña. Y no los abandonarán hasta que crucen de vuelta.

Puede sonar exagerado, pero no lo es. En marzo del año pasado, pese a la prohibición de viajar a Nápoles, medio millar de ultras del Eintracht de Fráncfort despistaron a la policía italiana y se plantaron por sorpresa en la ciudad. Al parecer, iban acompañados por varios ultras del Atalanta, con quienes mantienen amistad desde hace años y, según se dijo, ejercieron de cicerones para poder llegar sin ser detectados. Fue al tocar el centro de la ciudad cuando se descubrieron y comenzaron a correr todo tipo de vídeos por las redes sociales. Las imágenes no tardaron en llegar hasta los ultras napolitanos, que se organizaron a toda prisa para dirigirse en busca de los alemanes, pertrechados con cascos de moto, palos y cohetes. Lo único que evitó un enfrentamiento de dimensiones colosales fue la intervención de la policía, que logró encapsular a los visitantes antes de que ambos grupos se encararan. “Los alemanes aparecieron por sorpresa y empezaron a dar vueltas por la ciudad”, confirma el agente de la policía italiana. “Sin embargo, conseguimos rodearlos en la plaza del Gesù y gracias a ello no sucedió nada grave”. Por nada grave quiere decir que solo se registraron destrozos, palos y piedras volando, vehículos calcinados y el pánico de vecinos y turistas.

Ultras del Olympique de Marsella aguardan 'encapsulados' por la policía en el centro de Lisboa antes de su partido de Europa League contra el Benfica el 11 de abril.
Ultras del Olympique de Marsella aguardan 'encapsulados' por la policía en el centro de Lisboa antes de su partido de Europa League contra el Benfica el 11 de abril.Paolo Manzo

Los famosos tipos de Boulogne que hoy no han aparecido en Barcelona sí consiguieron plantarse en San Sebastián el pasado mes de marzo una noche antes de que Anoeta acogiese los octavos de final de la Champions League. Viajaron hasta allí en coches con palos de golf, bates, puños americanos y una idea clara: encontrarse con los radicales de la Real Sociedad. El encuentro no llegó a producirse gracias a la Ertzaintza, que interceptó a los dos grupos a tiempo. La acción policial no evitó, sin embargo, que el pánico corriera por las redes, donde se sucedieron las alarmas ante la posible llegada de más ultras parisienses. Como si fuera una guerra, hubo incluso quien recomendó a los donostiarras quedarse en casa.

En ocasiones las peleas se concretan de antemano: número de participantes y reglas (no se pega a un rival postrado en el suelo, por ejemplo), y se llevan a cabo el día anterior al partido en un bosque o parque a las afueras. Esta práctica, hace años exclusiva del Este, ya se da en toda Europa y algunos grupos españoles participan en ella.

La Curva A del Nápoles es una de las más ruidosas y temidas de Europa. Aquí, el 11 de mayo en un partido de la Serie A contra el Bolonia.
La Curva A del Nápoles es una de las más ruidosas y temidas de Europa. Aquí, el 11 de mayo en un partido de la Serie A contra el Bolonia.Paolo Manzo

Pasadas las seis de la tarde, los stewards traídos por el PSG (exultras veteranos con ascendiente en la grada) para ejercer de intermediarios entre sus radicales y los Mossos d’Esquadra advierten a los mandos de la Brimo —la unidad de antidisturbios de la policía catalana— de que sus chicos se están empezando a poner nerviosos. Si quieren evitar tensiones, lo mejor es moverse. Antes de dar una respuesta, el jefe de los antidisturbios certifica que sus agentes están donde deben: unos circunvalando la masa de aficionados a punto de arrancar y otros en la cima del monte, custodiando a los 3.500 radicales barcelonistas que se han congregado en un lugar conocido como “la campana” para calentar motores. “En esa zona ambas aficiones quedan a la vista”, explica el agente Peñín, “y el día del Nápoles, cuando llegamos a ese punto, lograron tirar la valla que sirve de separación”. Para restaurar el orden, dice, hubo que realizar varias cargas.

