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Antonio Resines: “Al salir del coma me pasé cuatro días pidiendo perdón. Había insultado a todo el mundo”

Treinta y seis días entre la vida y la muerte anduvo el actor. La variante ómicron le cogió de lleno cuando rodaba con Santiago Segura. Resines, que acumula casi 130 trabajos en cuatro décadas, lo cuenta con detalle en su guarida, en Comillas. Estrena serie: ‘Sentimos las molestias’.

Antonio Resines, en el jardín de su casa en Comillas (Cantabria).Foto: Jordi Socías | Vídeo: Olivia L. Bueno
Jesús Ruiz Mantilla

Antonio Resines ya tiene argumento para una próxima película o serie de televisión. La protagonizaría él, obvio. Encarnando al Macho Camacho, todo un superhéroe castizo con una misión global. Quizá se salga un poco de lo que nos tiene acostumbrados. Pero él mismo lo aclarará en cuanto acaben de leer el siguiente párrafo.

El Macho Camacho es un agente doble. Mantiene fuertes vínculos con una parte de la familia real británica. La que no heredará cuando muera Isabel II. Necesitan dinero y el Macho Camacho les tiene que ayudar. Le persiguen continuamente, pero siempre logra zafarse. Lo quieren matar: a él y a su familia. La operación es transversal. Juega con el espacio-tiempo. Viaja al pasado. Se reúne con Hitler, Mussolini y Franco para tratar de que el primero no invada Polonia: “Hombre, Adolfo, a ver…”. Evidentemente, fracasa. De vuelta al presente, la persecución continúa hasta agotarlo… Claudica. Llega a decirles a quienes le acechan que acaben de una vez con él, que lo maten. Se rinde, pero ¡chas! Se produce un giro de guion y recupera su vigor. No queda claro si cumple con la misión. Lo que sí sabe es que termina componiendo un himno para España que lleva letra. Empieza con un guiño al Asturias, patria querida y culmina con un crescendo de tambores de Calanda en homenaje a Luis Buñuel…

Ahí, más o menos, es cuando Antonio Resines (Torrelavega, de 67 años) despierta y sale del coma inducido en que estuvo casi un mes por covid dentro de la UCI del Hospital Gregorio Marañón. Entró un 23 de diciembre y pasó el 28 de enero a planta, donde sumó otros 12 días, con España en un suspiro. Le quiere este país. Mucho. El aprecio hacia él genera consenso. Aunque en esos días no fue quien conocemos. Se convirtió en el Macho Camacho. Sus delirios le llevaron incluso a tratar con el alcalde Almeida en Madrid para negociar el lugar en que sería enterrado si lo mataban: la Puerta de Alcalá. El edil le propuso la parte izquierda del monumento. Pero logró convencerlo: “Ya que…”, pues que le reservara el centro, bajo el arco. Almeida aceptó. Por ser él… ¿Quién? ¿El Macho Camacho? No. Resines Superstar.

"Me quería morir. No podía más. De hecho, en mi delirio, se lo dije a los médicos: 'Pegadme un tiro", dice Antonio Resines sobre su experiencia en la UCI por culpa de la covid.
"Me quería morir. No podía más. De hecho, en mi delirio, se lo dije a los médicos: 'Pegadme un tiro", dice Antonio Resines sobre su experiencia en la UCI por culpa de la covid. Jordi Socías

Pero antes del entierro volvió en sí. “Cuando fui consciente, me tiré cuatro días pidiendo perdón a todo el mundo”. Había insultado a médicos, enfermeras, personal, visitas. Creía que lo querían matar. Hoy, lúcido, recuerda con claridad el argumento inconexo de su exceso provocado por la medicación y los trallazos de corticoides. Lo salvaron. Acabada la misión y fuera de peligro, lo cuenta entre risas en su casa de Comillas (Cantabria), donde se recupera de las secuelas y espera el estreno de —esta sí real— su nueva serie junto a Miguel Rellán. Sentimos las molestias (Movistar+), se titula. Ha sido creada por Juan Cavestany y Álvaro Fernández-Armero, y cuenta la relación entre un director de orquesta borde pero titán (Resines) y un viejo rockero deslavazado pero empático (Rellán).

