Bella Freud, bisnieta del padre del psicoanálisis: “En mi familia no se hablaba de sentimientos”
Hija del artista Lucian Freud y bisnieta del neurólogo Sigmund Freud, la diseñadora creció viendo cómo su padre pintaba algunos de los retratos que llegan ahora al Museo Thyssen de Madrid. Lejos de sentirse intimidada por la fama de su familia, ella ha aprovechado ese legado simbólico para construir una exitosa marca de ropa
En la casa londinense de Bella Freud (Londres, 61 años) no hay nada elegido al azar. La diseñadora de moda transformó este antiguo taller de artistas en Kensal Town, un barrio bohemio que colinda con el más lujoso y burgués Notting Hill, en su hogar y estudio, pero también en una suerte de templo para honrar la memoria de su familia y de su padre, Lucian Freud, que en sus últimos años de vida se convirtió en uno de los pintores más cotizados del mundo. Un aire art déco impregna todas las estancias: alfombras suntuosas, sofás de terciopelo, lámparas de bronce y piezas decorativas de tintes brancusianos. La decoración es un guiño a los años treinta del siglo pasado, la década en la que los Freud, de origen austriaco y judíos, se instalaron en la capital británica huyendo de los nazis. El padre de Bella y su abuelo, el arquitecto Ernst Freud, llegaron a Inglaterra en 1933. Unos años después lo hizo su bisabuelo, el neurólogo Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis.
En cada rincón de la casa hay un altar improvisado que rinde culto a la figura del pater familias. Una de las paredes de la cocina está empapelada con fotos de Lucian Freud; las estanterías de la biblioteca están atiborradas de biografías del artista y catálogos de su obra, y en un rincón del salón hay una caja de cartón con sus pinceles y oleos. “Huelen a sus cuadros”, dice la diseñadora mientras desliza las cerdas de uno de los pinceles por su nariz. Pero la reliquia más preciada de esta colección es un sofá de cuero destartalado y descolorido. “Es en el que se sentaba mi padre para ver las carreras de caballos por televisión. Perdió millones de libras en las apuestas. Si no hubiera tenido esa afición, hoy seríamos ricos”, se lamenta.
Quizá Bella Freud no sea rica, pero tampoco parece pasar apuros económicos. Su casa está ubicada en uno de los barrios de moda de la capital británica, una zona de antiguas fábricas convertidas en apartamentos de lujo y oficinas. La decoró con la ayuda de Maria Speake, cofundadora del famoso estudio de interiorismo londinense Retrouvius. La diseñadora comparte su hogar con su hijo, Jimmy, de 22 años, al que tuvo con su exmarido, el periodista y escritor estadounidense James Fox, autor de Vida, las memorias superventas de la estrella del rock Keith Richards. Pero por todas partes hay objetos personales de ella: discos de vinilo de Jane Birkin y Kate Bush, libros de Noam Chomsky y fotos de sus amigos célebres, como el músico Nick Cave, la supermodelo Kate Moss o la modelo y diseñadora Anita Pallenberg. “Podéis fotografiar todo porque lo verdaderamente valioso no está aquí”, dice con su flema británica. Las obras que heredó de su padre están custodiadas por la National Gallery de Londres, que a finales del año pasado organizó una exposición dedicada al artista con motivo del centenario de su nacimiento. El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid inaugurará esta muestra, titulada Nuevas perspectivas, el día 14. “Yo vi cómo mi padre pintó muchos de los cuadros de la exposición. Forman parte de mi niñez, de mi formación y de mi evolución. Volver a verlos es como reencontrarme con mi infancia”, dice.
Los huecos vacíos de la casa donde colgaban las obras de su padre ahora están ocupados por reproducciones de pinturas de Francis Bacon, amigo y rival de Lucian Freud durante décadas. Una de esas reproducciones corresponde a Lying Figure, obra que Bacon pintó en 1969, el año en el que, según los expertos, comenzó a distanciarse del padre de Bella. “Conocí a Francis cuando yo era una adolescente. Era un hombre divertido y excitante. Era seductor y hacía comentarios muy ingeniosos e irónicos. Entonces yo era tímida y me aterraba la idea de hacerle preguntas”, recuerda la diseñadora. La relación entre ambos artistas se rompió definitivamente a comienzos de la década de 1970. No se reveló la causa, pero Bacon dio a entender que nunca más había vuelto a ver un dinero que había prestado a Freud para sus apuestas. Freud, por su parte, sugirió que Bacon sentía envidia de su éxito. Bella tiene su propia teoría: “No sé exactamente por qué se pelearon. Los dos tenían grandes personalidades, pero eso nunca fue un problema. Creo que llegó un punto en el que mi padre pensó que la obra de Bacon ya no era tan buena”.