Más allá de la coerción, la clave está en la información policial. Los distintos cuerpos europeos conocen al detalle cada uno de los grupos que ocupan los estadios del continente y saben qué lazos los unen. Esa maraña de amistades y enemistades —que en el último par de décadas ha adquirido dimensiones paneuropeas— es una información clave para decidir el despliegue de seguridad. “Debemos saber quién es amigo y enemigo porque los ultras de un equipo hermanado con el Barça pueden venir aquí y acabar en una pelea con los del Espanyol aunque no jueguen entre ellos”, explica un agente de Información de los Mossos d’Esquadra. Ocurrió, sin ir más lejos, en la final de la Copa del Rey de este año, donde ultras del Atlético de Madrid y del Betis se unieron a los del Mallorca para saldar viejas deudas con Herri Norte Taldea, los hinchas del Athletic de Bilbao, el otro participante en la final. “Conocer las interrelaciones entre los grupos es vital”, dice el mosso. “Y para ello estamos constantemente hablando con nuestros colegas europeos”. Lo mismo explica el policía italiano: “Lo primero que hago si veo que a un equipo de nuestro país le ha tocado en el sorteo de la Champions un equipo búlgaro es llamar a mis colegas de allí y pedirles toda la información: ¿de quién son enemigos? Porque tal vez les ha tocado jugar contra la Roma, pero el problema lo tienen con los del Milan y van a aprovechar el viaje para buscarse”. El agente de los Mossos completa: “Yo veo los sorteos de las competiciones europeas pensando solo en los grupos ultras”.

Un ejemplo reciente —y trágico— tuvo lugar el pasado agosto, cuando los ultras del Dinamo de Zagreb se enfrentaron en Atenas a los hooligans del AEK y uno de estos, Michalis Katsouris, resultó muerto. Al parecer, aquella pelea no solo se vio alentada por las diferencias ideológicas —los primeros son de extrema derecha y muchos de los segundos se definen como antifascistas—, sino también por la amistad de los primeros con los del Panathinaikos (quienes, para mayor enredo, no tienen una tendencia política definida). El panorama se agrava al tratarse de un ecosistema en constante cambio. Los que hoy son amigos mañana pueden no serlo tanto. O los que hoy no son ni una cosa ni la otra pueden convertirse, a raíz de un episodio puntual, en enemigos. De ahí que no se pueda descansar sobre informaciones recogidas hace dos o tres años. El agente de Información pone como ejemplo el partido jugado hace dos años entre el Barça y el Eintracht de Fráncfort, cuando 30.000 alemanes se plantaron en la capital catalana para animar a su equipo. “No existían antecedentes, pero uno de ellos entró en los jardines de Bacardí, que es territorio prohibido para los visitantes, y lo reventaron”, explica. Con lo que, si en el futuro vuelven a enfrentarse ambos equipos, deberán tener en cuenta ese antecedente dado que, según dice, “esta gente no olvida”.

Miembros del grupo ultra del Hércules de Alicante, retratados en su ciudad.
Miembros del grupo ultra del Hércules de Alicante, retratados en su ciudad.Paolo Manzo

Uno de los factores a considerar es la ideología, especialmente en España, donde la política define las relaciones entre los grupos ultras. Con todo, los grupos españoles, tal y como expresaba el hincha napolitano al principio de este relato, no suelen estar a la altura de las agrupaciones europeas. Lo corrobora el agente de los Mossos: “El fenómeno ultra en España no tiene la fuerza que se da en lugares como Francia, Italia o Suecia. Tampoco Grecia o Turquía. Y, por supuesto, nada que ver con el este de Europa”. “Los grupos de los Balcanes son otra cosa”, apunta el ultra del Nápoles. “Esos no son ultras, son paramilitares”.

Los 1.000 ultras parisienses, bajo la atenta mirada de los Mossos, comienzan a caminar —cantando y encendiendo bengalas— rumbo al estadio, y Peñín confirma que sus compañeros de Información han acertado plenamente con su informe: el quiénes, el cuántos y la tensión ambiental a esperar. “Esa es la información que utilizamos luego para preparar el dispositivo. Si nos dicen que vienen 1.000 y luego aparecen el doble, tenemos un problema”, afirma antes de aclarar que hoy en día todos los partidos de competiciones europeas se consideran de alto riesgo.