“Me acordaba de muchísimas cosas al despertar, el conjunto no es horroroso… Pero me encontraba en peligro permanente”, cuenta el actor. Cuando tiró la toalla coincidió con una crisis que casi acaba con él dentro de la UCI. “Me quería morir, ya no podía más. De hecho, se lo dije a los médicos. Pegarme un tiro de una puta vez… Pero no os preocupéis, dejo ante notario que lo he pedido yo para que no tengáis problemas”.

Los doctores se lo comentaron a su esposa, Ana Pérez Lorente. “Les dijo que lo había hablado conmigo y que yo estaba de acuerdo. ¡Pero bueno!”, recuerda ella, también ahora, en tono de comedia. Resines soñaba con un paraíso no muy diferente al que disfruta estas semanas. “Quería irme de ahí, a leer el periódico con un amigo que se murió hace ocho años, Rafa Santillán. Tomarme un café o una caña con él y otros también de por aquí, pero para eso me tenía que morir. Mandé una carta a mis padres. Pero una carta como de alguien que no sabe escribir, como de película de paletos. Les decía que en el tránsito cuidaran de Ana y de Ricardo, mi hijo. Me cansé, me cansé de verdad, me estaba yendo… Probablemente me encuentre a mis padres y a mis amigos por ahí, me figuré. En ese momento creí, sí, que quizá hubiera algo”. Un más allá como de José Luis Cuerda o Azcona y Berlanga, se refiere. “Pero luego nada, como antes, no creo en nada. Aquello se me pasó enseguida”.

Un simple atisbo de trascendencia lo devolvió de golpe a la vida. A la razón. Lo que ahora muchos psicólogos clínicos que lo siguen para que no se desvíe de lo pautado observan es que resulta muy llamativa tanto su clarividencia como su capacidad de discernir entre realidad y ficción (en este caso, delirio). Luego suelta un alegato en pro de la sanidad pública. “El seguimiento lo hacen intensivistas, especialistas en infecciones, psicólogos clínicos, psiquiatras, equipos que se turnan. La UCI es un sitio impecable. El problema fundamental de la sanidad no son los trabajadores, son las infraestructuras y la falta de dinero y de personal. Ahora, los que atienden y se dejan ahí la vida te tratan como si estuvieras en un palacio”.

Él sabe de lo que habla. Tiene un informe médico que, más que demostrar una mala salud por todo tipo de percances, de lo que da cuenta es de lo contrario. De que Resines parece indestructible. Que nada ni nadie es capaz de derribarle. “Técnicamente soy paciente de cardiología por angina de pecho y de un cáncer colorrec­tal que superé en 2015. La traumatología ya es otra historia: en la pierna izquierda me han operado del tendón de Aquiles, la tibia, el peroné, llevo una prótesis en la rodilla, la cadera entera cambiada, tuve rotura de fémur, y en la espalda, la cuarta, quinta y sexta lumbares apuntaladas. No me duele nada ahora y eso que vengo de una atrofia muscular del 85% nada más salir del coma”.

"Nunca he creído que fuera un gran actor y lo sigo pensando así. Sabía que lo haría aceptablemente", dice Antonio Resines.
"Nunca he creído que fuera un gran actor y lo sigo pensando así. Sabía que lo haría aceptablemente", dice Antonio Resines.Jordi Socías

Está eufórico, no obstante, porque se ha bajado andando desde su casa en el barrio comillano de Trasvía a la playa de Oyambre. No hay ni Cristo, pero él se ha enrollado con la dueña de un bar para que se lo abra y le ponga una cerveza. “En poco tiempo empezó aquello a revertir. Un día te levantas de la cama, vale, das tres pasos. Hoy he hecho cuatro kilómetros. Parando. Muy bien. Me encuentro muy bien”.