Lucian Freud, que falleció en 2011, tenía una personalidad compleja dentro y fuera del taller. A veces podía ser tan descarnado como sus retratos. El crítico de arte John Russell lo definió como “una presencia turbadora, inquietante, tozuda, obstinada y adicta al trabajo”. El crítico Sebastian Smee, ganador de un Premio Pulitzer, lo retrató como un hombre extremadamente atractivo, pero “indómito, voluble, fogoso e impredecible”. Bella es uno de los 14 hijos reconocidos que tuvo el pintor con sus diferentes esposas. Ella y su hermana Esther son fruto de la relación que tuvo el artista con la escritora y jardinera Bernardine Coverley. Pocos años después de que Bella naciera, sus padres se separaron en buenos términos. Entonces comenzó para ella una etapa errática y caótica. “Nos quedamos con mi madre y empezamos a viajar mucho. Nos mudábamos todo el tiempo. No teníamos una casa a la que pudiéramos llamar hogar. Nunca sabíamos qué iba a ocurrir después”, recuerda. En 1967, con seis años, se mudó a Marraquech, donde aprendió árabe y francés jugando con los niños del zoco. “Fue una época divertida, pero también extraña y difícil”, reconoce.
A comienzos de la década de 1970, Bernardine Coverley y sus hijas regresaron al Reino Unido y se instalaron en el condado de Sussex, en el sur de Inglaterra. “Llegamos a vivir en 11 casas en menos de un año, casi en una casa diferente cada mes. Mi hermana y yo no teníamos una estabilidad convencional. Ahora, tener mi propia casa, un hogar, me parece el máximo lujo”. En esa época veía a su padre esporádicamente. Su madre organizaba visitas para que pasara un rato con el artista en su estudio londinense. “No lo veía cada mes, pero siempre estábamos en contacto. Cuando íbamos a su taller, nos llevaba a almorzar”, dice mientras coge la foto de un retrato de ella de bebé que realizó el pintor en 1961.
Su adolescencia tampoco fue fácil. Reconoce que fue rebelde y contestataria. “En esa época no estaba bien visto ir de negro, porque se lo consideraba el color del luto. Pues yo iba de negro a todas partes. Rompía hasta las reglas más estúpidas”, explica. “Antes estaba muy mal visto ser diferente. Hoy la sociedad está obsesionada con que todos seamos diferentes”. Con 16 años, dejó la casa de su madre y se instaló sola en Londres, donde empezó a ver con más frecuencia a su padre. Para ganar algo de dinero, se hizo dependienta en Seditionaries, la tienda que tenía la diseñadora punk Vivienne Westwood en el número 430 de King’s Road, donde antes que ella habían trabajado Chrissie Hynde, cantante de The Pretenders, y Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols. Asegura que todo lo que sabe sobre la moda lo aprendió de Westwood, que falleció en diciembre. “Tuvo una gran influencia en mí. En los últimos años, ya no la veía tanto porque siempre estaba muy ocupada cambiando el mundo”.
Bella no recuerda cuándo empezó a sentir curiosidad por la moda. De niña ya se fijaba en la ropa que llevaba la gente y, especialmente, su padre. “Él vestía muy bien. Cuando estaba trabajando, llevaba unas prendas harapientas. Y cuando salía, usaba unos trajes de franela fantásticos. Era tan elegante y tan poco convencional”, dice. Cuando le anunció a su padre que quería dedicarse al diseño, el pintor se alegró. “Algo característico de los miembros de mi familia es que somos muy creativos y disruptivos. Nos gusta romper con lo anterior. Mi padre, por ejemplo, no estaba interesado en lo que habían hecho sus ancestros y creó su propia identidad. Me enseñó que no tenía que ser complaciente con lo que habían hecho mis antepasados. Solía decirme: ‘Lo único que importa es lo que hagas y consigas tú”.
Así que, con 22 años, Bella se mudó a Roma para estudiar moda en la Accademia Costume e Moda. Durante su estadía en Italia volvió a coincidir con Vivienne Westwood, que entonces también vivía allí. “Nos veíamos mucho. Cuando estaba de visita en Roma, se quedaba conmigo, y cuando yo volví a Inglaterra, fui a trabajar con ella”. Fue asistente de la diseñadora durante tres años y en 1990 empezó su propia marca. Lucian Freud diseñó el logo de la firma inspirándose en Pluto, su perro. Fascinada por los carteles de las marchas y protestas, Bella ha convertido los eslóganes en una seña de identidad de sus colecciones. “Ginsberg is God” (Ginsberg es Dios, en alusión al poeta de la generación beat), “Head high and fuck them all” (Cabeza en alto y que les den a todos) o “Dad is a dick” (Papá es un gilipollas) son algunos de sus lemas más famosos. Están bordados en jerséis, sudaderas y camisetas, pero también impresos en tazas, velas aromáticas, ceniceros, platos, mantas y cojines.