Los murales y grafitis —en la imagen, de un grupo napolitano cerca del estadio Diego Armando Maradona— son parte innegociable de la identidad de los grupos ultras.
Los murales y grafitis —en la imagen, de un grupo napolitano cerca del estadio Diego Armando Maradona— son parte innegociable de la identidad de los grupos ultras.Paolo Manzo

La comitiva avanza aparentemente tranquila, pero al paso de la fuente de Montjuïc varios encapuchados encienden y lanzan dos bengalas. Los parisienses responden al instante contra ellos —que se han arrancado con un sonoro “¡puta PSG, puta PSG!”— tirando otras dos bengalas de vuelta. Mientras, los antidisturbios que los custodian cierran filas y ponen orden. Peñín cruza miradas con otro intendente, Joan Salamaña, que al ver cómo los encapuchados escapan a la carrera se relaja. “Lo más importante en estos casos es reaccionar rápido”, dice. Si consiguen atraparlos, lo más probable es que los identifiquen y los multen con varios miles de euros (en la temporada 21/22, la última de la que se tienen datos oficiales, las diferentes policías españolas tramitaron 1.600 sanciones económicas).

Poco después, los Mossos d’Esquadra detienen abruptamente al contingente francés. Han llegado noticias de que los radicales barcelonistas han lanzado cosas contra el autobús de uno de los equipos —luego se sabrá que era el suyo— y urge asegurar la zona. Los mandos de la Brimo aprovechan la parada para despejar los laterales del trayecto, invitando sin demasiados miramientos a los barcelonistas que pululan alrededor del corteo a esfumarse. También echan a la mayoría de los periodistas que revolotean alrededor del despliegue cámara en mano esperando el follón. “¡Aquí solo los que estén autorizados!”, gritan.

Grafiti de un grupo napolitano cerca del estadio Diego Armando Maradona.
Grafiti de un grupo napolitano cerca del estadio Diego Armando Maradona. Paolo Manzo

La gran pregunta es por qué miles de jóvenes —y no tan jóvenes— de toda Europa acaban militando en este movimiento. “El espíritu rebelde, el deseo de probarse a uno mismo, de vencer, el sentimiento de pertenencia, el chute de adrenalina, la energía que trae consigo esta vida…”, cuenta Drazn, un radical del Budućnost Podgorica, de Montenegro. Alberto Palmisciano, autor de una colección de libros titulada OldSkool y uno de los estudiosos más importantes de este fenómeno, destaca: “Ahora, gracias a todas las películas que han ido saliendo en los últimos años ese rollo mola, es cool, y despierta mucha curiosidad entre los demás chavales del barrio o del instituto”. Es, concluye, un tema de estatus. “Ser ultra”, añade un veterano hooligan del Bayer Leverkusen llamado Andre, “puede abrirte puertas a otros mundos más chungos”. O puede ser, también, mero instinto primario como el que suele experimentar el fanático del Nápoles cada vez que hay partido: “En el fútbol me transformo, me convierto en un demonio, y la violencia, que es algo que no contemplo en ningún otro ámbito de la vida, se convierte en una parte inseparable de mi yo futbolero”. En cualquier caso, Axel, un hooligan del Charleroi, relativiza un posible horizonte lleno de chavales dedicando toda una vida al mundo ultra: “Algunos permanecerán, pero creo que para muchos la militancia comprenderá solo unos años de vida, los de la loca juventud, y luego puede que sigan interesados pero sin participar o lo abandonarán por completo sin mantener ningún vínculo”. Sabe de lo que habla porque, como explica a través de un intermediario, lleva más de 30 años moviéndose con su “banda” y ha visto todo tipo de casos.

“Al final, entrar en un grupo de estos es un proceso largo, un proceso de radicalización similar al que experimentas en cualquier grupo político que tire a los extremos”, apunta el agente de los Mossos. “Una vez entras se da el proceso de ir ascendiendo en el escalafón a base de ganarte el respeto, y ese respeto también se gana cometiendo agresiones”. Al respecto cuenta que al finalizar el partido entre el Barça y el PSG varios radicales barcelonistas agredieron a un parisiense. “El objetivo primordial es atacar a la afición en su conjunto, al grupo rival, no a dos o tres rezagados, pero si lo primero no se puede y te encuentran…”.

