Gracias a Dios, todo en orden
Las contrariedades normales se estudian de un modo normal. Dado que la pederastia, en la Iglesia, ha sido normal, su abordaje no debería ser extraordinario. Me lo decía un profesor que tuve en el bachillerato:
—Tienes que aprender a distinguir los problemas de las catástrofes. Los problemas se analizan y se solucionan. Las catástrofes acaban contigo. Mejor rendirse que luchar.
No sé si aprendí, pero reconozco la normalidad cuando tropiezo con ella. En la foto, vemos un grupo de personas normales, presididas por el defensor del pueblo. Forman parte de la comisión que en esos instantes (julio de 2022) se disponía a investigar los abusos cometidos por los curas a lo largo de los años y de los que la prensa ha venido proporcionando abundante información. El ambiente, como pueden observar, es distendido justamente por lo que señalábamos al principio de estas líneas: porque se va a estudiar normalmente un asunto normal. De otro modo, alguien se mesaría los cabellos o se mordería las uñas. No se apreciaría tampoco esa atmósfera de sosiego a la que contribuye la disposición de los objetos colocados sobre una mesa perfectamente encerada: cada vaso y cada botella y cada identificación en su lugar.
Según las conclusiones de la investigación, que se darían a conocer de forma absolutamente normal varios meses después, la cifra de víctimas de la Iglesia ascendería a 440.000. Un número normal. No hubo necesidad de que nadie, tal como se prescribe en las Escrituras, se atara al cuello una piedra de molino de las que mueven los asnos y se arrojara anormalmente al mar. Todo en orden, gracias a Dios.
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