Indiferencia mutua
Se le ocurre a uno que debería ser el metal el que protegiera a los hombres, pero en este caso son los hombres los que protegen al metal. Doce forzudos clónicos rodean el automóvil del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, obligados a alcanzar a base de músculos la misma velocidad que el Mercedes con un motor de cuatro tiempos (quizá eléctrico, no tenemos ni idea). Ignoramos si dentro de esa especie de sarcófago va o no va el dictador, podría ser un señuelo para despistar al enemigo (de Putin se dice que utiliza un doble). En todo caso, asistimos a una manifestación de poder que da un poco de asco.
—Es que los tiranos son los tiranos —dirán algunos.
Pero lo cierto es que hemos visto desarrollar escenografías semejantes a líderes occidentales. La seguridad es la coartada para alejarse de la realidad o para que la realidad se aleje de los mandatarios. Sabemos quién comienza a distanciarse, pero llega un punto en el que la indiferencia es mutua.
—Ahí va “alguien” —decimos cuando una caravana de coches negros, con las lunas tintadas, interrumpe el tráfico de nuestras ciudades.
Lo primero que hacen algunos gobernantes, tras ganar las elecciones, es cambiar su coche habitual por uno de cristales ahumados, al objeto de no dejarse ver. “La ausencia es presencia”, decía el protagonista de la serie El joven Papa, magistralmente interpretada por Jude Law. Los vehículos de nuestros gobernantes se convierten así en sagrarios en los que habitan divinidades laicas que dirigen un mundo que no conocen del mismo modo que Dios gobierna un universo que le resulta del todo indiferente.
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