La clave de que el mundo ultra se perciba como un fenómeno en crecimiento parece estar, según los entrevistados, en las redes sociales. En la visibilidad que otorgan a un universo del que hasta hace 10 o 15 años solo se hablaba a través de los medios de comunicación convencionales. “Ahora desde el sofá de casa tienes acceso a vídeos de todo tipo: que si los alemanes animando, que si los vídeos de peleas…”, dice Lewis. “Con lo cual están muy enterados de todo y, si les llama mínimamente la atención, ya saben dónde ir o, muy probablemente, tengan algún amigo que ya está medio dentro”. Álex, un veterano de las gradas de Vigo, corrobora que las redes sociales son clave para entender la llegada de gente joven a estos grupos: “Ya no es que estén a un clic de enterarse de todo; es que están a un clic de interactuar con quien quieran”. Más ilustrativo es Niko, ultra del Legia de Varsovia, uno de los grandes grupos del Este: “En más de una ocasión me ha ocurrido recibir la felicitación de algún amigo europeo por el tifo [lona gigante desplegada en las gradas antes de un partido importante] realizado y yo ni siquiera lo había podido ver… ¡porque todavía estaba debajo!”.

Aunque la policía lleva años consiguiendo adelantarse a los acontecimientos, a veces su afán por evitar disturbios puede tener consecuencias inesperadas. Ocurrió el pasado 18 de abril, por ejemplo, cuando el prefecto de policía de Marsella prohibió un viaje de los aficionados del Benfica de Lisboa al estadio marsellés con motivo de un partido de la Europa League. Lo justificó asegurando que así se evitaba cualquier tipo de incidente. Sin hinchas visitantes —dictaba su lógica— no cabía la posibilidad de que se registrara violencia. Hasta ese punto —restringir la libre circulación de ciudadanos— se mueve a veces la autoridad para intentar dominar el movimiento ultra. El problema, según nos cuenta Olivier Laval, un cronista francés especializado en la cultura de las gradas, es que el anuncio se produjo el día antes de que el propio Olympique de Marsella jugara en Lisboa el partido de ida. “Nada más enterarse, el Benfica tomó la misma decisión: prohibir la entrada en su estadio a los marselleses”, explica en un correo electrónico. Con tres agravantes. El primero es que los 2.500 expedicionarios franceses ya estaban en camino. El segundo es que buena parte de ellos eran ultras y, por tanto, gente poco dispuesta a dejarse domar. Y el tercero es que dijeron que no pensaban darse la vuelta.

Un radical del PSG en silla de ruedas levanta una bengala en su camino hacia el Estadi Olímpic Lluís Companys de Barcelona.
Un radical del PSG en silla de ruedas levanta una bengala en su camino hacia el Estadi Olímpic Lluís Companys de Barcelona.Paolo Manzo

La situación, cuenta Laval, desató una crisis en Marsella entre los políticos locales, que pedían al prefecto que levantase la prohibición del partido de vuelta, y este, que no parecía dispuesto a dar su brazo a torcer. Mientras los diferentes despachos cruzaban llamadas, centenares de ultras marselleses se iban congregando en los alrededores de la plaza del Comercio. La tensión fue aumentando conforme iba acercándose la hora de comer. Muchos de los ultras no paraban de mirar el teléfono móvil y algunos se levantaban cada dos minutos para hacer llamadas mientras lanzaban miradas recelosas a los antidisturbios que habían ido desplegándose. “Tuvo que intervenir el ministro del Interior y obligar al prefecto a revocar la orden”, explica Laval. Y al ser revocada el Benfica también revocó la suya.

Aquella decisión tomada in extremis evitó, en opinión de un ultra portugués que prefiere mantener su anonimato, que aquel día se armase un jaleo importante entre los miles de marselleses desplazados —con su entrada ya comprada— y la policía lusa.

Finalmente, el corteo del PSG llega a los alrededores del estadio olímpico barcelonés a una hora del partido. Ahí se encuentra el punto negro de la valla. Al pasar cerca hay un nuevo lanzamiento de bengalas, pero a diferencia de lo ocurrido el día del Nápoles esta vez nadie logra tensionar el cordón policial y los parisienses son conducidos a los accesos de la zona visitante. Allí los cachean en tandas de 60 personas sin mayor percance. Han sido dos horas de tensión, nervios y también de algunos gritos entre policías. Y, aunque todo ha terminado bien, Joan Salamaña no puede evitar un pequeño desahogo al repensar mentalmente la cantidad de recursos —valorados entre los 50.000 y los 500.000 euros dependiendo del partido— destinados a que nada se desmadre durante las últimas 24 horas. “Si te paras a pensarlo es bastante absurdo”, dice con mueca incrédula. “Todo esto por un partido de fútbol”.

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