Aullar a la Luna
Dan ganas de decirle: venga, cariño, ¿no eres una loba? Pues actúa como una loba y aúlla a la Luna, no al petardo de tu ex | Columna de Rosa Montero
Ya sé que estáis hartos del tema Shakira. Yo también lo estoy, y eso que, por tiempos de imprenta, escribo este artículo 15 días antes de que se publique, como casi todos sabéis. Supongo que, con dos semanas más de machaque mediático, debéis de tener las cabezas laminadas. Así que os pido perdón por seguir insistiendo en el asunto, porque estoy tan turulata que necesito hablar de ello. En primer lugar, asombra la colosal repercusión de semejante nimiedad, una mera rencilla de divorcio. Qué afición tiene la gente a la desgracia ajena, cómo disfruta con la humillación de los poderosos, qué oscuro deleite experimentan muchos cuando algún famoso es apaleado públicamente. Como si se dijeran: míralo, tanto éxito, tanto dinero y tanta popularidad, pero… tomaaaaa. Son sucesos que excitan la parte más ruin de lo que somos.
Pero lo que me ha dejado más patidifusa y hasta preocupada es la ola de aplausos que ha recibido la cantante, y que encima se diga que su comportamiento es feminista. Shakira me encanta. Es muy atractiva, pícara, graciosa, seductora, simpática. Y tiene un gran talento y un brillo especial. Para mí no es que valga por dos de 22, sino por mil. Quiero decir que no tiene que compararse con nadie, porque es tremenda. En cuanto a él, siempre me ha parecido bastante marmolillo, ni siquiera me resulta especialmente guapo y no me cae bien. Pero la cuestión no consiste en ver con quién te posicionas ni a quién das la razón en su turbulenta guerra de desamor (cada cual tendrá su versión de la ruptura y, sinceramente, a mí me importan ambas un bledo), sino en mirar con un poco de sensatez lo que está pasando.
Y lo que sucede es que esa mujer formidable que es Shakira se separó de Piqué en junio de 2022. Y que hoy, más de medio año después, saca su tercera canción dedicada a él, cada vez más agresiva, más faltona y patética. A mí me da mucha pena que esa artista estupenda siga centrando todo su trabajo y su creatividad en su exmarido. Es decir, centrando su vida en él. La historia de la música popular está llena de canciones de despecho amoroso, cosa por otro lado bastante normal; en el escozor de la herida uno se calienta y pierde los papeles, lo comprendo, es humano. Venga, vale un tema de venganza en plena pelea, e incluso, apurando muchísimo, hasta dos. Pero, por todos los santos, es que esta canción de Shakira ya es la tercera con la que atiza a Piqué, y el paso del tiempo no solo no merma su rencor, sino que va subiendo el voltaje de la inquina. Ya puede repetir a voz en grito que está tan feliz y haciendo caja, porque sus actos manifiestan lo contrario. La Sessions #53 es una pantomima de golpes de pecho a lo gorila que evidencia que Shakira sigue colgada de su ex y que continúa llorando por las esquinas. Una obcecación lastimosa que además empequeñece su talento. Porque utilizar su don musical para estas miserias va a llenarle los bolsillos de millones, desde luego (la carnaza se vende muy bien), pero estoy segura de que, a la larga, los excesos biliosos dañan la delicada nuez de lo creativo.
Shakira está interpretando a la perfección el triste y tópico papel de mujer despechada, con rabiosos ataques a la rival incluidos. Qué convencional y qué machista, pero, sobre todo, qué innecesario, porque estos melodramas de furia y reconcomio sucedían sobre todo cuando las parejas tradicionales se rompían y la esposas, que no tenían otra vida pública y social que la del varón, se quedaban en el aire, en la nada, en el mero recuerdo doliente de lo que antaño fue. En esas circunstancias sí que se entiende que algunas se obsesionaran durante mucho tiempo por lo perdido, pobres mujeres, y que no pudieran recuperar con facilidad un lugar propio. Pero ¿Shakira? Demonios, que es Shakira. Apena y abochorna el papelón que está haciendo. Dan ganas de decirle: venga, cariño, ¿no eres una loba? Pues actúa como una loba y aúlla a la Luna, no al petardo de tu exmarido. Levanta la cabeza y mira al cielo, en vez de seguir arrastrando los ojos, el corazón y el orgullo por los suelos.
Por no hablar del horror que es hacer y decir semejantes cosas ante tus hijos. Pero eso, el daño que los padres pueden causar a los niños cuando el amor se acaba es un tema mucho más grave.
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