“La gente habla del poder del amor, pero el poder del lenguaje es mucho más grande. Existen guerras que se libran con palabras. No es lo mismo que hable Nelson Mandela o Desmond Tutu a que lo haga Donald Trump. Hay lenguajes inclusivos y lenguajes exclusivos. Hay palabras que unen y palabras que dividen”, explica. “En mi caso, me gusta formular frases que generen una reacción en la gente. Mis lemas no dicen lo que tienes que hacer, no son instrucciones. Son puntos de partida y mensajes que abren la cabeza o el corazón. Pueden ser divertidos o el resumen de un momento significativo”.
En los diseños de Bella Freud también se pueden encontrar pistas sobre su vida y su pasado. Algunas de sus sudaderas y jerséis llevan bordados “1970″, el año en que regresó a Londres tras vivir en Marruecos y una referencia a su ídolo, Patti Smith, y a la escena punk de Nueva York de esa década. Uno de los perfumes de la firma se llama Psychoanalysis (psicoanálisis), un tributo a su bisabuelo, Sigmund Freud. “Yo me he psicoanalizado y es genial. Me encanta. Sé que es una forma antigua de analizarse, pero a mí me ha gustado y me ha funcionado”, reconoce. “Durante mucho tiempo, los ingleses se horrorizaban si expresabas tus sentimientos. En mi familia, por ejemplo, no se hablaba de sentimientos. Por eso, las personas se comportaban como locos y hacían locuras buscando un poco de atención. En Inglaterra, lo peor que te puede pasar es que alguien diga que quieres llamar la atención”, explica entre risas, pero admite que las cosas están cambiando desde la pandemia. “Ahora se ve con mejores ojos que expreses lo que sientes o que digas que vas a terapia”.
El judaísmo también está muy presente en su vida, aunque dice que se crio en un ambiente laico. Los Freud nunca fueron religiosos, pero sí están orgullosos de su cultura judía. “Es muy difícil no sentirse conectada con el judaísmo. Me gusta el sentimiento de formar parte de algo superior a mí, aunque nunca he ido a una sinagoga”, reconoce. En la cocina de su casa cuelga un cartel de Hoping for Palestine, el concierto benéfico que dio su amigo Nick Cave junto a Primal Scream y Spiritualized en 2004 para recaudar fondos para los niños palestinos. La diseñadora ha visitado muchas veces Palestina y define la situación que ha visto allí como “terrible y devastadora”. “Si vas a estar pisando a alguien y a dejarlo en el suelo, eso te obliga a ti también a estar en el suelo. Nunca vas a estar en una buena situación si estás subyugando a otra persona o a otra raza o a otra sociedad. Todo el mundo sabe eso”, reflexiona. “Yo me siento judía, pero estoy a favor de Palestina. Y creo que así es como debería sentirse un judío de verdad. Lo que está haciendo Israel a los palestinos no tiene nada que ver con el judaísmo. Es una traición al judaísmo y a sus valores”, sentencia.
Es el único momento de la entrevista en el que la creadora hace una breve pausa. Se la ve dubitativa. “No debería hablar de política. Soy una pesadilla para mi agente de prensa”, dice entre risas. Pero cuando se le pregunta por el Brexit, no se calla. Se queja de que la salida del Reino Unido de la Unión Europea ha golpeado su negocio. Señala que ahora le cuesta más exportar o importar y que el precio de los suministros que necesita para producir la ropa de su marca están por las nubes. “Era obvio que iba a ocurrir esto, que íbamos a estar más aislados, que íbamos a tener que hacer más papeleos para hacer hasta las cosas más sencillas”, dice. “El Brexit ha destruido al Reino Unido. Hemos retrocedido décadas. Y los líderes políticos, tanto laboristas como conservadores, no tienen el valor de reconocer que se han equivocado y mucho menos de revertir la situación”.
Freud suele hablar de estos temas con su hijo. “Jimmy y sus amigos tienen 22 años, pero se muestran muy curiosos e interesados por la política y la actualidad. No están tan dominados por las redes sociales como creemos”, concluye. “Veo a los chicos de 22 años mucho más responsables que cuando yo tenía esa edad. Mi generación estaba más perdida y era más alocada. Los padres de antes tampoco tenían tiempo o ganas de explicar a sus hijos de qué va la vida. Eso tenías que aprenderlo solo”.
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