Mejor incluso después, nada más atizarse un par de huevos encapotados en la Venta de Abajo, casi llegando a San Vicente de la Barquera, con la vista de la ría a los pies y la tela blanca de nieve que precede al valle del Nansa. Después, en su casa, cambiaremos el decorado por una vista de los Picos de Europa. Es todo tan bello que temes que vuelva a recaer en un delirio de realidad y ficción, pero esta vez con un argumento más próximo a Juego de tronos.

Por ahora, lo que viene es Sentimos las molestias. Una serie de seis capítulos que no llegan a la media hora, donde uno puede mezclar la carcajada con la lágrima al contemplar la amistad de estos dos músicos dispares, Rafael ambos de nombre: Müller y Jiménez. El clásico derrocha talento y padece déficit de empatía con sus congéneres. El heavy sabe perfectamente lo que es fracasar en lo suyo, pero triunfa con la gente.

Su personaje, dice Resines, es un tipo al que puede llegar a entender, pese a que se parezcan tan poco. “Es egocéntrico, un tipejo y un jeta. Le salva que tiene un concepto egoísta pero es capaz de sentir algo por los demás, muy obsesionado con su trabajo, es muy bueno en lo que hace, pero se relaciona mal con el entorno. Su amigo es más cercano. Ambos se aprecian porque se complementan, sencillamente. Dos caras de una moneda. Te ríes mucho. Aunque cuando la he visto ahora me ha parecido amarga, te crees todo”.

Con casi 130 títulos a la espalda, Resines sabe bien qué funciona y qué no. Tiene infinitamente desarrollada su capacidad de juicio sobre sí mismo. Pero eso le ocurre desde el principio. Le asiste un extraordinario escepticismo sobre lo que es capaz de hacer. “Nunca he creído que fuera un gran actor y lo sigo pensando así. Sabía que lo haría aceptablemente, entre el bien y el notable, que va del 6,5 al 8. Me he movido en esa zona. Alguna vez me han dado sobresaliente y otras suspenso”. Escepticismo, casi autoflagelo. “Yo no me creía las películas haciendo de serio. No me veo interpretando a Ricardo III, sé que no puedo, encajo todo dentro de un orden. Puedo dar el pego como un maquis o un policía corrupto, meterme en la piel de uno que se muere, sí, vale, eso sí. Pero hay cosas que yo no sé ni sabré. Es que resulta muy sencillo de entender”.

Fue Fernando Trueba quien decidió que a un tío tan gracioso merecía disfrutarlo el público. Y los espectadores le dieron la razón al estrenar Ópera prima, en 1980. Él iba para productor. “Eso se me daba bastante bien. Para las películas que habíamos hecho hasta entonces había conseguido de todo”. ¿Cómo? ¿Dinero? “Bueno, dinero poco, cosas que necesitábamos para los cortos y otras locuras en que nos metimos. A veces, dando el palo, algo muy común en aquella época. No teníamos un duro. Pues vale, lo robábamos”.

"He tenido suerte. Por hacer el tonto, que es a lo que nos dedicamos, ha salido bien", insiste el actor Antonio Resines. En la foto, en el jardín de su casa en Comillas (Cantabria), donde acaba de recuperarse de su dramático mes en la UCI por covid.
"He tenido suerte. Por hacer el tonto, que es a lo que nos dedicamos, ha salido bien", insiste el actor Antonio Resines. En la foto, en el jardín de su casa en Comillas (Cantabria), donde acaba de recuperarse de su dramático mes en la UCI por covid.Jordi Socías

Así se fueron especializando, comenta Resines. “Yo hacía producción, pero no en el plan de la Metro Goldwyn Mayer. Todo lo pillábamos por la cara. Dar palos no estaba mal visto por un fin noble. Si había que robar algo, se robaba. No había cámaras en las tiendas, se podía salir por patas de sitios donde luego hemos ido a rodar. No teníamos dinero. Pero nada, y aun así hicimos hasta un largo en super-8: Los nuevos filósofos, se llamaba. La mitad de las veces lo hacíamos borrachos”.

