Platos rotos que se convierten en homenaje a migrantes de Europa del Este
Dan Lande, aventurero y profesor universitario, tiene un proyecto de conmemoración de los emigrantes europeos a Argentina. Todo empezó el día en que se le cayeron al suelo y estallaron cinco platos de Jana, su difunta abuela polaca.
El 21 de febrero de 2019, durante una cena en el club de viajeros La Boussole del barrio de Palermo de Buenos Aires, Dan Lande rompió cinco platos de borde dorado que llevaban más de 70 años con su familia. Cuando un plato se nos resbala y cae al suelo, sentimos que todo sucede a cámara lenta, dejando a su paso una estela de fragilidad extrema mientras lo observamos inmersos en un silencio culpable. A continuación, el plato estalla, se reinstala el ruido, la vida recupera poco a poco su velocidad de crucero y es como si no hubiera ocurrido nada. Aquella noche, sin embargo, Lande (Buenos Aires, de 39 años) no podía dejar de pensar en aquel incidente. “Había deshonrado la memoria de mi abuela Jana. Era un drama”, recuerda. Pero se le ocurrió una idea para redimirse: visitaría el pueblo polaco de Jana con los platos rotos —de lo primero que sus abuelos pudieron comprarse en su país de adopción— y los dejaría allí como si fueran placas conmemorativas.
Así nació La Ruta de las Bobes, un recorrido por siete países (Bielorrusia, Moldavia, Bulgaria, Ucrania, Rumania, Lituania y Polonia) que homenajea a los hombres y las mujeres que emigraron de Europa del Este a Argentina entre principios y mediados del siglo pasado para huir de la pobreza y la guerra. Bobe, en yidis, quiere decir abuela. Y Dan es un nombre bíblico que significa justicia.
El ADN aventurero de Dan Lande, también conocido como Rulo de Viaje —por su cabello rizado— en Twitter e Instagram, está más relacionado con las emociones que con el turismo. En 2011 abandonó la oficina donde trabajaba como creativo, se lanzó a viajar y comenzó a dar forma a Mundo Sandía, un proyecto con el cual, retratando a gente que carga, muerde o comparte sandías, demuestra que basta una fruta para empatizar con personas de otras culturas. Y en los últimos años La Ruta de las Bobes le ha llevado a descubrir historias que ayudan a vertebrar la memoria, la suya y la colectiva. Un apellido que su hermana rescató de un libro escrito por un familiar le permitió encontrar la casa donde se ocultaron sus bisabuelos paternos antes de que los nazis los fusilaran. Y gracias a una campaña de micromecenazgo que sigue abierta, ha podido rastrear otras pistas que le proporcionan desde Argentina descendientes de otros emigrantes de Europa del Este. En ocasiones, apenas cuenta con una dirección o con datos sueltos para tirar del hilo. En Rumania, un muchacho llamado Dragos lo recogió en una gasolinera perdida y fue su brújula en un pueblito entre montañas de difícil acceso. En Varsovia asistió petrificado a un minuto de silencio, con sirenas de fondo, en recuerdo del levantamiento de la ciudad contra los nazis en 1944. Y ha hecho decenas de fotos y de vídeos para trasladar a los descendientes de los abuelos y abuelas a los rincones donde estos crecieron.
El ritual cada vez que recorre un lugar es casi siempre el mismo: consigue un plato, lo pinta, lo rompe (o lo rompe y pinta) y coloca los pedazos junto a un árbol o junto a una tumba, o improvisa una especie de memorial guiado por el instinto. Los fragmentos en honor a dos abuelos, Mair y Sultana, por ejemplo, los acomodó en un parque de Plovdiv, al sur de Bulgaria, como una manera de reivindicar su identidad públicamente en el país donde habían nacido —en Argentina, esta pareja nunca quiso revelar su origen judío—. “Tengo platos rotos y sé cómo usarlos”, dice este curioso profesional en las redes sociales donde comparte los relatos relacionados con su proyecto. Deberíamos tomar la advertencia en serio: Dan Lande ha sabido dotar de una singular belleza a cada uno de ellos.
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