Ópera prima les dio la oportunidad que ya conscientemente buscaban. “Chico conoce chica, pero con un toque francés de nouvelle vague. Funciona porque en un país donde se hacían españoladas incorporaba la comedia con un aire así. Además, bien rodada, con sonido directo. Teníamos 23 años, hablábamos como hablábamos, no declamábamos, cuando todos los demás doblaban. Aportábamos otro nivel. Andábamos entre el inevitable cenutrio de la parte española y el cine de autor europeo con pocos medios”.

En aquella época ya tenía claro que quería dedicarse al cine. “Estábamos todo el día viendo películas, dos al día mínimo. Yo llevaba la cuenta”. La vocación le brotó ya sobre los 20 años. Antes, ni idea de qué quería hacer con su vida. Era un joven de familia bien, el mayor de cinco hermanos. Padre abogado en Dragados, casa amplia en el barrio del Retiro, educado por marianistas en el colegio Nuestra Señora del Pilar, veranos de la familia en el norte, donde él nació en Torrelavega un 7 de agosto de 1954, porque allí andaban todos entonces de vacaciones.

Tocó y se le quedó metido dentro. A Cantabria va y viene. Comillas es desde hace décadas su lugar de descanso. Su guarida. Donde le es fácil rememorar una infancia de trasto protector de sus hermanos pequeños. Tanto en el colegio como en las burradas que cometían medio asilvestrados por Torrelavega o Entrambasaguas, donde una tía abuela les recibía a él, sus hermanos y sus primos en el palacio de la Pezuela. “Éramos muy malos, sí, hacíamos verdaderas trastadas. Cinco hermanos muy seguidos más los amigos. Los más débiles cobraban, era dar y recibir. Más valía que corrieras. En el colegio, todos los días te caía una porque sí. Si no te zurraban los curas, te venían las hostias en el patio”. Un juego trastocado de supervivencias que ha forjado esa muralla suya. “Hasta los 14 se trataba de eso, de sobrevivir. Si eras listo, iban a por ti; si eras tonto, la habías cagao. Yo era el mayor de los hermanos y tenía que dar la cara por ellos. Eso, sagrado. Proteger a los hermanos, a misa”.

A veces también había que defenderse de la familia. “De mi tía Carmen, que me odiaba porque era feo y cabezón. En eso de coger ojeriza se mostraba muy ecuánime: solo le gustaban los pequeños, cuando nos hacíamos mayores perdíamos la gracia para ella. A mí me decía que era poco agraciado, pero yo luego me he visto y creo que soy bastante guapo. En fin, esa parte acomplejada la suplía con hazañas físicas. Demencias. Auténticas burradas. Estaba obsesionado con crecer para sufrir menos. Me ponía en las espalderas a hacer estiramientos a ver si así daba el estirón. Tú fíjate qué nivel. Cuando lo di, la cosa cambió radicalmente, eso sí”.

Los estudios no se le daban mal. “En Letras me defendía muy bien. Hacíamos una revista de la que yo era director, no tenía claro entonces a qué quería dedicarme. Hubo una época que me dio por ser misionero, en mis años de boy scout. Pero a los 15 perdí la fe, no sé por qué, aquello no funcionaba. Mi tiré por otro lado. No he vuelto a misa por obligación en mi puta vida, pasé de monaguillo a nada, a ateo completo”.

Creía, eso sí, en los tebeos. “Nos gustaba leer, ver películas. En eso fuimos muy autodidactas. Leíamos de todo: lo hicimos muy bien todos, mis amigos y mis hermanos: del tebeo pasamos a Tintín, luego a Enid Blyton, Salgari. De Julio Verne al género negro, lo fuimos haciendo progresiva y razonablemente”. Lo de Tintín perdura. En su casa debes andar atento por si te tropiezas con una figura del Capitán Haddock o un Milú que hace migas con su perro, Gómez. “Es de mi mujer, no mío”, puntualiza.

Son ficciones que le han forjado. Como ocurre ahora con Los Serrano, que arrasa entre adolescentes y pre­ado­lescentes gracias a una combinación de la serie a trozos en redes sociales y la reposición en Amazon. Lo hacen otras series antiguas. Pero ¿por qué Los Serrano llega a categoría de fenómeno de nuevo y otras no? Entre varias razones, porque aquella saga que alcanzó casi 150 capítulos abordaba una sociología transversal de abuelos a nietos a base de costumbrismo en medio de un lugar sagrado: el bar.

“Lo acabamos hace 14 años y ahí sigue. Muy sencillo: porque trata de la historia de una familia. Marca la tensión eterna de dos mundos: chicos y chicas. Dejó claro que nosotros somos tirando a cenutrios y ellas más delicadas, listas”. También aporta otra clave. “Eran muy burros, pero pedían perdón, y eso a la gente le encantaba. Arrepentirse, de verdad, gustaba mucho”.

El problema fue que ya ni sabían qué enmendar. “Se nos fue la olla al final. Era imposible inventarse más historias. Alguien dijo: como no líen al niño con la abuela… No podíamos más de estudiar, ya empezábamos a llamarnos por el nombre de nuestros personajes. Yo estaba muy cansado, en algunos momentos me sabía las respuestas en una conversación real con alguien porque las habíamos repetido tantas veces en la serie”.

Aquel hito reforzó su paradigma sociológico como actor. Porque si en épocas anteriores Alfredo Landa, Fernando Fernán Gómez, Pepe Isbert, más o menos al tiempo José Sacristán o Miguel Rellán nos servían de espejo, con Resines ocurre que sus personajes reflejan al español medio de los últimos 40 años. Lo asombroso para él es que dure cuando pensó que no pasaría de una racha. Para tirarse cuatro décadas de una manera u otra sin decaer, ha tenido suerte, dice él. Otros pensarán que es mérito. Él lo niega, con esa loción de escepticismo que se aplica cada día al levantarse de la cama. “Me ha salido bastante bien. Yo he tenido una suerte de cojones, pero de cojones, vamos. He estado en el lugar oportuno en el momento adecuado, sí. Lo que me asombra es lo que dura esto. Que haya salido tan bien haciendo el tonto, que es a lo que nos dedicamos. Puede que no sea solo suerte, vale. Pero sí, sobre todo en cuanto a la gente que me rodeó. Muy competente, muy inteligente. Artistas, empezando por Fernando Trueba, con criterio, buen juicio. Yo ando en lo artesanal, pero he tenido la suerte de juntarme con algunos que podríamos llegar a calificar de genios, aunque esa palabra no le siente bien a todo el mundo, ¿vale?”.

Esa categoría, genio, Resines la mide mucho y la aplica con cuentagotas. Es de lo poco que ahora, tras haberse salvado de nuevo, tras volver a pasar por una situación de vida o muerte, prefiere administrar. En el resto se anda con menos miramientos. “Después de salir de la UCI he perdido filtro para decir las cosas. Tenía poco, pero ahora menos. Andarme con subterfugios se me ha quitado, dentro de un orden”. El que le da, de nuevo, esa fortaleza de haber alcanzado una vez más la meta. Pese a su crónica desconfianza en algunas de sus virtudes, hay algo que tiene claro, sobre todo cuando suelta una carcajada. No hay quien logre arrebatarle el amor por la vida, la fuerza para aferrarse a ella y exprimirla. En eso no hay quien pueda con Antonio Resines.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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